jueves, 30 de septiembre de 2021

Más vale tarde

 


Más vale tarde que nunca, reza el refrán. Así que ya estoy aquí de nuevo después de más de dos meses de ausencia. Este largo paréntesis se ha debido principalmente a que sigo con una especie de astenia escritora, no sé si será un efecto de la pandemia. A fin de cuentas, algunos psicólogos aseguran que la falta de libertad de movimientos durante estos dos años, puede producir desajustes mentales con secuelas imprevisibles. Claro que esta afirmación va dirigida a los jóvenes y mi juventud ya queda muy lejos, en un rincón de mi memoria. Así pues, quizá mi caso se deba a una apatía de etiología desconocida o a un empacho de temas a criticar, pues este mes de agosto no ha estado exento de situaciones molestas en la playa, en la calle, en los restaurantes…

Otro refrán dice que cada uno cuenta la feria según le va. Algo divertido para uno puede resultar un tostón para otro, dependiendo de varios factores, entre ellos el estado de ánimo. Así pues, mis experiencias durante el mes de agosto, el más esperado del año por la gran mayoría, han resultado un fiasco y creo que se ha debido precisamente a mi estado anímico.

Si bien el tiempo ha sido, por lo general, muy bueno, a pesar de la insistencia de los meteorólogos en que nos visitarían lluvias y tormentas, y el lugar de descanso es muy bello, tener que compartir el tiempo de asueto con una persona aquejada de Alzheimer no es un plato de buen gusto para nadie. Enfrentarse a esta enfermedad requiere una gran dosis de paciencia y dedicación que acaba afectando por momentos el estado físico y mental del que ejerce el papel de cuidador. En esta situación, uno desea más que nunca buscar una evasión que le sirva de alivio a tanta tensión acumulada. Si los ancianos sufren normalmente una regresión a la niñez, tanto en su comportamiento como en sus funciones biológicas, en los enfermos de Alzheimer hay que añadir la incapacidad para entender y aceptar de buen grado las órdenes más elementales, y la rebeldía, a veces agresiva, que ante ellas manifiestan. Es, por lo tanto, lógico que, al igual que sucede con los niños de muy corta edad, los cuidadores esperen el momento de acostarlos para aprovechar ese periodo de descanso para desconectar y hacer aquello que más les gusta. En nuestro caso ha sido básicamente la lectura y las series de Netflix.

Y aquí es cuando entra en juego el estado de ánimo de cada cual a la hora de disfrutar de esos dos alicientes, aunque también depende de la suerte.

En el capítulo de la lectura, las novelas que he leído durante el mes de agosto han sido: Terra alta, de Javier Cercas, Paraules que tu entendràs (palabras que tú entenderás), de Xavier Bosch, Trafalgar e ¡Independencia!, ambas de José Luis Corral, y Los guardianes, de John Grisham,.

Como no se me dan bien las reseñas literarias, solo daré mi humilde opinión de estas lecturas:

Terra alta me ha parecido una novela con un fondo (argumento) muy interesante, pero una forma (estilo narrativo) muy pobre, sobre todo viniendo de un escritor de la talla de Cercas. En este aspecto ha sido decepcionante.

A Paraules que tu entendràs, que he leído en catalán, por ser esta la versión original, le sucede todo lo contario. El estilo narrativo de este autor es excelente, siendo un placer leer sus obras, pero el tema me ha parecido más bien vacuo. Aun así, la balanza se ha inclinado hacia el lado positivo, pues la belleza del lenguaje ha compensado con creces el relativamente escaso interés de la trama.

Trafalgar es una novela histórica sobre la batalla que enfrentó la Armada de Inglaterra, por un lado, y las de Francia y España, por otro. Un amigo lector, a quien también le gusta este género, me alabó mucho otra obra de este autor, ¡Independencia!, sobre la resistencia española ante la invasión napoleónica. Pero cuando supe que esta era una continuación de Trafalgar, con los mismos personajes de ficción, me pareció oportuno empezar por la primera parte de este dúo novelesco. Pues bien, si la parte histórica de Trafalgar me ha empachado, con una descripción para mí demasiado pormenorizada de los navíos de cada bando (dónde, cuándo y cómo se construyeron, su estructura y características), de los planes y estrategia militar, y una larguísima exposición detallada de la batalla en sí, la parte de ficción, de carácter básicamente romántico entre el joven y noble protagonista y una ladronzuela que lo deja desplumado tan pronto como este pone los pies en Madrid y que acaba convirtiéndose en su amante, es más propia de una resucitada Corín Tellado.

A pesar de los pesares, pensé que quizá ¡Independencia! resultaría más digerible y ya que mi amigo me la había alabado pensé que esta obra sí satisfaría mi gusto por la novela histórica. Pues bien, otra vez la parte histórica (prácticamente toda la novela se centra en los sitios de Zaragoza) es exageradamente detallada (día a día, bomba a bomba, trinchera a trinchera, muerto a muerto) y la ficticia totalmente fuera de lugar, como relleno innecesario e igualmente almibarado. Por no hablar de lo irreal de algunas situaciones (me resulta inimaginable, por ejemplo, que, en medio de un asedio brutal, con continuos lanzamientos de proyectiles, día y noche, contra muros, edificios y barricadas, y sin apenas alimento que llevarse a la boca, en plena epidemia de tifus, la pareja de amantes se lance a practicar sexo a diario en los escasísimos momentos de tregua).

En cuanto a la novela de John Grisham, Los guardianes, ninguna objeción ni desencanto, es lo de siempre para quien conoce a este autor: inocentes condenados a la pena capital, abogados, fiscales, jueces y demás fuerzas de la ley y el orden. John Grisham nunca defrauda a quienes nos gustan los temas judiciales (de chaval me encantaba la serie Perry Mason), buen estilo narrativo, lectura segura, aunque también adolece de un exceso de “paja”, o hechos y descripciones superfluas que solo sirven de relleno y que nada aportan a la historia. Este es —para mí— un defecto que observo en la gran mayoría de novelas.

Y ahí terminó mi epopeya lectora de agosto. Ahora tengo en mis manos otra obra de John Grisham que también tenía pendiente, Tiempo de matar, a la que le seguirá El Reino, de Jø Nesbø, de la que me han llegado comentarios muy positivos. Solo que sea la mitad de buena que El muñeco de nieve, seguro que me complacerá.

Pasando al capítulo de las series agosteñas, entre las que destacaría Sky rojo (segunda parte), Luther, Lupin y Post Mortem —que no voy a comentar una a una porque sería tremendamente largo y tedioso—, aun siendo entretenidas, si profundizamos en su calidad —ya sea interpretativa o argumental—, creo que ninguna llegaría a un notable, y Sky rojo ni siquiera al aprobado. Lo realmente malo de todas ellas, y que por desgracia es algo muy común en el cine, son los típicos recursos que se siguen utilizando desde que tengo uso de razón, que hacen que uno prevea lo que va a suceder antes de que suceda, por no hablar de las situaciones absurdas que no se producirían en la vida real, frases que anticipas de tanto usarlas, reacciones ridículas y que también hemos visto hasta la saciedad. Todo ello es algo que me irrita soberanamente y que considero una burla a la inteligencia. Y todo para mantener al espectador (poco exigente, dicho sea de paso) atento a la pantalla. Parece que muchos guionistas se sacan de la chistera giros inesperados e imposibles para, de este modo, alargar la historia indefinidamente.

Y si, para ir acabando y no ser yo quien rellene de paja esta entrada, paso al capítulo de la salud, ahí hemos tocado fondo. Y digo “hemos” porque tanto mi mujer como yo hemos estado bastante fastidiados, ella con una lesión muy dolorosa del músculo abductor de la pierna derecha, a causa de una caída, y yo con un dolor de espalda que me imposibilitaba cualquier movimiento indoloro de torsión y rotación de la cintura para arriba. Eso sin mencionar que el día uno de agosto, cuando debíamos iniciar nuestras vacaciones, expulsé un maldito cálculo renal, después de cuatro días de abnegado dolor.

Llegado septiembre, nos pusimos en manos de nuestros respectivos especialistas (traumatólogo para ella y fisioterapeuta para mí) y todo está volviendo lentamente a la normalidad.

Para resarcirnos de ese nefasto mes de agosto, nos tomamos una semana extra de asueto a mediados de septiembre, ocho días de calma y tranquilidad en la playa, de modo que podríamos haber exclamado, ahora sí, “viva las vacaciones”, aunque fuera con retraso. Y es que en eso también más vale tarde que nunca.