lunes, 27 de julio de 2015

El misterio del vicepresidente americano



A principios de mayo de 1990 tuvo lugar en Sevilla una de las reuniones internacionales de Regulatory Affairs (1) (R.A.) que cada año organizaba la farmacéutica norteamericana Syntex Corporation para la que trabajaba por aquel entonces (mis asiduo/as lector/as quizá recuerden el post que titulé “La faena del doctor mexicano” que ilustraba otra de las muchas anécdotas habidas durante ese encuentro). Dichas reuniones alternaban los continentes americano y europeo y como aquel año le tocaba a Europa ser la sede de tal acontecimiento, el director internacional de R.A., John Graves, destinado entonces en la central de la multinacional en Palo Alto (California), quiso que tuviera lugar en España. Por tal motivo me pidió que me encargara de su organización y que propusiera tres ciudades. De las alternativas que sugerí –Barcelona, Madrid y Mallorca, por este orden-, ninguna acabó siendo aceptada. La causa, o debería decir las causantes fueron dos inglesas. Stephanie Wharton, que a la sazón dirigía la oficina regional europea en la Gran Bretaña,  y Colette Clarke, su adlátere, persuadieron al bueno de John (creo que el hecho de que fueran compatriotas tuvo algo que ver) para que fuera Sevilla la ciudad elegida. Al parecer, la capital hispalense les atraía sobremanera pensando sin duda que, siendo una ciudad andaluza, la diversión estaría asegurada. Quizá también alguien les dijo aquello de que la lluvia en Sevilla era una maravilla. Y llovió, ya creo que llovió, pero eso ya es otra historia.

También creyeron que, por ser español, tenía que conocerme Sevilla al dedillo, especialmente sus rutas de tapeo. Afortunadamente no les defraudé, estuve a la altura de las circunstancias, pues ya había visitado Sevilla en dos ocasiones y gracias a mi memoria y una guía de bolsillo que me procuré, hicimos varias incursiones vespertinas por los aledaños de la catedral y el barrio de Santa Cruz. Esa fue la parte positiva (quizá la única) de ese encuentro internacional.

La organización de una reunión de esa naturaleza desde mi despacho en Barcelona, sin pisar el terreno, fue bastante complicada. Mi superior jerárquico español no consideró pertinente que me desplazara, como le pedí, al “teatro de operaciones” para comprobar in situ que mis indicaciones se cumplían al pie de la letra, pero sí que contratase los servicios de una empresa organizadora de eventos, la cual destacó en la capital andaluza a una de sus empleadas. Sin embargo, a ésta, una rubiales de muy buen ver, dicho sea de paso, le iban más las relaciones públicas (no me extenderé en este aspecto) que la organización y la meticulosidad. Tenía que estar constantemente encima de ella (en el sentido metafórico de la palabra) si quería que todo se desarrollara correctamente. Era de ese tipo de personas que con gran desparpajo y simpatía aplican la ley del mínimo esfuerzo. Tuve que decidirlo y controlarlo todo personalmente y a distancia, debiendo hacer un acto de fe respecto a todo lo que me contaba. Por culpa de aquella experiencia flaqueó, desde entonces, mi fe en las personas extravertidas y dicharacheras, perdiendo, además, las ganas de delegar, aplicándome el refrán catalán “si vols estar ben servit fes-te tu mateix el llit” (literalmente: si quieres estar bien servido hazte tú mismo las cama, cuyo significado creo innecesario aclarar). Parecía que habíamos estado jugando al juego de los disparates. Yo decía una cosa y resultaba otra distinta. Con más de una sorpresa desagradable me encontré cuando por fin aparecí en el hotel “Meliá Lebreros” el día antes de la inauguración del evento, quedándome apenas margen de tiempo para corregir algunos desaguisados.

Pero vayamos al grano, que me pierden los preliminares. A parte de las necesidades habituales de cualquier huésped, tuve que atender los requerimientos “especiales” de algunos invitados de alto rango, como fueron el presidente y el vicepresidente de la Compañía, que asistirían a la cena de gala que clausuraría el encuentro y que se alojaron, a diferencia del resto del personal, en la planta VIP del hotel.

La petición más sorprendente fue la del vicepresidente de cuyo nombre no puedo acordarme: quería una cama King Size y un secador de pelo (debió pensar que en los hoteles españoles, aun siendo de cuatro estrellas, como el que nos acogió, este artilugio era un lujo escaso). Y digo sorprendente porque, cuando John me lo presentó, comprobé, asombrado, que era un tipo bajito y calvo. ¿Para qué necesitaría, alguien de su estatura y con una bola de billar por cabeza, una cama de esas medidas y, sobre todo, un secador de pelo? “Seguramente vendrá acompañado de su mujer”, me dijo la rubia. La reserva, sin embargo, era para una sola persona. Todo un misterio. Que cada uno piense lo que quiera.

Siete días en Sevilla dieron para muchas anécdotas. A parte de la del doctor mexicano a la que aludía al principio -la más desagradable por lo que a mí se refiere-, fue la visita a la feria de Jerez, la tarde destinada a actividades socio-culturales, la más jugosa. Quizá algún día me decida a contarla.
 
[1]Literalmente, Asuntos Regulatorios; especialidad que, en la industria farmacéutica, se responsabiliza fundamentalmente de obtener la autorización de comercialización de nuevos productos farmacéuticos y de parafarmacia y de observar el cumplimiento de la legislación en materia de medicamentos y productos sanitarios.

Foto de la portada: Joe Biden, actual vicepresidente de los EEUU, totalmente ajeno a esta historia real.

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