jueves, 16 de abril de 2015

Cuando la crueldad es espectáculo



En alguna otra ocasión me he explayado hablando y escribiendo sobre los malos modales en público y que esta muestra de mala educación desacredita y descalifica a quien la protagoniza. En el ámbito televisivo, si bien los insultos y calumnias que puedan proferir algunos tertulianos o invitados de paso quedan impunes con el pretexto que no es responsabilidad de la productora ni del presentador-moderador, cuando es un partícipe o colaborador fundamental del programa quien detenta tal comportamiento, ello debería ser objeto de una censura sin parangón.

Hay programas que se especializan y se recrean en la grosería y mal gusto, lo cual, por desgracia, les otorga un alto índice de audiencia. Es la incultura hecha espectáculo. Allá cada uno con sus gustos. Pero lo que más me indigna es cuando en un programa-concurso, se utiliza la ofensa y la humillación de un concursante por parte de algún miembro del jurado. Porque para mí, no hay peor ofensa que la que se inflige en público, pues el ofendido se halla en franca desventaja, sin posibilidad de réplica ni defensa, debiendo de soportar la humillación que ello representa.

Años atrás, en el concurso “Operación Triunfo”, era un publicista, Risto Mejide, quien, como miembro del jurado, se encargaba de aplicar el escarnio público a aquellos jóvenes aspirantes a cantantes que, según su opinión, no daban la talla o no habían “acertado” en su interpretación. Calificativos como “inútil”, “vergonzante”, “horroroso” eran de los más suaves que salían de sus envenenados labios. Era su papel, decían muchos, una interpretación. Quién sabe cuántas vidas y esperanzas arruinó con sus palabras. Quizá suene a exageración pero lo veo desde mi perspectiva. Del mismo modo que se siente vergüenza ajena cuando uno se pone en la piel de alguien que está haciendo el ridículo en público, yo sentía humillación ajena imaginándome como el receptor de tales agravios.

Ahora, parece ser que el vacío dejado por ese sujeto petulante y prepotente, cuya actitud le dio publicidad, le valió la imagen de tipo duro y se vio profesionalmente premiada, ha sido ocupado por los chefs Pepe Rodríguez y Jordi Cruz en el concurso culinario “MasterChef”.

Lo que ocurrió hace unos días en ese programa, y que algunos medios han calificado como la expulsión más humillante de toda la historia de MasterChef, me ha provocado el mayor de los rechazos. El modo en que Pepe primero y Jordi a continuación trataron a Alberto, un estudiante de medicina de 18 años a raíz de una receta que preparó y que bautizó como “León come gamba”, no tiene justificación ética. Por muy desafortunado que resultara el plato que preparó, no justifica el trato dispensado y el daño moral que le produjo a ese muchacho, que no dejaba de excusarse, como implorando piedad, ante ese par de jueces que parecía que iban a condenarlo a la hoguera.

No sé si la crueldad vende. Hasta ahora estaba demostrado que lo que atrae al público es el morbo de ver cómo A destripa a B ante las cámaras pero dudo mucho que resulte mínimamente atractivo ver cómo alguien, dotado de la superioridad que le otorga el cargo y la experiencia, destruye la autoestima de quien busca, acertadamente o no, formación, reconocimiento y éxito profesional. Esas personas que, valiéndose de su poder, aniquilan deliberadamente la moral del principiante, le humillan con burlas ácidas y corrosivas, con exabruptos y ofensas verbales, no merecen estar al frente de un programa cuya finalidad es todo lo contrario.

No es necesario ser hipócrita (de las distintas formas de hipocresía me gustaría tratar en otra ocasión) pero sí mínimamente delicado, piadoso o, por lo menos, moderado a la hora de juzgar negativamente la obra de un concursante que va de buena fe. La destrucción de la ilusión, la seguridad, el amor propio es, a mi juicio, una gravísima e inmerecida afrenta que degrada y descalifica moralmente a quien la ejercita y si eso se lleva a cabo ante millares de espectadores, se transforma en un acto perverso que no debería tener cabida en un medio de difusión como es la televisión. Un principiante precisa de ayuda y de motivación; no merece, por mal que desempeñe su tarea, un trato humillante que le puede hundir, según su susceptibilidad, hasta límites peligrosos.

Los jueces deben ser justos en sus valoraciones y sentencias. En los casos a los que me refiero no se está juzgando a un delincuente, se está evaluando a un aspirante a ganarse un lugar en una determinada disciplina. No hay que dar falsas esperanzas pero tampoco reducir a la miseria las expectativas.

La competitividad es buena, pues estimula; la crítica correctamente formulada también, pues corrige. Por el contrario, la competencia feroz y la crítica destructiva solo produce desmotivación y, a veces, incluso frustración. Hay que esforzarse mucho para llegar a lo más alto y solo llegan los más aptos, pero cuántas más manos amigas aparezcan por el camino mejor. Una zancadilla no evita llegar a la meta, solo obliga a levantarse una y otra vez y llegar tarde, pero una rotura de la pierna hace que la carrera se interrumpa definitivamente y quizá imposibilite al corredor volver a competir.

Habría que erradicar los malos modos y, sobre todo, la crueldad a la hora de enjuiciar a alguien o a su obra, debiendo existir un control o un correctivo para que, de este modo, ello no se convierta en un espectáculo.

Pero como todo tiene su lado positivo (o al menos hay que buscarlo), parece que el joven Alberto ha creado escuela. Ya son varios los restaurantes que han incluido en su menú un plato con el nombre de “León come gamba”. Pero lo mejor de todo es que, aparte de la popularidad que se está ganando, Ferran Adrià lo quiere en su equipo. Ojalá lo años conviertan a Alberto en un chef de primera. Y si no, que sea un buen médico.
 

 

8 comentarios:

  1. ¡Hola!! Cuando puedas, pásate por mi blog, que te he nominado a un premio. Un beso y felicidades!! :)
    http://elmeuraconetmirinconcito.blogspot.de/2015/04/segundo-premio-best-blog.html

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  2. Hola, Josep, totalmente de acuerdo contigo, no es necesario ensañarse con una persona para expresar lo que no nos gusta de ésta por el motivo que sea. La lengua tiene muchos sinónimos y vocablos para emitir un juicio, no es imprescindible la crueldad cuando se critica, si se es inteligente se puede decir lo mismo de muchos modos y calan igualmente en el valorado.

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  3. Por cierto, olvidé añadir que pesa más la audiencia que la decencia. Buena crítica, Josep.

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  4. Muchas gracias, Mercè y Carmen, por vuestra visita y por "apoyar la causa" del buen gusto y respeto al prójimo.
    Un abrazo.

    P.D.- Aunque ya lo he comentado en tu blog, gracias de nuevo Mercè por la nominación.

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  5. Genial Josep, una crítica con mucha enjundia y de profesional me ha parecido tu forma de expresarte en esta noticia.
    Estoy totalmente de acuerdo contigo, aunque creo que lo hacen para crear morbo y tengan más audiencia, pero desde luego también yo me siento mal cuando oigo estar formas de degradar a una persona... me imagino a la madre del muchacho y me enciendo.
    La verdad que en televisión desde hace años, se ha perdido la ética, y la forma correcta de hablar, da asco oír algunos presentadores de algunos canales...
    En fin, que me ha encantado como has escrito esta entrada Josep.
    Un abrazo.

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    1. Te agradezco, Elda, tu comentario y me satisface que compartas mi opinión. Y creo que el respeto a las personas está por encima de la audiencia pero, desgraciadamente, no todo el mundo piensa igual y el morbo, junto con el éxito, es lo que prima.
      Un abrazo.

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  6. Muy lúcido tu análisis, Josep, con el que estoy de acuerdo.
    Yo diría que todos estos fenómenos, televisivos y no televisivos, se encuadran en el contexto de una sociedad que ha perdido el norte.
    Pero ese sería un debate mucho más amplio.
    Un abrazo, amigo.

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    1. Muchas gracias, Fefa, por pasarte por aquí y dar tu opinión.
      Encantado de volverte a encontrar por estos lares.
      Un abrazo.

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