El aspirador más silencioso no es ese que anuncian en televisión junto a un tigre dormido y que aspira todo tipo de materiales esparcidos a su vera sin molestar su sueño. No, el aspirador más silencioso no es ese y todos, o casi todos, lo hemos tenido alguna vez en casa, en nuestra vida, y todos, o casi todos, lo hemos adquirido sin que nos costara dinero alguno.
El aspirador más silencioso de la historia es, ni más ni menos, que el trabajo, sobre todo ese trabajo que no dignifica al ser humano sino que le esclaviza.
Todos aspiramos a un trabajo digno, como derecho fundamental de las personas, pero cuando lo tenemos nos aspira la libertad. ¿No es paradójico?
Salvo los muy afortunados, que tienen el privilegio de dedicarse a algo que para ellos no es un trabajo sino una pasión, una devoción, especialmente abundante en el mundo de las artes, la mayoría de mortales deben sufrir las consecuencias del trabajo por obligación, una obligación que se intenta sobrellevar de la mejor manera posible.
Pero lo peor de todo es comprobar lo que ha hecho con nosotros ese invitado silencioso, porque cuando te das cuenta de todo lo que se ha llevado ese aspirador, suele ser demasiado tarde. Se llevó gran parte de tu vida, de tu tiempo libre, de tus relaciones con los amigos, con la familia, con el mundo exterior. Le has dejado que se llevara lo más preciado y ya no hay retorno.
Así pues, como, desgraciadamente, no hay forma de recuperar el tiempo perdido, no nos queda más remedio que resarcir nuestra negligencia y abandono al traspasar el umbral de la tercera edad, momento en que se dispone de plena libertad para hacer todo aquello que nos viene en gana.
¿Cuántas veces no habremos aplazado para esa etapa dorada y plácida que es la jubilación, la realización de todo lo que hemos ido eludiendo, mientras éramos jóvenes, por falta de tiempo y de voluntad?
Pues a aquellos a los que les ha llegado este momento, les dejo el siguiente mensaje: que no desaprovechen esta oportunidad única para que este propósito de enmienda no caiga en saco roto, porque la vida es demasiado corta y en esto no hay segundas oportunidades, al menos eso creo. Hagamos todo lo que no hemos hecho hasta ahora, locuras incluidas, y no volvamos a instalar en casa otro aspirador silencioso que se lleve por delante el tiempo libre que nos hemos ganado y la libertad de disfrutarlo como queramos.