viernes, 26 de septiembre de 2014

En un lugar de Suecia de cuyo nombre no puedo acordarme



Por razones de trabajo, he debido viajar mucho o más bien debería decir mucho más de lo deseado. Y es que los viajes por business no son iguales a los que se hacen por pleasure, que es lo que solían preguntar los oficiales de inmigración en los aeropuertos cuando exhibías el pasaporte. Además, casi siempre me ha tocado viajar solo, lo cual era un verdadero “coñazo” pues ya se sabe aquello de que las penas compartidas son menos penas.

La empresa en la que tuve que viajar con más frecuencia fue una farmacéutica sueca con Central en Estocolmo y varios centros de investigación en Lund y Gotemburgo, motivo por el cual Suecia es un país al que he viajado en numerosas ocasiones. Había dos tipos de viajes: los de corta, los más, y los de larga duración, estos últimos motivados por los mítines internacionales que tenían lugar con una periodicidad anual y que son los que me han dejado más recuerdos, no por los temas tratados en ellos, por supuesto, sino por la parte lúdica que casi siempre nos tenían reservada sus organizadores.

Al poco de incorporarme a esa empresa, tuve que asistir a mi primer mitin internacional, de una semana de duración, y que, según he podido deducir de mis pesquisas en Internet, bien podría haber tenido lugar en una zona rural a las afueras de Nyköping, junto al mar Báltico. Lo que sí recuerdo perfectamente es que tuvo lugar un mes de enero y a temperaturas de varios grados bajo cero. Eso solo se les puede ocurrir a los suecos. Del lugar donde nos alojamos, puedo decir que era una antigua mansión convertida en hotel y en donde, según sus propietarios, estuvo recluida durante un tiempo Greta Garbo, cuyas estancias nos mostraron pues las conservaban tal y como las dejó antes de marcharse a los Estados Unidos para vivir retirada de la vida pública hasta su muerte. Así pues, según mis pesquisas, podría tratarse del castillo de Tistad, Tistad Castle o Tistad Slott, como también se le conoce, aunque ese nombre no me es familiar ni las imágenes que he encontrado me han resultado concluyentes. Claro que han transcurrido más de veinte años y todo cambia y mi forma de verlo seguramente también.

Recuerdo, eso sí, una gran explanada rectangular rodeada por una zona boscosa y que en la entrada de acceso a esa planicie, donde nos dejó el autocar que llevaba al grupo de asistentes desde el aeropuerto de Arlanda, había una edificación moderna de una sola planta que albergaba la recepción y las salas de reuniones. Recuerdo con toda nitidez haber caminado, con la maleta a rastras y tambaleándose (ella y yo) sobre la nieve helada, cual pista de patinaje, un largo trecho hasta el Castle (castillo), como así me indicó una fría (temperamentalmente, se entiende) recepcionista cuando le pregunté dónde estaban las habitaciones, dejando a cada lado de la larga explanada una hilera de cabañas de madera, las típicas cabañas suecas de color rojo, que, al parecer, se alquilaban a modo de bungalows. Recuerdo, cómo no, el cuchitril que resultó ser mi habitación: una percha por armario, una cama estrecha bajo un techo inclinado que formaba la escalera del ala izquierda del edificio, donde estaba el alojamiento para los clientes, las exiguas dimensiones del habitáculo, el minúsculo baño sin plato de ducha ni cortinas y cuya pendiente en el pavimento dirigía el agua hacia un agujero practicado en uno de los rincones, el enchufe en el techo y que sólo encontré por casualidad, al mirar hacia arriba en búsqueda de auxilio divino, y en donde pude enchufar mi máquina de afeitar dando saltos, la ventana sin cortinas, por donde solo entraba la luz del sol unas pocas horas al día, y, finalmente, la hipócrita respuesta (una de las muchas a la que uno se ve obligado a dar cuando se halla en terreno ajeno) cuando se me preguntó por la opinión que me merecía ese alojamiento tan “especial”.

Y recuerdo especialmente la copa de bienvenida en un regio salón, del siglo XVII o XVIII, sosteniendo un servidor una copa largo tiempo vacía y tratando de confraternizar con mis nuevos y hasta entonces desconocidos colegas, hasta que una especie de cuerno de caza me sobresaltó de tal manera que la copa casi me salta de las manos. Al girarme para ver de dónde procedía aquel estruendo, vi a una especie de lacayo ataviado a la antigua usanza que reclamaba nuestra atención para dirigirnos unas palabras de bienvenida, a voz en cuello, e invitarnos a pasar al comedor.

Y también recuerdo ese comedor, rústico y primitivo, con largas mesas y bancos de madera, donde, entre plato y plato, un amable trovador, que resultó ser el lacayo del cuerno ahora ataviado de esta guisa, intentó amenizar la velada haciéndonos partícipes de sus cantos. Su repertorio era tan variado que, con sólo preguntar la nacionalidad de cualquiera de los presentes, se lanzaba a cantar una canción típica de su país e invitaba al elegido comensal a acompañarlo a dos voces. Cada vez que se acercaba a mi banco, yo eludía su mirada para evitar, de este modo, que se fijara en mí pues como cantante soy un verdadero desastre y no porque me falte oído o sentido de la entonación sino porque mis cuerdas vocales se niegan a seguir los dictámenes de mi cerebro. Aun así, no pude evitar lo inevitable. Cuando oí la típica pregunta de where are you from (de dónde eres o es, pues en inglés no se diferencia el tuteo), esta vez dirigida a mi persona, sin pensármelo dos veces le contesté from Morocco (de Marruecos), a ver si de esa manera me lo quitaba de encima al dejarle sin opción musical pues difícil sería que también tuviera en su repertorio canciones de la zona del Magreb. Pero los colegas de mi alrededor, los muy traidores, me delataron gritando from Spain, from Spain. Y el buen trovador, sin pensárselo dos veces, se arrancó con un "Cucurrucucú paloma". Yo ni siquiera sabía la letra y, según argumenté en mi defensa, se trataba de una canción mejicana, no española, aunque ya suponía que aquello no me serviría como excusa. Menos mal que mi colega mexicana, que estaba precisamente sentada frente a mí, acudió como alma caritativa a socorrerme y se ofreció a cantar conmigo y así mi voz quedó totalmente oculta tras su vozarrón al más puro estilo mariachi.

¿Qué más recuerdo de esa estancia? Por extraño que parezca, no recuerdo mucho más, solo imágenes sueltas. No sé si se debe a que los continuos viajes y mítines llegaron a convertirse en algo tan rutinario que dejaron de entrañar una novedad para mí y cuyos recuerdos el tiempo ha ido diluyendo indefectiblemente. También será que el cerebro es muy selectivo al evocar antiguas experiencias pues ahora mismo me vienen a la memoria otras anécdotas, algunas mucho más claras que esta, y que quizá algún día me decida a contar.
 
 
 

7 comentarios:

  1. Hola Josep Mª. Sin duda alguna un viaje para olvidar, pero con el paso del tiempo como cambian las cosas, ¿verdad?, posiblemente ahora esas anécdotas te resulten entrañables, a mí, al menos, según las expones, me han hecho sonreír. Un abrazo.

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  2. Muy entretenido tu relato Josep, la verdad que por lo que cuentas de este viaje, no debió de ser muy cómodo, más que nada por el alojamiento y el frío, pero cuando pasa el tiempo se olvidan los malos ratos y se recuerdan con gracia, por lo menos a mi me ha hecho mucha, sobre todo cuando cuentas lo del enchufe en el techo, jajaja.
    Un abrazo.

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  3. Estimadas Carmen y Elda, seguidoras y amigas en la distancia: Efectivamente, con los años, de estas experiencias van quedando un poso positivo aunque, como muy bien suponéis, en la mayoría de mis viajes, por mi forma de ser, podían más los aspectos negativos. Prefiero quedarme, como con la mili, con lo anecdótico aunque debo decir que algunas de esas anécdotas también me lo hicieran pasar un pelín mal. Hay alguna que otra "historieta" digna de contar y que ya estoy preparando (primicia!) a modo de saga, jaja
    Un abrazo para las dos.

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  4. Es parte de tu vida, de tu historia.
    Me ha encantado, la cuentas de un modo tan ameno que engancha.
    Un abrazo, amigo.

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    1. Muchas gracias, Fefa, por dejar tu comentario y me alegro que estas vicisitudes (de las muchas que he vivido en mis periplos profesionales) te hayan amenizado un rato.
      Un abrazo.

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  5. Hola Josep Maria, me ha encantado leer esta anecdota, en la etapa que coincidimos en la farmacéutica sueca, también me toco hacer algún que otro viajecito (no tantos como tu), en uno de los seminarios nos llevaron a un restaurante "tipico" donde ya de entrada nos pusieron un casco vikingo....si girabas el cuerno derecho....más cerveza...y sí girabas el izquierdo más snnaps (aguardiente)...como se puede deducir la cena termino "calentita" y borrosa...y como no......cantando por riguroso orden de mesa, cada uno una canción de su país....y al igual que tu lo mio no es el canto...por ello me alie con mi vecino mejicano para intentar cantar una ranchera...(yo hacia escala en hi-fi)...aún me acuerdo lo mal que lo pasó el colega del Japon.
    Un abrazo y a ver si coincidimos en otras historietas.

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    1. Estimado Xavier: Me alegra mucho encontrarte por estos lares "blogueros" y mucho más que te haya gustado lo que he contado y que, por haber vivido juntos esa etapa, te ha resultado familiar pues tenemos muchas anécdotas en común. Mira por dónde, en mi historia y en la tuya, tuvimos también en común a un/a mejicano/a que nos vino a echar una mano, o mejor dicho, una boca. !Cuántos recuerdos de aquella época!
      Un abrazo.

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