miércoles, 19 de noviembre de 2025

Me gusta, no me gusta

 

Por una vez, y sin que sirva de precedente, voy a dejar tranquilos a los políticos y dedicaré esta nueva entrada a algo que podría considerarse irrelevante o simplemente anecdótico, pero que a mí me ha llamado siempre la atención. Tampoco voy a señalar a terceros, sino que en esta ocasión me señalaré a mí mismo, pues también suelo ser objeto de mis propias críticas.

Es evidente que la vida está llena de hechos curiosos, o debería decir aquí de comportamientos y reacciones curiosas, siendo una de las que más me intriga la gran diferencia que a veces existe en el gusto de la gente ante algo idéntico.

Una novela, por ejemplo, que han alabado lectores con un gusto literario afín al mío, me ha producido, en cambio, una enorme decepción, hasta el punto de tener que abandonar su lectura al cabo de unos pocos capítulos, a pesar de que soy de los que aguanta una lectura tediosa o insustancial por si el desarrollo de la historia va mejorando. A diferencia de antes, ahora ya no dudo tanto en arrinconar un libro del que no disfruto. ¿Qué sentido tiene seguir por el simple hecho de que a otros les ha entusiasmado? Y a la inversa: que una obra de la que he disfrutado horrores y que, por tal motivo, he releído hasta un par de veces a lo largo del tiempo, le ha resultado aburrida a alguien con quien creía compartir los mismos gustos. Me resulta un tanto incomprensible. ¿Cómo le ha podido aburrir algo tan extraordinariamente interesante? En estos casos me pregunto quién estará en lo cierto, quién tendrá mejor o peor gusto. ¿Seré yo el bicho raro?

Otro hecho curioso es que cuando me gusta, o me ha gustado mucho, una película o serie televisiva, deseo que la persona que está a mi lado viéndola conmigo disfrute igual que yo, y si no es así me siento francamente decepcionado. ¿A qué se debe este sentimiento casi infantil? Podría decir a mi favor que me gusta compartir mis gustos y satisfacciones. ¿Será algo normal?

Hasta aquí son muchas las preguntas que me hago en relación con mis gustos y el de los demás, sin saber la respuesta. Y es que ya lo dice la máxima: «para gustos, los colores». Pero ¿cómo es posible que una diferencia de gusto por algo en concreto pueda llegar a ser tan abismal? ¿A qué obedece? Seguramente un psicólogo podría darme la respuesta que busco, pero no acudiré a la consulta de un terapeuta para esto, digo yo.

No obstante, bien pensado, no sé por qué me extraña tanto estas diferencias de criterio cuando vemos tan a menudo ejemplos mucho más llamativos, como que ante algo que nos parece absolutamente lógico y evidente, unos dicen que es rotundamente cierto y otros totalmente falso. Si algo es blanco níveo, ¿por qué alguien puede afirmar que es negro azabache? ¡Qué le vamos a hacer si somos así de raros! Tendré que hacer caso a Voltaire ─o al refrán popular, pues no estoy seguro de su origen─ sobre que en la variedad está el gusto. Quizá sí que sería muy aburrido si todos pensáramos igual.

Aun así, ¿a vosotros/as os ocurre algo igual o parecido? ¿Os incomoda que alguien tenga una opinión diametralmente opuesta a la vuestra?

 

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