sábado, 30 de noviembre de 2013

Temas prohibidos





Ya de niño sabía que había temas prohibidos, esos que no se podían tocar o que si algún irresponsable sacaba a colación debías guardar silencio so pena de recibir una bronca o, cuanto menos, de ser fulminado por una de esas miradas asesinas que los padres solían dirigir a sus hijos cuando no se les había dado permiso para abrir la boca.

El único tema permitido, e incluso, fomentado, era el futbol, que suplía cualquier injerencia en las cuestiones políticas, mucho más peligrosas. La religión era un tema que estaba tácitamente excluido de cualquier discusión pues no había quién se atreviera a ejercer abiertamente de opositor. El sexo, por razones morales obvias, era un tema proscrito en los círculos familiares, quedando confinado a la más absoluta clandestinidad. La política era de esos temas de los que se hablaba en petit comité o con alguien de absoluta confianza. En eso se parecía al sexo.

Como a mí el futbol nunca me ha interesado y en cuanto a religión siempre he rehuido toda discusión, aceptando cualquier creencia y postura, siempre que sea tolerante y respetuosa con la de los demás, sólo quedaban dos temas que suscitaban mi interés: el sexo y la política, por ese orden. Pero ¿qué podía saber yo de política y con quién iba a entablar una conversación de este tipo si mis amigos sabían tan poco como yo y la España de la dictadura nos tenía ignorantes y acoquinados a partes iguales? Claro que de sexo tampoco sabíamos mucho pero eso ya era harina de otro costal, pues por lo menos podíamos aprender gracias a nuestras aptitudes autodidactas.

No dejaba de ser patético que, con quince años, estuviéramos tan verdes en materia de sexo y que tuviéramos que informarnos consultando obras enciclopédicas, que lo único que nos aportaban era terminología y conceptos tan confusos que nos obligaban a seguir la consulta por otras entradas y recurrir a las láminas ilustradas de un atlas de anatomía que, al ser dibujos de cortes longitudinales del cuerpo humano, más parecido a un muñeco que a un ser vivo, nos dejaba un tanto desilusionados. Claro que para ciertos aspectos prácticos siempre teníamos a ese amigo presto a aclarar cualquier duda, aunque sus explicaciones no hicieran más que exacerbar nuestras ganas de ver y experimentar en vivo y en directo.

En el otro frente, el esfuerzo bienintencionado de nuestro profesor de filosofía para enseñarnos a pensar, como él decía, si bien no tuvo un éxito inmediato sí fue la semilla que germinaría a medio plazo, al poco de pisar las baldosas de la facultad y adaptarnos al ambiente revolucionario estudiantil de finales de los 60. En asambleas y “manis” nos hicimos, en poco tiempo, expertos de tanto practicar; no así en el sexo, por mucho interés que pusiéramos.

Con el paso de los años, primero con el aperturismo y luego con la democracia, ha acabado aflorando hasta niveles de normalidad cualquier tema de discusión sin que nadie se escandalice por ello. Hoy, salvo el futbol, que sigue ocupando su parcela de siempre, la sexualidad ha pasado al plano de la cotidianeidad normal o de la normalidad cotidiana, la crítica religiosa ya no es un tema exclusivo de los descreídos, y la política ocupa a diario la primera plana irrumpiendo en el escenario de las tertulias públicas y privadas con una temática variopinta.

Hoy podemos hablar sin tapujos de todo y nos ampara para ello la libertad de expresión. Podemos quejarnos en voz alta del paro, de la destrucción de empleo, del capitalismo salvaje, de las multinacionales sin escrúpulos, de lo mal que lo hacen los políticos, de la derecha y de la izquierda, de la malversación de fondos, del tráfico de influencias, de los recortes en sanidad, en educación y en servicios sociales y así un largo etcétera, sin que casi nadie se ofenda; más bien al contrario, haces compañeros de ideales y aliados en la distancia y en el banco, cada vez mayor, de indignados.

Pero, lamentablemente, sigue habiendo temas prohibidos pero no por las instituciones, las fuerzas del orden, la iglesia, la moral y las buenas costumbres, ni por la sociedad en general, sino que es una prohibición recomendada y autoimpuesta en aquéllos que no queremos ver peligrar las buenas relaciones existentes con quienes no opinan igual que nosotros pues son materias que despiertan pasiones. Y en este contexto nos hemos quedado anclados en la época en que para poder hablar claramente y sin temor había que hacerlo con gente de confianza o del mismo credo.

Estos temas tabú, en la práctica, hoy en día y en nuestro país, son, por experiencia, los relacionados con los nacionalismos, con esas  reivindicaciones que para unos son naturales y de justicia y para otros sólo son una falacia, ganas de desunir, puro egoísmo o falta de solidaridad. Podemos referirnos, en plan de chanza, a los arquetipos regionales aunque ello raye el prejuicio, y la sangre no llega al río. Nos burlaremos del talante bruto de los vascos, haremos chistes de la tozudez maña, de los habitantes de Lepe, de la indolencia de los andaluces, de la chulería madrileña y de la tacañería de los catalanes, no dejaremos títere sin cabeza a lo largo y ancho de la geografía nacional, y no pasará absolutamente nada aunque a más de uno no le haga gracia. Pero hablaremos de la singularidad de un territorio por razón de su historia, su cultura y su lengua como bienes a preservar y defender, haremos con ello ostentación de orgullo y sentimiento de país, reivindicaremos un trato adecuado a su naturaleza y necesidades y saltará la chispa de la incomprensión, del rechazo y hasta del odio.

Para mí, la causa principal del enfrentamiento entre identidades distintas, por llamarlas de una forma lo más aséptica posible, es la falta de empatía y de voluntad de entendimiento, seguida por un desconocimiento profundo del tema que lo ha suscitado. Esto en cuanto al fondo, pues en cuanto a la forma, muchas veces, demasiadas, las partes en conflicto intentan imponer sus tesis, imponerse al contrincante sin darle la oportunidad de explicarse, cuando dialogar implica saber escuchar y expresar la opinión de una forma razonable, sin estridencias, intentando ser lo más objetivo posible y esforzándose por comprender los argumentos de la parte contraria. Pero, ahora que lo pongo por escrito y lo leo en voz alta, todo esto me parece algo harto difícil, por no decir imposible, conociendo la naturaleza humana y nuestro carácter pasional. Una pena.

En cuanto al conocimiento del tema objeto de enfrentamiento, el problema suele residir en que la información de la que parte uno o ambos oponentes suele estar sesgada, manipulada o interesadamente malinterpretada a favor de una determinada tesis, bien sea en forma de un artículo de opinión, comentarios de tertulianos políticos o incluso de representantes de los gobiernos de turno, a los que se da crédito por su notoriedad, carisma o afinidad política. En muchas ocasiones, aunque la información sea básicamente correcta, suele interpretarse erróneamente, por ignorancia o mala intención. Así pues, para que la información sea objetiva y no esté viciada, es condición sine qua non que haya una buena voluntad para decir las cosas como son y no cómo uno las percibe o quisiera que fuesen. No hay más ciego que el que no quiere ver y más sordo que el que no quiere oír.

Si a ello le añadimos los prejuicios atávicos, la animadversión secular, heredada de padres a hijos desde tiempo inmemorial y por hechos que ya casi nadie recuerda, la situación se hace insostenible pues es como un páramo donde nada bueno puede germinar porque el sustrato sólo está abonado con rencores, inquina y desprecio. Nos encontramos en un terreno árido que sólo sirve de campo de batalla.

Así las cosas, no es de extrañar que se armen verdaderas trifulcas cuando se discute un tema sensible entre partes especialmente susceptibles. Y es que en la mayoría de estos casos, no hay voluntad de llegar a un acuerdo, no hay una predisposición a aclarar los hechos, sólo se quiere atacar al contrario, acabar con sus argumentos, anularlo, a él y a sus ideas como única forma de defender las propias. Y con ese telón de fondo, si en el plano nacional, donde debería haber un afán pacificador y unificador acaba prevaleciendo uno beligerante y separador, en el personal, donde había un amigo acaba apareciendo un enemigo.

Ante este panorama tan desolador, y como las cosas no se pueden cambiar de la noche a la mañana, lo más prudente es, cuando tienes frente a ti a alguien con quien no deseas crear una hostilidad insalvable, evitar la confrontación, por mucho que te pese, y la forma mejor para ello es, simplemente, rehuir el tema de discordia. En este caso y en este ambiente, esos temas son temas prohibidos.

4 comentarios:

  1. Lamentablemente todo lo que expones aquí con la elocuencia de tu bella pluma, es cierto. Creo que nunca llegará el caso de que en cualquier tema (sobre todo si es de política y religión) los que están metidos en la tertulia se pongan de acuerdo por muy amigos que sean, porque es cierto que somos sordos y ciego, vamos al trapo rojo como los toros.
    Desde luego Josep, me pareces buenísimo escribiendo. No sé si habrás escrito alguna vez un libro, pero si lo hicieras, no te iría nada mal... para mi gusto.
    Un placer recorrer tus letras.
    Un abrazo.

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    1. Muchas gracias Elda por tus comentarios, como siempre tan halagadores. Sí he escrito un libro, un libro que no verá la luz pública pues empezó siendo una novela biográfica o una autobiografía novelada y se transformó en unas memorias que a nadie pueden interesar tal como comentaba en una de mis primeras publicaciones de este blog. No tengo un apellido famoso ni formo parte del mundillo del "famoseo" y, al fin y al cabo, lo que escribí colmó la necesidad que me llevó a hacerlo: un desahogo y una catarsis por todo lo bueno y lo malo que me ha pasado en esta vida. Un abrazo.

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  2. Un a reflexión muy acertada Josep, aunque nos cueste callar, muchas veces lo hacemos para no confrontar, ni entablar discusión. Hay temas que cuando se tocan saltan chispas.
    Me gustó leerte,.
    Un abrazo.

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    1. Gracias, San, por venir a verme y, sobre todo, a leerme. ¿Cuántas veces en la vida no habremos callado para no dañar una amistad? Dicen que ocultar una verdad equivale a mentir pero muchas veces me he inclinado por las "mentiras piadosas" o las "omisiones bienintencionadas" para no lastimar a quien estimo. ¿Cobardía? Quizás. ¿Amor? También.
      Un abrazo.

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