Esta entrada puede resultar controvertida y hacer que los lectores me califiquen de reaccionario. Nada más lejos de la verdad. En todo caso, seré quisquilloso, impaciente y poco empático cuando un evento del tipo que sea perturba o limita mi libertad.
Me
considero progresista y reivindico a ultranza el
derecho a la libertad de expresión y de manifestación, siempre y cuando no se
cruce una línea roja; en el primer caso, la mentira, la calumnia y el insulto;
y en el segundo, la extrema violencia y el vandalismo. También defiendo los
derechos de la clase trabajadora y su lucha por unos derechos amparados por el estatuto
de los trabajadores.
Tanto el derecho a manifestarse como el de hacer huelga
están protegidos por ley, como no podía ser de otro modo en una sociedad
democrática.
Pero ¿qué pretende un huelguista? Pues reivindicar mejoras en
su puesto de trabajo (ya sean salariales, de horario o condiciones laborales
diversas, entre otros derechos). ¿Y a quién va dirigida esta protesta? Pues al
empresario o Empresa para la que trabajan.
¿Y qué se pretende con una manifestación? Pues expresar
públicamente el descontento por cualquier tipo de injusticia social y
reivindicar que lo que se exige sea tenido en cuenta. Así pues, son las
autoridades, ya sean locales, autonómicas o centrales, las que tienen la
potestad de tomar partido y actuar directamente o intermediar en beneficio de
los manifestantes ante quienes va dirigida esta protesta.
Pero la realidad suele ser distinta y los perjudicados
de ambas acciones, perfectamente legítimas (la huelga y la manifestación, que
generalmente suelen ir de la mano), no son, en primera instancia, los
empresarios ni las autoridades, sino los ciudadanos de a pie que no participan en
esos actos por las causas que sean, a pesar de dar soporte a esas quejas.
Cortes en la circulación y en la movilidad general: cortes
de carreteras y de las principales vías de acceso y de circulación en la ciudad,
líneas de tren cortadas, carreteras y autopistas cortadas por agricultores o ganaderos en protesta por sus condiciones laborales u otras afectaciones económicas, vuelos anulados, aeropuertos tomados por una multitud de manifestantes o bloqueados por taxistas en huelga, autobuses y metros fuera de servicio (salvo
durante los obligados servicios mínimos), y servicios públicos suspendidos
temporalmente, etc..
En tales casos, ¿qué puede hacer el ciudadano que tiene que ir a trabajar, tomar un avión, asistir a un examen o a una visita médica, por no hablar de una intervención quirúrgica u otras actividades ineludibles? ¿No resulta injusto perjudicar a inocentes que, como he dicho, muy probablemente empatizan con los manifestantes? ¿No sería más justo que las manifestaciones, tanto por motivos laborales, sociales o políticos, se hicieran ante la empresa u organismo responsable? A una Empresa se la perjudica haciendo huelga de brazos caídos, pues ello afectará la productividad y supondrá una pérdida económica que puede ser millonaria. Pero ¿qué culpa tiene el resto de la población porque dicha Empresa, ya sea pública o privada, no acceda a las peticiones de los manifestantes?
Un caso aparte y reciente es el execrable genocidio que ha sufrido el pueblo palestino en Gaza, un hecho tan inmoral que ha merecido ser objeto de multitudinarias manifestaciones, tanto a nivel nacional como internacional, protestas para alzar la voz ante tal barbarie. Pero aun así, ¿qué culpa tenemos de sufrir colapsos de movilidad durante horas y días, si todos estamos en contra de esa masacre vergonzante y apoyamos la causa palestina? En este último caso, un caso ciertamente extremo, es imperioso presionar a las autoridades nacionales de cada país para que, a su vez, presionen a quienes tienen el deber de detener o hacer detener el genocidio, pero con manifestaciones pacíficas que eviten el tumulto y el caos y ofrezcan alternativas de movilidad a los ciudadanos afectados.
Lo antedicho, puede parecer egoísta, pero creo que
es perfectamente compatible una protesta multitudinaria con el bienestar de quienes no participan físicamente en ella.
Supongo que no es fácil ejercer una presión viable y eficaz
ante cualquier entidad nacional o supranacional sin perjudicar mínimamente a terceros, así como evitar
que una manifestación acabe en una batalla campal por culpa de unos cuantos ultras vándalos.
Pero algo habría que hacer, ya que no me parece de recibo tener que resignarnos
a sufrir las consecuencias de unos actos que nos pueden afectar grave e
irremediablemente, aunque sea de forma temporal, por el hecho de ser justos y necesarios.
No sé si llevo una pizca de razón en todo lo aquí expuesto o es la edad lo que me hace pensar así y me he vuelto un viejo cascarrabias.
Me gusta cómo defiendes la libertad y el derecho a protestar, pero con ese giro tan tuyo, señalando con el dedo (y un guiño) a esas manifestaciones que, sin querer, acaban fastidiando al vecino que solo quiere llegar a su cita médica o no perder el vuelo. ¡Y qué razón tienes! Uno puede estar a tope con la causa, pero cuando te quedas atrapado en un atasco por una carretera cortada, se te escapa un suspiro de "¡ay, mi empatía se está poniendo a prueba!". Paciencia, no queda otra. Un abrazo, Josep.
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