Cuando los niños hacen una
trastada, casi siempre tienden a culpar a otro, señalando con dedo acusador a
su compañero de travesuras o al primer inocente que se les ocurre. El caso es
no confesar la culpa por temor al castigo, especialmente si éste se adivina de
órdago.
Pues bien, parece que este
comportamiento no es exclusivo de la infancia. Del mismo modo que mentir no es
patrimonio único de los niños, excusarse en el vecino también es propio de
adultos. ¿Será algo congénito o adquirido? ¿Será algo que forma parte de
nuestra dotación genética en lo que a conducta se refiere o simplemente lo
aprendemos de los demás?
El caso es que nadie
(permitidme la licencia de generalizar, pero es que parece algo tan arraigado,
por lo menos en nuestro país…) quiere asumir su culpa, ni siquiera su parte de
culpa, en caso de haber cometido un error, aun siendo éste involuntario. La
primera reacción es cubrirse las espaldas, buscarse una coartada, una burda
excusa, y si nada de esto funciona, echarle la culpa al de al lado o a las
fuerzas de la naturaleza.
Lógicamente, cuando el hecho
es simple y, por lo tanto, fácilmente investigable, cualquier justificación sin
fundamento cae por su propio peso, poniendo en evidencia al falso acusador y
verdadero culpable. Sólo es cuestión de tiempo. Pero cuando el asunto entraña,
por su complejidad, serias dificultades para que sea debidamente juzgado y
aclarado, la cosa se complica hasta límites inverosímiles.
Que un político, empresario o
personaje público, niegue vehementemente una acusación de corrupción,
malversación de fondos, soborno, etc., cuando sabe de su culpabilidad es algo
absurdo pues, tarde o temprano (más bien tarde que temprano), acabará saliendo
todo a la luz. Pero es más indignante ver cómo ante una catástrofe o desgracia
ajena, los responsables directos e indirectos se echan la culpa entre sí o,
peor aún, la achacan a quien ha perdido la vida (y que, por lo tanto, no puede
atestiguar), a errores humanos de los que ellos no tienen culpa alguna, o a
causas fortuitas (meteorológicas o vete tú a saber cuáles pueden llegar a
mentar).
Para no hablar de forma
genérica, aunque estoy seguro que todos tenemos en mente algún caso de este
tipo, citaré unos pocos, de más reciente a más antiguo:
El pasado mes de noviembre, en
Reus (Tarragona), Rosa Pitarch, una anciana de 81 años, murió víctima de un
incendio porque vivía sola en un piso alumbrado por velas ya que la compañía
eléctrica le había cortado el suministro por falta de pago desde hacía dos
meses. Compañía, ayuntamiento y servicios sociales se acusaron mutuamente por
haber permitido que esa pobre mujer viviera en esas condiciones. Incluso la
familia acusó a la nieta de la víctima de haber provocado el incendio por haber
sido quien encendió la vela con la que se alumbraba la pobre anciana. Alguien
tenía que pagar, pero nadie asumió la responsabilidad.
En marzo de 2015 tuvo lugar el
trágico siniestro del vuelo de Germanwings, de Barcelona a Düsseldorf, en el
que perecieron 150 personas, entre pasajeros y tripulación, a causa del
suicidio premeditado del copiloto. Se indemnizaron a los familiares de las
víctimas, pero la compañía no ha querido asumir su parte de culpabilidad al
permitir que una persona en tratamiento psiquiátrico, a quien los médicos
desaconsejaron pilotar un avión, y no llevar un control de la salud mental de un
empleado, con un historial psiquiátrico conocido, de quien depende la seguridad
de cientos de pasajeros.
Un año antes, en julio de
2014, otro avión, en este caso de la compañía Malaysia Airlines, se estrelló en
Donetsk (Ucraína), derribado presuntamente por un misil ruso lanzado por los
milicianos prorrusos según Kiev o por un misil ucraniano según Moscú. Todavía
no se ha aclarado quién fue el verdadero culpable. Ni se aclarará. Caso
cerrado.
Y también en julio, pero de
2013, tuvo lugar el accidente ferroviario en las cercanías de Santiago de Compostela,
cuyo único responsable juzgado fue el maquinista, el responsable directo del
descarrilamiento y de las 79 muertes que ello provocó, eludiendo Adif toda
responsabilidad por la falta manifiesta de medios de control de velocidad que
hubieran podido evitar el desastre.
En mayo de 2003 se estrelló en
Turquía un avión YAK-42, provocando la muerte de sus 75 ocupantes, entre ellos
62 militares españoles que regresaban a España tras cuatro meses y medio de
misión en Afganistán, noticia ésta que acaba de volver a la actualidad debido al
reciente dictamen del Consejo de Estado, tras casi catorce años de procesos y
juicios penales. En este caso cabe resaltar la contumaz e insolente auto-exculpación
de la que hizo gala el entonces Ministro de Defensa, Federico Trillo, y que
todavía ahora sigue practicando tras haber dirigido durante años sus acusaciones
hacia cualquier objetivo que no fuera su persona y el Ministerio del que
entonces era responsable.
Y qué decir del también famoso
“chapapote” provocado por el Prestige, ese petrolero que se hundió, en
noviembre de 2002, frente a las costas gallegas y cuyo desastre ecológico se
acrecentó por haber sido alejado hacia alta mar por órdenes de la Marina Mercante.
La controversia fue mayúscula, con un trasvase de culpas mayor que la cantidad
de fuel que se vertió al mar. Autoridades portuarias, Ministerio de Fomento, con
Álvarez Cacos al frente, Marina Mercante, capitán, armador, naviera y el Sursum corda entraron a saco en la
discusión sobre las respectivas responsabilidades, o debería decir
irresponsabilidades. El único que pagó el pato fue el capitán del buque. El
resto de actores políticos no sólo salieron indemnes, sino que fueron premiados
con más y mejores cargos. Uno de ellos es actualmente presidente del Gobierno.
Podría ampliar la lista con
muchos más ejemplos, cuyo común denominador es la manifiesta postura de
cargarle el muerto (expresión que en la mayoría de estos casos es, por
desgracia, literal) a otro. Y cuantos más estén metidos en el embrollo mucho
mejor pues es tal el enredo y la confusión que poner a cada uno en su lugar
resulta mucho más difícil que completar correctamente un puzle de cinco mil
piezas. Es tal la dificultad y los impedimentos para aclarar debidamente los
hechos, que los responsables quedan exentos de toda culpabilidad.
Curiosamente (que conste que
no lo he hecho exprofeso) todos los casos aquí mencionados tuvieron a políticos
implicados, quizá sea porque a ellos les resulta más fácil escabullirse al ocupar un puesto en el que las tapaderas abundan y se comparten. Hoy por ti, mañana
por mí.
Si nos fijamos, por un
momento, en esos casos tan sonados de fraude y corruptelas en los que los
principales protagonistas no han sido, o no son, políticos, como Iñaki
Urdangarín (caso Nóos), Isabel Pantoja (Operación Malaya), Francisco Correa
(trama Gürtel), etc., siempre ha habido, o hay, políticos implicados. En todos
estos casos hemos presenciado el cruce de acusaciones. Nadie es culpable. Todos
son buena gente que ha obrado inocentemente, incluso con generosidad, por
ayudar al que ahora se vuelve en su contra, el muy traidor.
Pero la misma, o similar,
conducta tiene lugar también entre el, llamemos, pueblo llano cuando, por
ejemplo, una gravísima imprudencia por parte de un ciudadano se achaca a una
negligencia de la administración. Si un tren arrolla (como ha ocurrido
repetidas veces) a un viandante que ha cruzado las vías a pesar de la barrera,
del semáforo en rojo y de la señal acústica, el único culpable es Renfe por no
haber soterrado las vías en las inmediaciones de la población. Evidentemente, toda medida de
seguridad es poca si con ella se salvan vidas, pero hay que ser consecuente y
repartir la responsabilidad de un accidente entre el ciudadano imprudente, que
no respeta las normas, y la administración, por insuficientemente previsora o ineficiente.
Y abundando un poco más en el tema de la
repartición de responsabilidades, es, para terminar, significativamente curioso que nunca haya oído a alguien que ha
sufrido un accidente o un percance de tráfico, por leve que sea,
auto-inculparse. Siempre, siempre, el culpable es el otro.
En fin, como reza la
ilustración de esta entrada, errar es de humanos, pero echar la culpa al
prójimo aún lo es más. No soy perfecto, ni lo pretendo, pero no recuerdo haber
culpado a otro por algo que yo haya hecho mal. No, si ahora resultará que soy un
extraterrestre.
¡¡¡Hola!!!!
ResponderEliminarLa semana pasada coincidí con Álvarez Cascos en el banco(seguro que no íbamos a lo mismo, jejeje)y pensé en lo que dices, lo que tiene a sus espaldas y se ha ido de rositas porque se han pasado la pelota.
El caso Urdangarín en mi opinión es el peor en el sentido de la avaricia; no justifico la corrupción pero puedo entender que una cantante o un político "caigan en la tentación", pero el marido de la hija del rey, es que estaba en lo más alto y con el futuro de sus hijos y nietos asegurados, no sé qué más necesitaba.
Lo del YAK 42 fue horrible porque hubo errores en la identificación y algunas personas tenían enterrados a sus hijos en otros sitios...algo que causa un dolor terrible, aumenta la tragedia aún más si cabe.
Un abrazo.
Hola Marigem. Pero es que, además, de esos desmanes y actos irresponsables, lo que más me subleva es que sigan excusándose y atacando a diestra y siniestra, cuando una persona mínimamente "normal" querría desaparecer de pura vergüenza. Pero, claro, una persona mínimamente normal no haría nada de eso.
EliminarUn abrazo.
Un humano raro al menos eres, jajaja.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con la frase, es de humanos querer despojarse de las culpas así sean evidentes. Dijo una vez una profesora cuando unos compañeros llegaron tarde por haberse quedado dormidos, después de oir las excusas que dijeron inmediatamente llegaron: el ataque es la mejor defensa. Siempre culpar a los otros.
Así las cosas amigo.
Abrazos
Hola Gildardo!!
EliminarCiertamente la mejor defensa es un buen ataque. Y cuanto más agresivo sea ese ataque más sensación de inocencia quieren dar.
Y creo que tienes razón al decir que un poco raro si que soy. Al menos siempre me he considerado una persona atípica, jeje
Un abrazo.
Venga, pues voy a romper una lanza para devolverte un poquito la fe en la humanidad:
ResponderEliminarHace unos años, conduciendo un camión, le rompí el retrovisor a un coche que estaba parado en doble fila y cuyo conductor en ese momento no estaba. Le dejé mis datos en el pargolpes y mi seguro se lo cubrió sin mayor problema, y eso es lo que todos deberíamos hacer: ser responsables.
Así me gusta, Holde, Ojalá todo el mundo obrara del mismo modo en lugar de ahuecar el ala para no hacer frente a sus responsabilidades. A ver si, poco a poco, voy reclutando a gente seria y formal, jeje.
EliminarUn abrazo responsable.
Según iba leyéndote, Josep, iba asintiendo con la cabeza pues estoy completamente de acuerdo con todo lo que dices. Creo que se podrían sacar varias conclusiones de este tipo de comportamientos. Cuando se ven implicados políticos y grandes empresas el dinero y la corruptela me parecen los elementos más plausibles para explicar esa impunidad.
ResponderEliminarEn el caso del pueblo llano, y a lo peor en todos los demás, creo que detrás de esa forma de actuar está la inmadurez, tú lo has dicho al principio, los niños siempre le echan la culpa a otro cuando hacen una trastada. Buscamos excusas para tapar nuestra incompetencia o nuestros errores, esa falta absoluta de autocrítica no es más que poca responsabilidad y creer que "papá y mamá" (léase la administración correspondiente, el jefe, el vecino, o lo que sea) estarán siempre ahí para hacerse cargo de nuestros platos rotos.
Genial reflexión.
Un abrazo, colega.
Muchas gracias, Kirke, por unirte a esta reflexión sobre una conducta por desgracia demasiado extendida. En algunos casos es evidente que lo que la motiva es una inmadurez que inhabilita al sujeto a ser consciente o valiente para admitir su propia culpa, pero en otros muchos hay una gran dosis de soberbia, un mal especialmente arraigado entre los que ostentan el poder.
EliminarUn abrazo.
Es una gran reflexión de la cual estoy completamente de acuerdo.
ResponderEliminarQue la gente llana intente culpar a otro, no tiene justificación, pero bueno allá cada uno con su conciencia, pero un cargo público es imperdonable e injustificable que aprovechándose de su cargo público hagan trampas, se lleven dinero etc etc. Quizás para mi lo de Undangarin y su esposa no tiene nombre pero y la familia Pujol que me dices? En fin creo que hay culpas y culpas. un abrazo. TERE.
Por desgracia, Tere, quienes más deberían dar ejemplo de honestidad suelen ser los más corruptos. Al menos esta es la imagen que nos están dando desde los poderes políticos, económicos e incluso eclesiásticos. Por supuesto que hay gente honrada tanto en política, en las grandes empresas y en la Iglesia, pero es muy decepcionante ver esos casos tan vergonzosos que todos hemos conocido últimamente y que sólo hacen perder la fe en las instituciones.
EliminarUn abrazo.
Ya lo dicen que la mejor defensa es un buen ataque y aquí se practica hasta la saciedad. La autocrítica brilla por su ausencia incluso cuando hay "pruebas autovisuales" que desmienten sus palabras, lo cierto es que nadie asume ninguna culpa.
ResponderEliminarCreo que era ayer que escuchaba que un político europeo dimitía ahora no recuerdo por qué escándalo, ¿Cuántos han dimitido aquí? ¿Cuántos han pedido perdón? ¿Cuántos han devuelto lo que se han llevado?...Ninguno y lo peor es que ni siquiera se los penaliza por hacerlo, se les sigue votando. Dicen tenemos los políticos que nos merecemos, yo insisto en decir que a mi no me representan ni me los merezco.
Afortunadamente hay Josep Ma, hay Holden, hay muchas otras personas anónimas que intentamos asumir nuestros errores y no perjudicar al prójimo.
Un beso
Efectivamente, Conxita. Resulta especialmente irritante ver cómo ciertos personajes públicos se contradicen al cabo de un tiempo y lo que antes era blanco ahora es negro. Y se quedan tan tranquilos sin que les caiga la cara de vergüenza. Y encima tienen la desfachatez de negar la evidencia, argumentando que sus palabras se sacaron de contexto. Vana excusa!
EliminarPara dimitir de un cargo y pedir perdón hace falta ser una persona honesta y consecuente con sus ideas. Esa práctica ética no ha llegado todavía a este país. Sólo copiamos lo que nos interesa.
Y lo malo es que muchas personas decentes acaban contagiándose. ¿Si ellos lo hacen por qué no lo puedo hacer yo? Sólo hay una gran diferencia: si un ciudadano de a pie se atreve a defraudar a Hacienda, aunque sólo sean unos cientos de euros, le cae todo el peso de la Ley. Y los "gordos" se van de rositas.
Sí, afortunadamente, todavía queda gente como nosotros (y no me refiero sólo a Holden y a mí), aunque nos llamen tontos, jeje
Un beso.
Hola, Josep. Estupenda reflexión que comparto punto por punto. Vivimos una época, sobre todo, de miedo y el miedo saca lo peor del ser humano. La irresponsabilidad está a la orden del día. Pienso que existe una infantilización de la sociedad. Exigimos derechos; rehusamos obligaciones. Se impone el salvar el pellejo como sea, el individualismo... Puede que cuando sucede alguna desgracia especialmente dramática las personas tiendan solidarizarse pero, en la vida cotidiana que es lo que de verdad importa, no. A veces pienso, por ejemplo, en que los políticos corruptos no son la enfermedad, son el síntoma. Parece que nos sentimos cómodos diciendo que todos los males son de los políticos corruptos, el otro. Pienso que simplemente son un reflejo de cómo está la sociedad. La verdad es que no me gusta demasiado los derroteros que está tomando, las ideologías de pandereta, la satanización del otro, el que parezca que aquí no roba quien quiere, si no el que puede, el mirar para otro lado. El miedo, en definitiva, a perder nuestra comodidad, nuestro estatus... En fin, parece que me he quedado a gusto, je,je,je. Un abrazo!
ResponderEliminarHola David. Quizá, ya desde la escuela, deberíamos a aprender que reconocer los fallos y las faltas no tiene nada de vergonzoso sino todo lo contrario. Cuando vi por primera vez a un mandatario o un alto cargo de una gran empresa nipona pedir perdón públicamente por un desliz o una mala gestión, me pareció algo increíble, pes era algo insólito en nuestra cultura. Pero no hay que ir tan lejos, pues hemos visto a ministros o políticos de alto rango en países nórdicos que han dimitido y pedido perdón públicamente por haber sido pillados conduciendo con el carnet caducado o con un nivel de alcoholemia ligeramente superior al permitido. Quién haría algo así en nuestro país o "cultura mediterránea" (léase Italia, por ejemplo). Así que creo que es cuestión de cultura y eso se aprende en la escuela y en casa, donde el niño toma ejemplo de sus mayores.
EliminarUn abrazo.