martes, 8 de marzo de 2016

Las peladuras



A lo largo de mi vida adulta han sido innumerables las ocasiones en que he vuelto la vista atrás. Al llegar a mi edad, buscamos agarrarnos a momentos felices, como si quisiéramos que el pasado diera sentido a nuestra existencia. Quizá sea un síntoma de senectud pero me complace, ahora más que nunca, recordar los buenos momentos vividos.

No obstante, si tuviera que retrotraerme a un instante concreto de cuando era niño no sabría cuál elegir. A veces pienso que mi infancia fue muy anodina o yo un niño taciturno que no sabía disfrutar plenamente de los momentos de dicha. No lo sé. Conservo multitud de recuerdos, desde luego. Diría incluso que mi memoria es prodigiosa cuando se trata de revivir escenas muy lejanas. Pero debo admitir que pocas son las que me aportan algo más que una simple sensación de bienestar. Para mí ya es suficiente.

Casi siempre es la imagen de mi madre la que llena los recuerdos de mi niñez. La veo, como si fuera ayer, trabajando en casa, con las telas, los patrones, el centímetro y el gis, esa tiza especial que se usa en sastrería, y todo un costurero sobre la mesa del comedor. Yo, mientras, observándola cómo cortaba, cosía y montaba, uno sobre otro, los pantalones acabados para entregarlos al día siguiente al sastre, su patrono, a cambio de nuevos encargos. Tiempos difíciles aquéllos. Éramos seis en casa, muchas bocas que alimentar, y con ese trabajo mi madre contribuía a la economía doméstica complementando el sueldo de un marido pluriempleado, mi padre, que se marchaba de casa al alba y regresaba al atardecer.

En aquella época, a falta de guarderías, las madres tenían los hijos en casa hasta que éstos cumplían cuatro años, edad en la que los niños empezaban el parvulario. Antes de que ese terrible momento llegara, mi madre tenía que ingeniárselas, pues, para mantenerme ocupado. Mis dos hermanas, mayores que yo, hacía años que iban a la escuela.

Por fortuna, mi madre era muy habilidosa y yo un niño que se entretenía con facilidad. Con cualquier cosa me confeccionaba algo con qué jugar. Una caja de zapatos se convertía en un coche. Con pinzas de tender la ropa formaba un regimiento de soldados o construía cualquier artilugio. Lo que más me gustaba, sin embargo, era ver cómo una simple sábana acababa haciendo las veces de una tienda de campaña. Al parecer, su ingenio venía de lejos. Mi abuela paterna me contó, mientras me daba para desayunar una deliciosa sopa de pan con leche, que cuando yo era un bebé mi madre me mecía atando mi cuna a la rueda de la máquina de coser. Mientras ella cosía, con cada pedaleo la polea giraba y con cada giro me balanceaba. La inventiva de mi madre no se limitaba a estos menesteres prácticos. Para mí, su mayor habilidad consistía en contar cuentos. Solo tenía que darle una minúscula pista, un detalle, y desarrollaba una historia de fantasía. Aunque yo supiera que habría un final feliz, como debía ser, lograba mantenerme alerta de principio a fin.

Estos detalles, por minucias que puedan parecer, son los que llenan el capazo de mis recuerdos familiares, tanto buenos como malos. Un capazo que voy llenando sin que llegue a rebosar porque desecho aquellos recuerdos que no quiero retener, quedándome con los más entrañables. Es esta una labor de años, de toda una vida. Una labor que consiste en separar el rico fruto de las peladuras.
 

16 comentarios:

  1. Hola Josep, te diré que de tal palo, tal astilla, así salió el niño, jajaja.
    Sin ninguna duda tu madre valía un potOSI, y tu has contado maravillosamente esos recuerdos tan entrañables.
    Se me estropeó el ordenador...
    Un abrazo.

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    1. Hola Elda. Pues la verdad es que algo se me pegó de la mente imaginativa de mi madre. Era muy fantasiosa y mis hijas todavía recuerdan con mucho cariño los cuentos e historias inventadas que es contaba de pequeñas.
      Muchas gracias por tu visita y por tu comentario.
      Un abrazo.

      P.D.- Espero que lo del ordenador no sea muy grave.

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  2. Si y debemos seguir pelando y apartando aquello recuerdos que duelen y nos llenen de tristeza a veces sin querer solo recordar cosas no solo de amor recuerdos a veces salen las lágrimas solas uufff pero también creo que he sido bendecida por la madre que tuve me enseñó y me enseña y da lo que no esta escrito .... en fin ... precioso y sentido relato un abrazo desde mi brillo del mar

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    1. Hola Beatriz. Yo, a verdad, recuerdo tanto lo bueno como lo malo pero esto último lo guardo muy al fondo del baúl de los recuerdos, así no salen a la luz con mucha frecuencia.
      ¿Y quién no tiene buenos recuerdos de su madre? Sería muy triste no poder recordar con cariño a quien tantos desvelos tuvo para con sus hijos.
      Muchas gracias por venir a leerme y dejar tu amable comentario.
      Un abrazo.

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  3. Qué precioso Josep Mª. Mi madre también inventaba e inventa muchos cuentos y cosía y tejía para sacar un dinero que complementase el sueldo de mi padre, auqnue yo soy de otros tiempos, solo éramos dos y mi padre tenía un buen sueldo, pero aún así ella trabajaba mucho para que no nos faltase nada.
    A día de hoy esos cuentos los escribe y de vez en cuando gana algún concursillo, lo que es una gran inyección para la autoestima en un momento un poco difícil.
    Un abrazo y lo de atar la cuna a la máquina de coser me ha encantado. Y pude ver el gis, el centímetro e imaginarme el ruido que hacían las tijeras al cortar la tela encima de la mesa.

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    1. Pues a pesar de la diferencia temporal, veo que coincidimos en eso tan importante como tener una madre que compagina las labores de ama de casa, el trabajo remunerado y que todavía le queda tiempo y ganas para la fantasía.
      Desde luego puede considerarse muy afortunada pudiendo publicar sus cuentos y que, encima, saque un dinerillo por ello.
      Me alegro que mi historia personal haya hecho aflorar tus propios recuerdos.
      Un abrazo.

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  4. Genial acordarse de tantas cosas de la niñez. Me has enganchado con tus historias.
    Un besillo.

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    1. Aunque a memoria sele ser bastante selectiva, puede decirse que sí, que me acuerdo de muchas cosas de mi niñez. Además como, al parecer, cuando la memoria empieza a flaquear por la edad se olvidan mucho antes las cosas recientes que las pasadas, espero seguir acordándome durante toda mi vida.
      Muchas gracias por dejarte enganchar.
      Un beso.

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  5. Qué entrañable tu texto, Josep, está lleno de ternura y de cariño.

    Nuestra niñez fue diferente, sin duda, a las de hoy en día. Entrábamos al cole más tarde y teníamos muchos menos "artilugios" tecnológicos con los que entreternos, así que todo era a base de jugar, de usar la imaginación.

    Me han encantado tus recuerdos y a su vez, me han traído otros personales. Cuando íbamos de veraneo y nos olvidábamos la muñeca, mi madre nos daba un calabacín grande envuelto en un paño de cocina y ya teníamos bebé con el que jugar. ¡Igualito que ahora! jajajjaa.

    Me voy con muy buen sabor de boca de tu "casa" :)

    Un abrazo!!

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    1. La falta de medios y de esos "artilugios" nos obligaba (a padres e hijos) a desarrollar el ingenio y la imaginación. Valorábamos mucho más las cosas, por sencillas que fueran.
      No es que los tiempos pasados fueran mejores en todo, pero sí creo que se han perdido muchos valores y, entre ellos, el de la comunicación verbal.

      Los que tenemos una "cierta edad" podemos contar cosas que a los jóvenes de hoy les parece irreales.

      Me alegro haberte dejado un buen sabor de boca. Al fin y a cabo son dulces recuerdos.
      Un abrazo, querida Julia.

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  6. Maravillosos recuerdos, Josep, yo no creo que sean minucias en absoluto. La figura de tu madre se te ha quedado muy grabada, por su devoción, por su inventiva... y eso es precioso. Me encantaría tener tan buena memoria, la mía a largo plazo deja mucho que desear. Las historias que os cuento en el blog las recuerdo porque... ¡¡¡las he contado tantas veces!!!
    Me ha encantado este entrañable recuerdo, Josep. Mil besos

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    1. Como decía en el relato, mi madre está presente en la gran mayoría de recuerdos infantiles que conservo. También era normal que la figura materna dominara las relaciones entre padres e hijos, pasábamos con ella mucho más tiempo, al menos en mi caso. A mi padre le veía unas pocas horas, desde prácticamente a ora de cenar y de acostarme. Y los fines de semana, por supuesto. Pero es que, además, mi padre tenía un carácter mucho más distante.
      Muchas gracias, Chari, por venir a compartir mis recuerdos.
      Un abrazo.

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  7. Me ha gustado muchísimo este post, llenos de recuerdos entrañables, y de una madre que supo dar felicidad a sus hijos y eso es importante y es el poso que al final de nuestra vida queda, los momentos buenos y felices y agradables, lo otros mejor dejarlos pasar. un abrazo TERESa.

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    1. Efectivamente, Teresa. El poso que van dejando nuestras experiencias vitales se va dulcificando con los años. Nos agarramos a los recuerdos felices y apartamos los que no lo fueron tanto, aunque queden en un rincón de nuestro cerebro. Solo es cuestión de no dejarlos aflorar, aunque Hay excepciones. La muerte de un ser querido siempre la recordaremos, sobre todo porque tras ese luctuoso acontecimiento hay un montón de buenos recuerdos de esa persona.
      Un abrazo.

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  8. Parece mentira que en esa época los niños se entretuvieran con tan poco y las madres tuvieran que buscar el ingenio de donde fuera para mantenerlos distraídos. Hoy en día se da todo masticado para que no nos cansemos de tanto pensar! Me ha gustado leer tus recuerdos de la infancia en una época tan diferente a la mía. Un fuerte abrazo!

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    1. En algunas cosas, la sociedad ha cambiado relativamente poco en cincuenta años (lo prefiero a decir medio siglo, pues dicho así me parece una barbaridad de tiempo) pero en otras (la mayoría) el salto ha sido abismal. Y en el terreno de la educación y entretenimiento infantil es donde más se nota, o debería decir notamos los que hemos vivido aquella época.
      Muchas gracias por dejar tu comentario.
      Un abrazo, Aida.

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