viernes, 22 de noviembre de 2013

Érase una vez un muchacho



Érase una vez un muchacho, al que llamaré Jordi, que vivía con su padre y sus muchos hermanos. Trabajaba sin descanso pero a cambio tenía un sueldo más que aceptable. Había estudiado mucho y era emprendedor, así que se lo merecía. Alguno de sus hermanos, sin embargo, no habían querido estudiar como él y sus empleos ocasionales les reportaban unos salarios mucho más modestos.


Cuando Jordi le dijo por primera vez a su padre que le daría una parte de lo que ganaría para el sustento de la familia, éste se negó en redondo y le exigió que le entregara el sueldo íntegro y que él ya le daría lo necesario para hacer frente a sus gastos personales.

Al cabo de un tiempo, Jordi vio que mientras a él la paga que le daba su padre no le permitía cubrir mínimamente sus gastos, no podía salir con los amigos, casi no podía comprarse ropa y mucho menos pagar las letras de un coche, sus hermanos recibían una paga más generosa que les permitía hacer todo lo que Jordi no podía.

Animado por su hermano mayor, el díscolo, que ya hacía tiempo que había optado por entregar a su padre una parte de sus ingresos sin que éste se indispusiera en demasía, Jordi se atrevió a reivindicar el mismo trato. Pero la reacción de su padre y hermanos no se hizo esperar y lo tacharon de mal hijo y mal hermano por lo insolidario de su postura. ¿Por qué a él no se lo permitían y sí en cambio a su hermano mayor? ¿Acaso le temían?

Fue pasando el tiempo hasta que un día Jordi se armó de valor y le dijo a su padre que con lo que ganaba tenía más que suficiente para irse a vivir por su cuenta e independizarse así que si no le daba la paga que creía merecerse no veía otra salida que la de abandonar el hogar. Su padre se lo contó a sus hermanos y todos, bajo insultos y recriminaciones de todo tipo, se plantaron ante la puerta para impedirle el paso. Y no contentos con ello, fueron extendiendo por todo el barrio una serie de infundios sobre la naturaleza rebelde y egoísta de Jordi, cosa que todavía agravó la impotencia que éste sentía ante el trato injusto que recibía de la que consideraba su familia.

Y fue pasando el tiempo y Jordi soñaba con su ansiada libertad ante la mirada acusatoria de su padre, hermanos y algún que otro vecino, sin que nadie quisiera entenderle ni ceder un ápice en sus pretensiones ni llegar siquiera a un consenso.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado. ¿O no se ha acabado?

Quien tenga oídos para oír, que oiga; quien tenga ojos para ver, que vea (Mateo 13:9) y quien tenga capacidad para pensar, que piense (un servidor).

 
 
 
Nora del autor: Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia

2 comentarios:

  1. Vaya, me he quedado ahí un poco chafada pues según iba leyendo más me enfadaba con el padre y los hermanos y estaba deseosa que el muchacho se marchara de casa.
    Ya veo que terminas con un pasaje de la Biblia, pero se me dan fatal las parábolas y creo que al padre de Jordi también, jajaja.
    Me encanta la capacidad que tienes para contar historias y lograr la atención del lector.

    Muchas gracias por tus visitas ¿vale?...
    Un abrazo.

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    1. Son formas de contar las cosas, como hay formas de ver y vivir la vida. Cada uno cuenta la feria según le va y para gustos los colores, y así hay un montón de frases y refranes que indican la complejidad de la vida y que no todo es lo que parece (vaya, otra frase hecha). Como asidua lectora, tendré que obsequiarte con un carné VIP, jeje
      Un abrazo.

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