Por una vez, y sin que sirva de precedente, voy a dejar
tranquilos a los políticos y dedicaré esta nueva entrada a algo que podría
considerarse irrelevante o simplemente anecdótico, pero que a mí me ha llamado siempre
la atención. Tampoco voy a señalar a terceros, sino que en esta ocasión me
señalaré a mí mismo, pues también suelo ser objeto de mis propias críticas.
Es evidente que la vida está llena de hechos curiosos, o
debería decir aquí de comportamientos y reacciones curiosas, siendo una de las
que más me intriga la gran diferencia que a veces existe en el gusto de la
gente ante algo idéntico.
Una novela, por ejemplo, que han alabado lectores con un
gusto literario afín al mío, me ha producido, en cambio, una enorme decepción,
hasta el punto de tener que abandonar su lectura al cabo de unos pocos
capítulos, a pesar de que soy de los que aguanta una lectura tediosa o
insustancial por si el desarrollo de la historia va mejorando. A diferencia de antes,
ahora ya no dudo tanto en arrinconar un libro del que no disfruto. ¿Qué sentido
tiene seguir por el simple hecho de que a otros les ha entusiasmado? Y a la inversa:
que una obra de la que he disfrutado horrores y que, por tal motivo, he releído
hasta un par de veces a lo largo del tiempo, le ha resultado aburrida a alguien
con quien creía compartir los mismos gustos. Me resulta un tanto
incomprensible. ¿Cómo le ha podido aburrir algo tan extraordinariamente
interesante? En estos casos me pregunto quién estará en lo cierto, quién tendrá
mejor o peor gusto. ¿Seré yo el bicho raro?
Otro hecho curioso es que cuando me gusta, o me ha gustado
mucho, una película o serie televisiva, deseo que la persona que está a mi lado
viéndola conmigo disfrute igual que yo, y si no es así me siento francamente
decepcionado. ¿A qué se debe este sentimiento casi infantil? Podría decir a mi
favor que me gusta compartir mis gustos y satisfacciones. ¿Será algo normal?
Hasta aquí son muchas las preguntas que me hago en relación
con mis gustos y el de los demás, sin saber la respuesta. Y es que ya lo dice la
máxima: «para
gustos, los colores».
Pero ¿cómo es posible que una diferencia de gusto por algo en concreto pueda
llegar a ser tan abismal? ¿A qué obedece? Seguramente un psicólogo podría darme
la respuesta que busco, pero no acudiré a la consulta de un terapeuta para
esto, digo yo.
No obstante, bien pensado, no sé por qué me extraña tanto estas
diferencias de criterio cuando vemos tan a menudo ejemplos mucho más
llamativos, como que ante algo que nos parece absolutamente lógico y evidente,
unos dicen que es rotundamente cierto y otros totalmente falso. Si algo es
blanco níveo, ¿por qué alguien puede afirmar que es negro azabache? ¡Qué le
vamos a hacer si somos así de raros! Tendré que hacer caso a Voltaire ─o al
refrán popular, pues no estoy seguro de su origen─ sobre que en la variedad
está el gusto. Quizá sí que sería muy aburrido si todos pensáramos igual.
Aun así, ¿a vosotros/as os ocurre algo igual o parecido?
¿Os incomoda que alguien tenga una opinión diametralmente opuesta a la vuestra?

No hay comentarios:
Publicar un comentario