miércoles, 19 de julio de 2017

Que en paz descanse


Esta vez, queridos amigos, esta entrada reflexiva es un poco… cómo lo diría… fúnebre hasta cierto punto, pues hablar de la muerte, siempre resulta desagradable, especialmente para quienes han tenido en fechas recientes la desgracia de perder a un ser querido. No quisiera parecer insensible al tocar un tema tan delicado, pero hasta en lo que rodea a la muerte hay espacio para la crítica e incluso la sátira. 

El motivo que hoy me empuja a escribir esta entrada es que hasta en algo tan natural pero dramático como la muerte pueden detectarse comportamientos superficiales y frívolos. Cuántos chistes no habremos oído sobre la muerte y los difuntos. Recuerdo un monólogo de Enrique San Francisco, describiendo el ambiente que rodea a un funeral, que me hizo reír, y mucho. Y también recuerdo, con mucho menos deleite, mi posterior y enorme metedura de pata ─me hubiera querido morir en ese preciso instante, dicho sea de paso─ cuando, durante una sobremesa familiar, repetí grosso modo la parodia de este humorista, cayendo al instante en la cuenta de que uno de los presentes, hacía muy poco que había perdido a su madre y escuchaba mi jocosa perorata con cara circunspecta. Corté al instante, por supuesto, y derivé mi perorata hacia otros derroteros mucho más asépticos, deseando que no lo hubiera tenido en cuenta y ya lo hubiera olvidado después del café y la copa.  

Pero resulta que, mucho antes de que Enrique San Francisco sacara a colación, en forma de monologo humorístico, el tema, yo ya llevaba años pensando en lo mismo, aunque no en un plan tan irónico pero sí crítico. 

Debo aclarar que ante todo comprendo que en el acto de dar el pésame hay mucho de convencionalismo y poca espontaneidad por parte de quienes asisten a un funeral o a presentar sus respetos sin ser parte de la familia. Yo mismo me desenvuelvo muy mal en este quehacer. Nunca he sabido siquiera cómo dar la consabida condolencia de una forma natural, pues lo de “le/te acompaño en el sentimiento” siempre me ha sonado a puro formulismo rutinario y nada sentido ─lo contrario de lo que viene a indicar─ y el “lo siento” es demasiado insustancial; así que acabo dando un apretón de manos al destinatario con cara de circunstancias y punto. He intentado aprender de los demás, pero todos repiten la misma consigna o bien dicen algo que siempre me ha sonado todavía más anodino: “siento lo de tu padre”, por ejemplo. ¿Lo de tu padre? ¿El qué? Ese artículo neutro puede indicar muchas cosas. Se sobreentiende que se refiere a que ha fallecido, pero llamarlo “lo” me parece demasiado trivial. 

Pero al margen de esta “liturgia”, lo que siempre me ha llamado poderosamente la atención ─y que fue lo que debió inspirar al anteriormente mencionado humorista─ es el ambiente que rodea el acto de las condolencias, el comportamiento distendido (demasiado para mi gusto) de los asistentes al sepelio o al acompañamiento de los dolientes familiares. Lo que debería ser un acto de recogimiento ─no es necesario ir en plan plañidera─ se convierte en un feliz encuentro de amigos que no se han visto durante años. Tras las palabras de consuelo de rigor dirigidas a quien procede, se forman esos corrillos donde los amigos y conocidos se despachan a gusto ─que parece más bien una reunión de antiguos compañeros de colegio─ y de los que se escapa, de vez en cuando, alguna risa inoportuna y traicionera que les delata. Y mientras en la parte exterior se organiza un pequeño jolgorio, en la sala de vela del difunto, la viuda o viudo, los hijos, hermanos y nietos de quien está en cuerpo presente, expuesto en una vitrina, con la tapa abierta del ataúd y rodeado de flores (algunos de los comentarios que he llegado a oír frente al difunto también podrían ser objeto de una crítica mordaz), lloran, amarga o resignadamente, la partida de quien había sido hasta muy poco su querido esposo o esposa, padre o madre, abuelo o abuela. Dos ambientes totalmente opuestos separados por un simple tabique. Al silencio casi sepulcral, al murmullo de voces apagadas, se contrapone el ruido, casi bullicioso, de quienes están fuera, a escasos metros, departiendo amigablemente con familiares y conocidos. Un contraste casi grotesco.

No creáis, yo también debo entonar mi mea culpa por cuanto alguna (rara) vez me he sorprendido a mí mismo esbozando una amplia sonrisa como resultado de un comentario jocoso de un conocido o al ver aparecer a un viejo amigo que hacía largo tiempo que no veía. 

Bodas y funerales son ocasiones de encuentro y reencuentro de familiares y viejos amigos que se reúnen para compartir el regocijo por la unión de dos felices contrayentes o bien la tristeza por la pérdida de un ser querido. Pero a veces estas manifestaciones son tránsfugas y sufren una permuta, reubicándose inoportunamente dónde no deben. Es habitual ver llorar en una boda, ese contradictorio llanto de felicidad, pero ¿es normal ver reír en un funeral?

Pero así es la realidad. La vida sigue con alegría para quienes no ha sido segada por la vejez, una cruel enfermedad o un accidente fortuito. Para los que viven alejados de ese drama ajeno, la satisfacción de encontrarse con personas tan vivas como ellos hace que se olviden por unos instantes para lo que han ido a ese lugar más propicio para el recogimiento y el duelo que para el entretenimiento y la alegría. A fin de cuentas, el difunto, que en paz descanse, el verdadero protagonista y artífice del encuentro, quien lo ha propiciado sin querer, no se entera y, por lo tanto, no se lo tendrá en cuenta. Solo quien lo observa con los ojos culpables de quien se ha dejado también llevar momentáneamente por las inapropiadas circunstancias o con los ojos afligidos de quien sufre el luto de la pérdida, puede percibir la inconveniencia de reír cuando tocaría llorar. Por un momento, ante esa inoportuna algarabía, a uno le viene a la mente el episodio evangélico de Jesús expulsando a los mercaderes del templo, pero a fin de cuentas somos humanos y es de humanos no saber ponerse en el lugar de los demás, especialmente si están afligidos.

Somos humanos. No somos nada.


30 comentarios:

  1. ¡¡¡Hola!!!
    Uffff, este tema es complicado. Hace un mes escribí sobre algo parecido y tú me decías que no hay que tipificar el dolor, unos lloran más, otros menos aunque al final hay que llorar y superarlo. Pero una cosa es eso y otra hacer un circo del funeral.
    Yo misma soy de reacciones lentas. Cuando falleció mi padre, que era joven y fue de repente, la gente se veía desolada, y mi madre y yo estábamos más o menos normales, y deberías vernos una semana después...pero estar normales no significa ir saludando amigos y haciendo corrillo, significa que no lo asumíamos y no sabíamos casi ni donde estábamos.

    Respecto a lo de la caja abierta...lo odio, el conocido que se nos fue hace un mes era una persona alegre, extraordinaria y vital y al entrar en la sala y ver que la caja estaba abierta, y ver su deterioro...qué horror, creo que no es necesario. Yo con mi padre, que ni atinaba a elegir, maticé lo de la caja cerrada un millón de veces, y eso que en su caso no hubo sufrimiento ni deterioro.
    Un abrazo y me ha gustado el enfoque que le das, yo misma he pecado al ir a saludar alegre en un momento así.

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    1. Cada persona es un mundo y, como tal, manifiesta sus sentimientos de modo distinto. Es bastante habitual que durante el sepelio se soporte el dolor mucho mejor que días después, cuando aflora de verdad. Durante el drama, a veces uno se comporta como un zombie y no se da cuenta de lo terrible que es haber perdido a un ser querido hasta que alcanza la suficiente lucidez. Y luego vienen las distintas fases del duelo, que cada uno vive también a su manera.
      Una cosa es vivir esta situación desde dentro y otra muy distinta -lo que he pretendido reflejar en esta entrada- es verlo desde fuera, desde la mirada de un observador neutral.
      Te agradezco, Gemma, que hayas compartido tu propia experiencia con nosotros.
      Un fuerte abrazo.

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  2. Siempre es doloroso ir a dar el pésame. Como en tu caso, soy incapaz de parecer natural en ese memento, incluso si se trata de una persona querida o una muerte trágica,... finalmente tiro por el camino del medio y le doy un abrazo,... un beso,... un apretón de manos,... Pero es cierto que esas reuniones de viejos conocidos parecen ser una constante en todas partes. A mi, aunque no veré mi funeral, me gustaría que mis amigos me recordaran con una sonrisa en su rostro. Saludos Josep!

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    1. Todas estas situaciones siguen, por lo visto, un patrón y parece que todos nos sentimos fuera de lugar cuando se trata de dar el pésame. He visto, son embargo, a gente que lo hace efusivamente y le dedica un tiempo que me resulta incomprensiblemente largo. ¿Qué se le puede decir a alguien que recibe las condolencias, durante más de dos minutos, que no sean banalidades? Pienso que deben ser personas con un don de oratoria. Me gustaría estar cerca para oír su forma de dar consuelo. Es algo parecido a lo que pienso cuando, tras un grave accidente en el que han perecido muchas personas, se desplazan al lugar un grupo de psicólogos para atender a los familiares. ¿Que se le puede decir a un familiar que acaba de perder a un ser querido, por muy psicólogo que sea, a pie de calle, en la puerta del hospital o del anatómico forense?

      Desde luego yo también preferiría que me recordaran con una sonrisa pero, de poder verlo, creo que me irritaría ver cómo cuentan chistes sin contar conmigo.
      Un abrazo.

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  3. El dolor de la pérdida es como las tarjetas de crédito: "algo muy personal e intransferible". Cada cual lo sufre a su manera. Hay quienes lo exteriorizan y quienes se lo guardan para sí; hay quienes se lo toman a la tremenda y quienes lo relativizan; hay quienes lo asumen como algo inevitable y quienes lo ven como un paso más hacia la "vida eterna" en la que volveremos a reencontrarnos con quienes nos han precedido en el tránsito. Como ves, hay de todo.

    Yo también entono el "mea culpa", pues en algún que otro funeral he sido de los que en algún momento del mismo se ha reído o ha provocado la risa, pues si hay dos antídotos para la muerte esos son el sexo y la risa. En ese sentido estoy con El Baile del Norte, en mi funeral me gustaría que quienes me sobrevivan hagan del mismo una celebración de vida y que me recuerden riendo. Te aseguro que si es cierto eso que dicen y que mi alma me sobrevivirá tras mi muerte, a mi alma le encantará sentir las risas de quienes me conocieron en vida.

    Un abrazo, Josep.

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    1. Hola Pedro. Ciertamente, al margen de cómo exterioriza cada uno el dolor, siempre he pensado que el creyente tiene el consuelo de pensar que esa pérdida es transitoria y que, tarde o temprano, habrá un reencuentro.
      Lo que yo describo en esta entrada es algo que he vivido repetidamente pues, por desgracia, ya son muchos los funerales a los que he asistido. Y aunque en alguna ocasión, como menciono, me he dejado llevar por la jocosidad del público que me rodea, después he recapacitado y he comprendido que estaba fuera de tono. Afortunadamente, los familiares dolientes no están para darse cuenta de ello, suficiente pena tienen como para observar lo que ocurre a su alrededor.
      Cuando he sido yo quien ha tenido que recibir el pésame, he procurado aislarme lo suficiente (no solo soy malo para dar sino también para recibir las condolencias) para no ver el ambiente que se formaba a mi alrededor, algo, por otra parte, comprensible aunque con reparos.

      Como he dicho a Baile de Norte, no me importaría que mis amigos me dedicaran un recuerdo jocoso, pero sin excederse. Nada de cantar y bailar, como se hace en otras culturas y latitudes, jeje

      Un abrazo.

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  4. A la colección de tópicos que se dicen habitualmente, añadiría uno que he escuchado alguna vez en los pueblos, donde son especialistas en el asunto: "Muchos años para encomendarlo". Es como si ya que lo suyo no tiene remedio, por lo menos que nosotros lo sobrevivamos todo lo que sea posible.
    Muy interesante y atinada la entrada.
    Un abrazo.

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    1. Siempre se aprende algo nuevo. Nunca había oído tal expresión. Desde luego es muy práctica y realista, jeje
      Un abrazo.



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  5. Es aunque doloroso triste muy triste es un punto de vista interesante, la verdad cuando se murió mi padre hace un año y pico, la verdad entre que se murió de repente y sin esperarlo (a las once la noche nos dijeron que gracias a la diálisis iba a estar bien y a las cinco falleció te puedes imaginar), no podía ver a la gente contenta y riéndose como si cualquier cosa, no lo entendía y ahora leyendo tu post lo entiendo un poco, claro la gente va a acompañar a la familia pero en cierto modo ellos siguen vivos, y reír forma parte d ela vida que mas da el dolor ajeno? pero bueno son supongo cosas que ocurren, quiero pensar que es un mecanismo de defensa para eludir el hecho de la muerte, o de que realmente ver alguien muerto es algo que nos a de pasar a todos pero la gente no lo quiere asumir.
    Es cierto que a la hora de dar el pésame soy muy torpe lo reconozco, es decir, me quedo en un lo siento y doy un beso o un abrazo, depende claro de la cercanía con el difunto y su familia.
    Un abrazo Josep, gracias por traernos un tema doloroso pero interesante punto de vista, y es que la muerte forma parte de la vida y es algo en lo que todos antes o después hemos de llegar triste e inevitablemente. TERE.

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    1. Pues mi suegro, con 48 años, falleció de repente, de un infarto de miocardio. Salió de casa a las 5 de la tarde para ir a visitar a un familiar que estaba ingresado, y volvió a entrar en casa a las 9 de la noche con los pies por delante, como vulgarmente se dice.
      Viviendo en un pueblo, la casa se llenó de amigos y vecinos. Cuando llegué (mi mujer y yo todavía éramos novios y yo vivía en Barcelona capital), aquello parecía una fiesta, la gente llenado todos los espacios, de pie o sentados, y tomando café o comiendo algo. Entonces no habían tanatorios y los difuntos permanecían en casa hasta el entierro, por lo que a los familiares se les acompañaba casi toda la noche, charlando o rezando el rosario. Todo me pareció irreal. Por lo menos ahora resulta un poco más moderado, pero aun así he querido dar mi visión de los hechos tal como suceden.
      Muchas gracias a ti, Tere, por comentar tu experiencia.
      Un abrazo.

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  6. Es cierto que no somos nada mi amigo.
    Estoy como tú, siempre me siento extraño al tener que dar las condolencias y me limito a dar un abrazo al doliente, nunca sé qué decir y como tú, siento esas frases hechas muy acartonadas y me siento fuera de lugar al utilizarlas.
    Yo creo que el espíritu sí está presente en el funeral, que puede ver lo que ahí pasa. Pero eso es sólo mi creencia, o mi deseo, jajaja.
    Sobre lo del ambiente festivo, no creo que sea tan malo, sobretodo cuando son las únicas ocasiones en que se ve a familiares que viven lejos o a los que no se trata por las ocupaciones cotidianas.
    Me ha gustado tu reflexión Josep.
    Abrazos

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    1. Si, como apuntas, el espíritu del difunto puede verlo, estoy seguro que es mucho más complaciente que yo y se lo toma de un modo mucho más condescendiente, jeje
      Ciertamente, en los bautizos, bodas y funerales, es donde confluyen amigos y parientes que hace tiempo que uno no ve, por lo que son lógicas las expresiones de alegría. Pero, desde mi punto de vista, una cosa es alegrarse por ver a esa persona querida y otra muy distinta es que, para matar el tiempo, los visitantes se dediquen a contarse anécdotas y a reís, lo que afea un poco su comportamiento ante los familiares del difunto. Para eso está el bar y la calle.
      Pero, ojo, que repito una vez más que yo también he caído en la tentación y por un momento me he olvidado de dónde estoy y el motivo por el cual estoy ahí.
      Un abrazo.

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  7. Hola Josep Mª puedo contarte mi experiencia tanto siendo protagonista y receptora o acompañante y emisora. La última solo llega, besa, saluda y acompaña. La segunda había llorado tanto, tanto en el funeral que no le importó para nada las sonrisas, ni las risas, porque ella misma recibía la condolencia sonriendo. Tal vez hubiese ocurrido lo contrario con una muerte diferente, inesperada que marca la tensión, el desgarro del llanto está presente. Las plañideras estaban presentes porque el llanto atrae llanto, creaban el ambiente que se suponía que debía de haber. Pero creo que depende mucho del familiar. Para mi la despedida fue una reunión de familia, amigos, conocidos porque realmente mi madre era una mujer alegre, querida y también respetada. Vino mucha gente y no me importó para nada el bullicio, las risas (no repare en formalismos). De todo saco, que es el acompañamiento el más importante, si son con alegrías de compartir encuentros no creo que sea malo, al contrario, hay familias que se llevan mal, y solo se han visto en un funeral, como tienen que hablarse, pues se olvida un poco lo rancio que queda en su alma. Un abrazo caluroso.

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    1. Hola Eme. Es bien cierto la máxima que dice que cada uno cuenta la fiesta según le va. Yo añadiría que cada uno reacciona ante la misma situación de acuerdo con su carácter.
      La situación que describo es la que ha observado alguien (yo) desde fuera, como un observador imparcial que "juzga" el comportamiento humano (y recalco lo de humano) en situaciones especiales como es la de asistir a un funeral.
      Evidentemente, hay funerales para todos los gustos. Los hay íntimos y los hay multitudinarios. En estos últimos, a los que también he asistido, especialmente cuando se trata del fallecimiento de una persona pública, la asistencia al acto de acompañamiento de los familiares y al acto religioso se convierte en algo extremadamente superficial, en el que se asiste más por compromiso que por verdadero sentimiento. Este es el caso más notorio en el que uno de pregunta de qué va el tema. Pero no era esa la escena que yo he pretendido representar en esta entrada. Mi intención ha sido plasmar la imagen que generalmente he recibido de la forma en que se desenvuelve la gente en los funerales. Aunque, por supuesto, hasta en esto hay formas muy dispares de llevarlo a cabo y de asumirlo.
      Un abrazo.

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  8. Un relato muy auténtico, pues así exactamente como lo expones, es lo que en realidad sucede en los velatorios.
    Esas sensaciones de no saber que decir cuando tienes que dar el pésame, siempre pensando no usar las palabras tan vacías y que en realidad son las que se emplean al final.
    La verdad es que cuando eres el afectado, no te molestan las risas, ya que cuando has estado en el otro lado, se ha hecho lo mismo, casi inevitable cuando se ven personas que hace mucho que no saludas.
    Muy buena tu entrada, un recuerdo a estos sitios lúgubres por los que pasamos todos, sin remisión.
    Un abrazo Josep.

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    1. Hola Elda. Cuando he sido yo el afectado, tampoco he sido tan crítico como puede parecer que lo he sido ahora. Será, como tú dices, porque también he estado en el otro lado, o porque no estaba para cháchara y casi siempre permanecía junto a mi familia en la sala del velatorio. Lógicamente, al recibir el pésame, la sonrisa de agradecimiento y de cariño no puede faltar.
      Curiosamente, por mucho que haya asistido a estos actos, nunca he acabado de acostumbrarme.
      Un abrazo.

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  9. Bueno, creo que yo tengo una perspectiva distinta sobre este tema. Teniendo en cuenta que ya he vivido bastantes, y seguro que no los últimos, entierros y velatorios, incluidos el de mi madre y algunos familiares cercanos. Aquí en Andalucía la costumbre es no cerrar el velatorio por la noche, algo que me parece horrendo. Pero esa es mi opinión, la gente se cansa y al final nadie sabe donde estás de lo cansado que te encuentras.
    Para mí esos corrillos son necesarios, son esos momentos que te sacan de ese letargo de tristeza que no puedes soportar. Son la forma de salir de un ambiente insano que no podrías soportar tanto tiempo. Luego cuando eso acaba, te encuentras en la soledad con el día a día con esa pérdida. Así que no veo mal esos corrillos y encuentros. Otra cosa es que te rías a carcajada batiente. A mí en el velatorio de mi madre me entró un ataque de risa que no podía controlar. Tuve que esconderme de la verguenza que me daba. Supongo que sería el cansancio.
    En cuanto que decir a la persona. Yo no soporto que venga la gente a decirme frases tipo "no somos nadie". Yo con un "Lo siento" y un abrazo me es suficiente. En eso somos diferentes.
    Un besillo.

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    1. Como no podría ser de otro modo, cada cual tiene su experiencia y opinión personal al respecto.
      No es que me parezca mal que se formen corrillos cuando en un velatorio se encuentran familiares y conocidos que no se veían desde hacía mucho tiempo. Es una forma de romper con la rigidez y la tensión del momento y es algo natural expresar esa alegría por el reencuentro, aunque sea en circunstancias dolorosas. Es harto frecuente que, en la despedida, se diga aquello de "a ver si la próxima vez nos vemos en una situación menos triste", o algo por el estilo.
      Lo que he querido, hasta cierto punto, criticar en esta entrada son los corrillos que generalmente forman personas que asisten al acto en deferencia de uno de los familiares pero que no necesariamente conocían al difunto. Van por cortesía del compañero o del amigo. Y como les trae sin cuidado (sin ánimo de ofender) el difunto, se olvidan del dolor de sus allegados, que pueden estar presentes, y se dedican a charlar de cosas intrascendentes que les hace reír. Así pues, del mismo modo que en una iglesia no nos pondríamos a contar chistes, respetando el lugar destinado a rezar, oír misa o al recogimiento espiritual de los creyentes, siempre me ha parecido fuera de lugar las risas entre amigotes en un tanatorio donde se supone que vas a dar el pésame a alguien que lo está pasando mal.
      De todos modos, todos hemos tenido reacciones "anómalas" en situaciones tensas, quizá por culpa de los nervios.
      Muchas gracias, María, por tu aportación y comentario.
      Un beso.

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  10. Uno de mis defectos que más odio es que hago inconsciente e irrefrenablemente chistes con humor negro en las situaciones más inoportunas como, obviamente, un funeral. Eso me ha llevado a tener algún que otro 'marrón', ya me entiendes por lo que veo, pero por suerte nada irreparable.

    Es complicado, retomando tu monográfico: parece que uno nunca sabe qué decir porque sabe que ni va a consolar ni va a ser el primero en decirlo.

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    1. Reconozco que la originalidad no entra en este tipo de actos y, por lo que veo, casi todos estamos descolocados cuando nos enfrentamos a una de estas situaciones.
      Y en cuanto a lo de los chistes, supongo que para según quien (como tu caso) debe ser algo irrefrenable. Quizá la tensión o incomodidad del momento hace aflorar el sentido del humor para desdramatizar la ocasión, o quién sabe.
      Recuerdo que la noche anterior al día en que me tenía que incorporar a la mili, estaba tan agitado que no para de charlar, cosa muy rara en mí. Lo más lógico habría sido que, acojonado como estaba, me hubiera quedado en un rincón y con la boca cerrada esperando el fatal desenlace.
      Un abrazo.

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  11. Otra sublime reflexión que aplaudo, Josep; esta vez con un tinte "tragicómico" muy bien llevado, por cierto.
    Es verdad que con el humor negro hay que saber bien qué, cómo y cuándo utilizarlo, ya que una broma de este tipo puede resultar desafortunada, como te ha sucedido a ti (sería interesante ver en vivo y en directo cómo escapaste de tan incómoda situación).
    El gallinero en el que se convierten los funerales es, a decir verdad, un aspecto que siempre me ha molestado bastante. Se trata, como es lógico, de una cuestión de empatía con la familia del difunto. Además, pienso que, el día que me toque velar a un ser querido importante, no voy a querer a toda a esa gente hablando a grito pelao en el tanatorio, sencillamente porque, para mí, un acto así debe ser un evento íntimo, familiar. Ante el griterío es evidente que el muerto no se despertaría, pero mi mala hostia, seguro que sí.
    Un fuerte abrazo.

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    1. ese "qué" de la segunda línea de mi comentario es una errata, por cierto :D

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    2. Pues creo recordar que me puse rojo como un tomate maduro, sin poder disimular mi azoramiento. Y menos mal que la persona afectada fue ecuánime y la relación que nos unía hizo que no se soliviantara o me echara la caballería encima por mi falta de tacto. En más de una ocasión he metido la pata hablando de algo que ha podido importunar a alguno de los presentes. Con los años he aprendido a ser cauto y antes de decir cualquier cosa en plan irónico lo pienso dos veces.
      Parece como si a la gente, en general, le vaya el bullicio cuando están en grupo. Recuerdo una ocasión que el cura tuvo que llamar la atención al público por la algarabía que se había formado dentro de la iglesia. Somos gregarios como un rebaño y bulliciosos por naturaleza. Bueno, yo no, pero debo ser la oveja negra, jeje.
      Muchas gracias, Sofia, por tu comentario, y ese "qué" rebelde me había pasado desapercibido, pero, de todos modos, te perdono.
      Un fuerte abrazo.

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  12. Un velatorio no deja de ser, al fin y al cabo, una reunión social y como tal da lugar a la conversación que no tiene por qué ser especialmente fúnebre. Como tú bien comentas, a veces es motivo de reunión de viejos conocidos que llevan tiempo sin verse y eso propicia la evasión y el no ser conscientes del motivo que ha originado el reunirse.
    De cualquier manera yo también creo que tras ese ambiente distendido se esconde una manera de defenderse de la muerte, de celebrar que uno sigue vivo y que el protagonista del evento es otro. Además, al finado lo mismo le va a dar que se ría o se llore, no se entera de nada.
    Un abrazo.

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    1. Ciertamente, Paloma, al finado le da igual el ambiente que rodea a su cuerpo mortal y, aunque lo pudiera ver, quizá hasta le gustaría unirse a la algarabía general.
      Aun así, creo que hay que guardar una cierta compostura por respeto, no ya hacia el difunto, sino a su familia, que (se supone) lo está pasando mal.
      Muchas gracias por tu comentario.
      Un abrazo.

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  13. Hola Josep Mª, un tema peliagudo el que te atreves a tocar!! La verdad es que tus reflexiones son las que muchos nos hemos hecho muchas veces, pero con el tiempo la visión de las cosas van cambiando, yo desde luego he cambiado, puede ser debido a que vas con mucha más frecuencia al tanatorio de lo que te gustaría y asistes a muchos de seres que realmente te importan y ya todo cambia.
    Yo desde luego desde que falleció mi madre me acuerdo mucho de uno de los poemas que ella recitaba de Gustavo Adolfo Bécquer y que a mi no me gustaba, me daba un poco de miedo... o no se, pero ahora lo leo de otra manera y ya me ha cambiado mi visión.
    "Cerraron sus ojos
    que aún tenía abiertos,
    taparon su cara
    con un blanco lienzo,
    y unos sollozando,
    otros en silencio,
    de la triste alcoba
    todos se salieron.."
    Bueno Josep Mª, aunque sean convencionalismos y liturgias a seguir yo creo que acompañan mucho tener a gente a tu lado y más si significan algo para ti o para el difunto, y las anécdotas que pasen serán un recuerdo más.
    Un fuerte abrazo amigo.

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    1. Desde luego, las cosas se ven de forma distinta según en qué lado del velatorio estás, y según la cercanía que uno tenía con el difunto en vida. No es lo mismo un conocido, un pariente lejano o un allegado íntimo.
      Aunque fúnebre, un bello poema el de Bécquer. Gracias por compartirlo.
      Un abrazo, Xus.

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  14. Evidentemente, casa uno expresa su dolor y manifiesta sus sentimientos hacia un difunto y su familia de forma distinta y en función de su personalidad e ideología. Comparto contigo ese modo de pensar. Yo no iría a ningún velatorio si no fuera porque muchas veces te sientes obligado por el entorno más próximo.
    Muy acertado el poema. A todos nos tocará nuestro turno, que espero se prolongue mucho, :)
    Un abrazo.

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  15. Me ha encantado tu mordaz entrada, Josep Mª! Con la llegada del verano te tenía muy pendiente, jeje. Yo también he de entonar el mea culpa, porque alguna vez me ha sucedido como comentas. Alguien te dice algo gracioso y la risa surge sin más, sin buscar. He ido a bastantes velatorios por desgracia, siendo los más dolorosos los de familiares fallecidos en accidentes y bastante jóvenes, o fallecidos de forma repentina, tanto, que cuando asistes al velatorio aún no te has hecho a la idea. Opino bastante como María, esos corrillos a mí me han salvado en algunas situaciones. Quizá porque mi familia es muy numerosa y en mi caso siempre nos acunamos los unos a los otros. Sí que es verdad, y en eso te voy a dar la razón, en que aveces asisten personas por cortesía, con las que se nota que realmente el difunto o la familia les importa un pimiento. Quizá por eso yo no suelo ir a velatorios, a menos que sea de alguien muy cercano. Normalmente acudo al funeral y si puedo me acerco a los familiares y les doy el pésame o la mano, depende. Y si no veo el momento me marcho sin decir nada, pues yo tampoco soy un hacha para estas situaciones, jeje. Un fuerte abrazo y feliz Agosto! Nos volvemos a ver en tattoo, a ver si cae estos días! ; )

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  16. Será porque somos animales sociales, y se ve hasta en esto de morirse. Antes en los pueblos, al lado de dónde se velaba al difunto, se disponía un ágape para la concurrencia. Ahora, como ya no se vela en las casas sino en los tanatorios, el ágape lo celebran en un restaurante los más cercanos al difunto, que a la sazón lo dejó pagado para que se celebrase en su nombre.
    Hay costumbres de lo más variopintas. Y sí, para mi también es una situación complicada, así que cuando me ha tocado recibir "pésames", me he hecho cargo del mal trago que supone para muchos...

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