La publicidad es un mal necesario, admitámoslo. En una sociedad de consumo como la nuestra es de vital importancia que las empresas sepan vender sus productos al comprador potencial. El publicista es un profesional muy bien cotizado y reconocido. La publicidad mueve miles y miles de millones de euros al año, en paralelo a las ganancias de las marcas más célebres. Conmigo, sin embargo, la mayoría de empresas no harían negocio. Generalmente no presto mucha atención a sus mensajes y, si puedo, los evito. Pero están ahí, martilleándonos a todas horas y en todos los lugares. Tenemos publicidad en la calle, en el cine, en los periódicos, en las revistas, pero sobre todo en la televisión. Hay que reconocer que algunos spots publicitarios son una pequeña obra de arte, aunque el fin sea convencer de algo a alguien y vendérselo como algo imprescindible para ser feliz. Pero esa es la excepción a la regla. Hay anuncios originales, simpáticos, llamativos, pero para mí la regla es que los anuncios son una bazofia ─en la forma, en el fondo o en ambas cosas─ con el único objetivo de comernos el coco.
Si la publicidad fuese un germen, sería un patógeno, un parásito, y nosotros su huésped. Unos, los menos, seríamos lo que se conoce como portadores sanos, es decir que, habiendo sido infectados, no sufrimos los síntomas de la enfermedad. Hemos quedado inmunizados sin saberlo. Otros, los más, sufren las consecuencias de la infección, aunque esta, por fortuna, no es mortal. Aun así, los que peor pronóstico tienen son los compradores compulsivos.
Que la publicidad es necesaria para vender un producto es tan obvio como que el sol sale al amanecer. Que los mensajes publicitarios exageran las propiedades de dichos productos es algo que lo tenemos tan asumido que ya forma parte del mismo concepto de publicidad. Pero que el objetivo de la publicidad sea engañar al público eso ya es delito.
Podría poner centenares de ejemplos en los que no se dice la verdad y no pasa nada. Me refiero, por ejemplo, a la promoción de un producto como si fuera el elixir de la eterna juventud, a la publicidad de las promesas no cumplidas, a la de los productos milagro, a la que asegura que se perderán 12 kilos en pocas semanas tomando un preparado, a la que ofrece devolver el dinero si la consumidora no va al baño regularmente tras dos semanas de tomarse ese yogur tan rico en probióticos o a la que, en el mismo periodo de tiempo, no pierde peso al beber ese agua mineral de alta montaña, a sabiendas de que nadie se atreverá a reclamar para no hacer el ridículo, para no reconocer que ha picado con el timo de la estampita. Que, por cierto, yo me pregunto si habrá alguien estreñido capaz de aguantar dos semanas sin ir al baño esperando a que el yogur haga el efecto deseado.
Parece que algunos publicistas tengan patente de corso. Pueden hacer o decir lo que les apetezca, aunque sean auténticas barbaridades. ¿Qué es el bio-alcohol?, ¿o el oxígeno activado? ¿Y esos granulitos que atrapan la grasa circulante? Se pueden exhibir anuncios verdaderamente machistas sin ningún reparo a menos que aparezca en una valla publicitaria y a alguien se le ocurra denunciarlo. Parece que no tenemos un verdadero sistema de autocontrol de la publicidad. Si cuela, cuela.
Si bien toda esa publicidad engañosa me enoja, al comprobar que ningún organismo pone coto a tanta desvergüenza, teniendo en cuenta que alguna puede conllevar efectos nocivos para la salud, la que más me irrita es la que ofende mi intelecto, la que engaña con ardides de tal calibre que claramente toma al consumidor por idiota. Es la publicidad que utiliza métodos persuasivos, cuando no coercitivos, para lograr su propósito. La que engaña de forma más o menos subliminal, la que juega con la tontería humana. La que, en muchas ocasiones, invade nuestro espacio, nuestra vida privada, nuestra intimidad.
Por mucho que vea que me están intentando colar un gol, venderme la moto o engatusarme con buenas palabras, me exaspera que sigan utilizando estos métodos tan burdos que son un insulto a la inteligencia. Indicar un precio irrisorio para unas gafas graduadas, que incluye, por si fuera poco, unas segundas lentes completamente gratis. Carteles en los escaparates que anuncian precios rebajados “hasta el 70%” cuando en realidad tal rebaja solo afecta a unos pocos productos que nadie osaría comprar, mientras que la gran mayoría están rebajados un 30%, lo habitual en periodo de rebajas. Y no mienten, pero incitan al malentendido. Es como indicar el precio de un coche de alta gama “a partir de 20.000 euros”, pero si deseas tener todos los accesorios y prestaciones como la gran mayoría de marcas de la misma categoría, este precio se dispara considerablemente. Tampoco mienten. Simplemente muestran el panal de rica miel para atraer a las golosas moscas que, una vez atrapadas, no mueren pero acaban presas de patas en él, pagando casi el doble del precio insinuado. Mal por las moscas, mal por el apicultor.
¿Quién no ha visto por televisión ofertas de una compañía de telefonía o plataformas de entretenimiento de pago con unas condiciones económicas realmente atractivas, mientras que en la base de la pantalla corre como una liebre un texto minúsculo que, en realidad, indica que dicha oferta solo cubre los primeros x meses?
También sufrimos la publicidad a domicilio. Ya no llaman a la puerta, como antaño, vendiendo enciclopedias por el barrio, sino al teléfono. Es el telemarketing. Cuando, por lo menos, ese tipo de llamadas procedían de un número secreto, anónimo o extrañamente largo, con no contestar te sacabas al pelmazo de encima. Pero aprendieron la lección y ahora estas llamadas aparecen con un número “inocuo”, con el prefijo provincial, que no levanta sospechas. Sin embargo, las primeras palabras ya les delatan, pero el auricular ya está en tus oídos. Son muy amables, se presentan con su nombre y el de la empresa (que casi nunca se entiende), y a continuación se inicia el largo sermón sin dejar espacio entre palabras para la réplica. Y uno que sigue siendo mínimamente educado no se atreve a interrumpir hasta que los nervios le traicionan, viéndose obligado a cortar por lo sano.
¿Quién no ha recibido una llamada telefónica anunciándole que ha sido elegido al azar, entre todos los habitantes de su población, para disfrutar de una oferta sin parangón o de un obsequio, solo por acceder a contestar unas simples preguntas sobre, por ejemplo, sus hábitos saludables? Luego resulta que la oferta consiste en tener el privilegio de que te hagan una demostración “gratis” de un artilugio o bien el obsequio en cuestión no es más que una baratija para la que “solo” debes abonar los gastos de envío, que superan su valor. Por no hablar de la molestia que representan estas llamadas a la hora de comer o de cenar, para asegurarse, de ese modo, que dan con el titular, el propietario, el ama de casa, con alguien a quien importunarle con esa oferta que no podrá rechazar.
El empleo de internet ha añadido nuevas formas de importunar al sufrido consumidor. Estamos absolutamente controlados y no nos podemos escapar. Solo por haber consultado una web de hoteles o los vuelos de una compañía (Accorhotels.com, eDreams, booking.com, etc.) nos lloverán ofertas a raudales durante el resto de nuestra vida, aunque ya las hayamos aprovechado. ¿Si ya hice una reserva de hotel en Bilbao, por qué siguen dándome información sobre hoteles en Bilbao? Si acabo de volver de Cancún, ¿a qué viene que me recomienden viajar a Cancún? Si solo he buscado información sobre rutas en el Pirineo, ¿a qué viene esa insistencia para que haga una escapada al Pirineo todos los fines de semana?
Pero de todas las técnicas engañosas, que hieren, o deberían herir, la sensibilidad del consumidor, la peor es el empleo de los 95 céntimos, e incluso 99 céntimos, para los decimales de un precio. “Por solo 69,99 euros”. ¿Acaso alguien comprará ese artículo con mucha más probabilidad que si el precio estuviera marcado en 70 euros? Debo pensar que así es, puesto que, de lo contrario, no utilizarían esta ridícula práctica.
Como publicidad fastidiosa, yo le daría el primer premio a los cortes publicitarios en televisión, sobre todo los que aparecen sin aviso y que por un instante te dejan dudando sobre si las imágenes que ves forman parte de la película que estabas siguiendo. ¿Qué pinta ese tío rociándose con un desodorante cuando el aguerrido policía acaba de echar la puerta abajo de una patada? Y a la vuelta. Tras un refrescante trago de cerveza junto a la playa, el policía vuelve a la carga abalanzándose sobre el presunto terrorista. Juegan impunemente con nosotros. Somos sus peleles. En algunos casos son lo suficientemente corteses como para avisar con un “volvemos en 7 minutos” aunque, en realidad, son más, que lo he contado. Pero también esto forma parte del pan nuestro de cada día. Y como ya estamos acostumbrados, no nos quejarnos y somos unos dóciles corderitos, pues introducen nuevas prácticas. Estas se basan ahora en la molestia visual ─por lo menos a mí me molesta─ que consiste en mantener todo el tiempo que dura una película, en un ángulo de la pantalla, bien vivible, el título de otro programa o película que se emitirá próximamente, indicando el día y la hora. Así, estamos viendo “La guerra de los mundos” y aparece, sobreimpresionado, en letras mayúsculas, “La momia, mañana, 22:30 horas”. Supongo que es el precio a pagar por tener una televisión gratuita. De algún modo se lo tienen que cobrar. A fin de cuentas, la publicidad es su fuente de ingresos.
La verdad es que no sabría decir qué me incomoda más, si la publicidad engañosa o la fastidiosa. Por lo menos, la primera, con algunos conocimientos y una buena dosis de sentido común puedo neutralizarla, aunque no evitarla, pero a la segunda no me queda más remedio que soportarla.
A los que estudian marketing y/o publicidad deberían enseñarles que el fin no justifica los medios. Pero entonces quizá muchas firmas no se harían de oro.
Ilustración: Imagen obtenida de Internet
Querido/as lector/as: Por problemas no identificados e irresolubles por parte de este patoso usuario, he debido eliminar la versión de esta entrada publicada previamente y volverla a cargar. El problema, de origen desconocido para mí, consistía en la imposibilidad de dejar comentarios y de responderlos. Sólo cuatro afortunados pudieron hacerlo, entre ellos mi mujer, que se ofreció voluntaria para investigar la anomalía. El caso es que, como apunté en una de mis publicaciones, en la que hablaba de "la odiosa informática", todo se resuelve reiniciando el sistema o, como en este caso, borrando y volviendo a copiar. Misterios de la informática.
ResponderEliminarGracias, Gildardo, Julia y Marigem por vuestros comentarios que ahora han quedado en el limbo.
Un abrazo.
Jajaja, no te preocupes, lo importante es que lo has solucionado.
ResponderEliminarUn abrazo y otro para tu mujer, que investigar estas anomalías tiene mérito.
Muchas gracias por volver para dejar este comentario. ¿Qué haría yo sin mi mujer?
EliminarUn abrazo.
Hola Josep, ya me enteré, jajaja. Yo creo que estas anomalías son de parte de Blogger, pues de vez en cuando surge algo que el usuario no tiene la culpa.
ResponderEliminarBueno, y en cuanto a tu entrada, escribes exactamente lo que ocurre con la publicidad y creo todos estamos de acuerdo, pero la verdad sea dicha que yo no le hago ni caso a lo que anuncian, tanto es así que algunas veces veo un anuncio que me resulta muy gracioso, y cuando termina no me he enterado de que se anunciaba en él, y es que hay que reconocer que los publicistas en algunos casos son muy ingeniosos.
Conclusión por mi parte... alguna vez vienen bien, si estás viendo algo interesante, para ir al baño, jajaja.
Un abrazo Josep.
Pues sí, Elda, al menos ya no sospecho de un lector-periodista-hacker ofendido y vengativo que quisiera hacerme la puñeta bloqueando cualquier intento de comentar, jeje. A veces uno se vuelve un poco paranoico cuando pasan cosas raras.
EliminarEn cuanto a los anuncios, si sale una chica muy guapa, lo miro, pero si no, no, jajaja. Y luego, claro, me olvido del tema o ni siquiera me fijo.
Hablando en serio, hay momentos que si pudiera apretar un botón y que el responsable del corte publicitario saltara por los aires, lo haría si dudar, porque a veces lo que hacen es de juzgado de guardia: cortan una película cuando solo faltan 2 minutos para terminar y cuando vuelven es para ver el final y los créditos. Y luego, cuando empieza la siguiente (hay cadenas que los fines de semana echan varias películas seguidas), vuelven a cortar casi de inmediato. Y todo para que no cambies de canal pues ya te han enganchado con las primeras imágenes. Así que en este tema de la publicidad son tan culpables los anunciantes como los intermediarios, que son cómplices de estos abusos y tomaduras de pelo. Y todo por la pasta.
Sí es cierto que, por lo menos, nos dan un respiro para ir al baño, a la cocina o donde sea.
Un abrazo.
Ay los misterios de la informática.
ResponderEliminarHoy leía un artículo precisamente sobre la utilización de los datos y como un dato en un gráfico u en otro nos puede dar una visión distorsionada de la realidad, es igual que esos paneles en los super justo en el momento de pagar, todo lo que hacemos está estudiado al milímetro para hacernos comprar cosas que no necesitamos mientras creemos que compramos la belleza, el estatus o la vida que creemos que tienen los "ricos", nos manipulan y nos dejamos manipular y sabemos muchas verdades sobre la publicidad engañosa y caemos, el problema es que nos han hecho creer que necesitamos todo eso para ser felices mientras que lo que realmente importa en la vida ni se compra ni se vende.
Con mucha frecuencia hay montones de personas esclavas pero contentas de trabajar a todas horas para tener más, creyendo que poseer da la felicidad y se les pasa la vida y esa sí es irrecuperable..
Muchas gracias por tu reflexión.
Besos y feliz fin de semana
Muchas gracias a ti, Conxita, por tu aportación.
EliminarA veces nos tiran el anzuelo sin que apenas nos demos cuenta, y picamos. Nos atraen con cantos de sirena y acabamos prendidos en las redes de la sociedad de consumo. ¿Quién no tiene un móvil, una tableta, etc.? Han creado necesidades y dependencias bajo una supuesta modernización. Todo tiene sus pros y sus contras. Lo importante es saber discernir entra ambas cosas y tomar una decisión libremente y a sabiendas de lo que conlleva.
¿Cómo es posible que haya gente durmiendo en la calle para ser de los primeros en adquirir el iPhone de última generación que cuesta un pastón? Mientras que hay quien también duerme en la calle pero por otros motivos bien distintos.
Es muy cierto que muchos se pierden lo mejor de la vida dedicando su tiempo a ese trabajo que les permitirá acaparar un mayor número de bienes materiales que quedarán desfasados en muy poco tiempo. Como escribí años ha en una entrada que titulé "la bolsa o la vida", perdemos la vida para poder vivir. ¿No es un contrasentido?
Besos y que pases también un feliz fin de semana.
EStupenda reflexión sobre la publicidad. Yo creo que nací con algún gen que me inmuniza porque no le hago mucho caso y desde luego no sigo sus consejos, pero al igual que a ti me enfada mucho la manera tan burda de engañar, aunque es verdad que mucha culpa la tienen quienes se dejan manipular.
ResponderEliminarEn cualquier caso, se supone que hay organismos reguladores para que el engaño no sea flagrante y abusivo, pero no sé dónde están ni cómo actúan pues en muchos anuncios se ve que es una estafa manifiesta lo que están publicitando.
Tu texto me ha recordado que esta mañana vi en una marquesina del bus un cartel publicitando una crema anticelulítica con la foto de los glúteos de una joven mujer con toda la pinta de no haber tenido celulitis en su vida.
Un abrazo, Josep.
Quizá donde más empeño ponen los publicistas en convencer, donde más se embauca a la gente (generalmente del sexo femenino) y, por lo tanto, donde más se les atrapa, es en el campo de la cosmética y de la alimentación. EL culto al cuerpo, la necesidad de tener un aspecto atractivo y un cuerpo saludable, hace que los consideren productos milagrosos y de efecto casi inmediato. Dicen que la fe mueve montañas; en este caso mueve millones. Mi mujer, que trabaja en una farmacia, oye las quejas de algunas clientas porque la factura en medicamentos sube, por ejemplo, veinte euros, y en cambio no dudan en gastarse más del doble en una crema anticelulitis, pongamos por caso, que lo único que les hará, en el mejor de los casos, será hidratar la piel.
EliminarYo creo que si no hay ninguna acción en contra de esos fraudes por parte de la administración, que debe velar por la protección del consumidor, deberían ser las asociaciones de consumidores quienes lo hicieran. Hace poco leí que en el Reino Unido, obligaron a la marca Finish a retirar un anuncio por afirmaciones falsas respecto a la eficacia de este producto lavavajillas.
Muchas gracias, Paloma, por tu comentario.
Un abrazo.
Estamos de acuerdo en que la publicidad es bastante engorrosa y fastidiosa y por supuesto cansa porque es un abuso, bajo mi punto de vista lo que se pasan en publicidad. Yo entiendo que tengan que vivir de ella, vale, pero de hay a pasarse catorce minutos o mas de publicidad lo veo algo exagerado, yo lo veo sobre todo en la sexta y mas concretamente en "La Sexta Noche" los sábados por la noche, hacen dos parones de 6 minutos cada uno y seguidos, me pongo d elos nervios, con lo cuál me da tiempo a recoger la cocina,ir al baño, preparar la cama para dormir y alguna cosa mas y vuelves y todavía andan con los anuncios de modo que es del todo abusivo. También es cierto que hay que reconocer que los publicistas son unos artistas porque hay veces que consiguen captar la atención y hasta emocionarnos.
ResponderEliminarGran reflexión Josep Mº y me alegro mucho que gracias a tu mujer (que haríais vosotros sin nosotras jejeje) es broma , hayas podido solucionar el problema. un abrazo. TERE
Sí, Tere, a veces pienso que, en realidad, un programa de televisión es lo que emiten entre dos espacios publicitarios y no al revés. Hubo un tiempo en que se habló de una norma legal que fijaba el tiempo y frecuencia máximas dedicadas a los anuncios y que quien se la saltara sería multado. Pero, o se ha modificado la norma a gusto de los anunciantes y cadenas de tv o no se la saltan por la cara.
EliminarEn fin, ya de debemos convivir con la publicidad, al menos debemos procurar no caer en sus engaños.
Y en cuanto a mi mujer, quizá debería aplicarse aquella máxima de que detrás de un hombre famoso hay una mujer inteligente, o algo así, jajaja.
Un abrazo.
Hola Julio David. Parece que estamos condenados a convivir con la publicidad como si de molestos insectos se tratara. Solo que no hay repelentes disponibles. Hay algunas plataformas (YouTube, Netflix, etc.) en las que, por lo menos, hay un indicador que dice que puedes omitir el anuncio en x segundos, escapando de la tortura de aguantar todo el mensaje publicitario. En internet, es donde menos sufro este tipo de acoso, pero está bien saber que hay aplicaciones anti-publicidad.
ResponderEliminarUn abrazo.