martes, 10 de diciembre de 2013

Las amistades perdidas




A veces, cuando pienso por qué hice o no hice tal o cual cosa, me cuesta entender las razones, si es que las encuentro. Algunas veces, la acción o la omisión me han resultado, a la larga, no sólo incomprensibles sino dolorosas. Creo, o al menos quiero creer, que a todo el mundo le ha ocurrido lo mismo alguna vez. Echamos la culpa a la vida, así, sin más, generalizando, cuando somos nosotros los únicos responsables de nuestros actos.

Ahora que he podido hacer una pausa tras tantos años de agobio, miro atrás y pienso en las amistades que he ido dejando por el camino. Me pregunto si he sido yo el único culpable de no haberlas sabido conservar.

La amistad puede ser efímera si no se cultiva y se deja marchitar. Es como esa planta que acaba muriendo si nos olvidarnos de los cuidados que necesita para crecer y sobrevivir. Pero el cultivo de una amistad es cosa de dos y, por lo tanto, no debería morir mientras uno de los dos la cuide, a no ser que uno acabe abandonando la tarea al ser el único cuidador y ver que el otro no pone nada de su parte. Recuerdo haber sido en muchas ocasiones el jardinero fiel que acabó por tirar la toalla pero ¿en cuántas otras habré sido yo, sin darme cuenta, el desinteresado?

¿Cuántas veces nos hemos despedido de esos amigos que hemos hecho durante un viaje, en un nuevo lugar de residencia o en una empresa, prometiendo y deseando sinceramente mantenernos en contacto y luego, con el paso de los meses o de los años, esa relación se ha ido desvaneciendo hasta extinguirse? ¿Es eso normal o es fruto de nuestra indolencia?

No es extraño que cuando recuperamos por fin esa serenidad que nos da la edad y el reposo tras años de preocupaciones, de una vida estresante y con poco espacio para las relaciones humanas, o cuando nos sentimos solos o simplemente nostálgicos, nos demos cuenta que la falta de tiempo, el trabajo y la rutina diaria no han sido más que pretextos para ocultar nuestra desidia por reavivar esas amistades latentes, quizá dormidas, tal vez lejanas, pero todavía recuperables.

La amistad, como yo la veo, es un bien escaso, por lo que bien vale la pena esforzarse por mantenerla. Siempre me han sorprendido quienes dicen conservar amigos de la infancia o de la mili, pues yo a duras penas he sido capaz de conservar dos o tres de las muchas empresas en las que he trabajado. Claro que no hay que confundir amigos con compañeros por muy buena relación que se haya tenido con ellos, confusión propiciada, a veces, por nuestra ingenuidad o por la conducta interesada o condescendiente de algunos falsos amigos. Muchas veces se descubre al verdadero amigo cuando nos separamos de él.

Recuerdo que en una jornada de formación de mandos, nuestro instructor, un psicólogo clínico, comentó, durante el coffee break, que nadie puede sobrepasar un determinado número de amigos, de modo que cuando incorporamos uno nuevo a nuestro círculo de amistades, otro lo acabará abandonando.

Puede que sea normal el desgaste de las relaciones humanas y la subsiguiente sustitución de antiguos por nuevos amigos, pero lo realmente triste es ver cómo el círculo de amistades va menguando y, con los años, tiende a desaparecer.

Buenos amigos, como grandes amores, hay pocos, sin duda. Por lo tanto, todo esfuerzo que hagamos para conservarlos será poco, pues la amistad nos enriquece y nos hace más sociables e, incluso diría, más humanos.

La vida pasa y con ella nuestras experiencias, unas experiencias que indefectiblemente estuvieron unidas a personas que jugaron un papel muy importante en ellas. De ese modo, cuando las recordamos, arrastran inevitablemente consigo el recuerdo de esos amigos que nos acompañaron en momentos clave de nuestra vida.

Cierto es que el pasado no puede recuperarse más que en nuestra memoria y que no podemos pretender recobrar todas las amistades pasadas, simplemente porque muchas han desaparecido del horizonte o porque con otras resulte inviable retomar la relación allí dónde quedó desvanecida, pues nuestro deseo puede no verse correspondido en la misma medida, pero ¿por qué no intentar, por lo menos, un acercamiento para que los gratos recuerdos se mantengan junto a nosotros con quienes los hicieron posible? Creo que la vida resultaría más agradable si pudiéramos complementar y enriquecer nuestra memoria con la presencia de aquellos que vivieron con nosotros los hechos más significativos de nuestra existencia.

¿Es esto nostalgia? Probablemente. Pero también es gratitud, pues no hay mejor modo de recompensar la amistad que recibimos en su día que devolviéndola con intereses: el interés de no olvidar a quienes significaron tanto para nosotros y el mostrado por recuperar su amistad, esa amistad que dábamos por perdida.


2 comentarios:

  1. Estupendos pensamientos y además muy compartidos, porque todos según se conversa de este asunto, estamos de acuerdo. La amistad es una cosa muy grande y como tal, muy difícil de mantener, pues como muy bien dices hay que estar pendiente para que no se vaya enfriando, y sería genial que fuera por las dos partes, pero siempre hay una de ellas que es más perezosa...
    Comparto este estupendo relato de principio a fin.
    Me gustó mucho. Un abrazo

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    1. La amistad, como la salud, el dinero y el amor (las tres cosas más importantes en la vida según la canción), se valora más que nunca cuando se pierde y, a veces, recuperarla puede resultar, al igual que esas tres cosas, imposible. Como digo en mi reflexión, vale la pena esforzarnos por conservarla, no tengamos luego que arrepentirnos de haberla perdido para siempre.
      Un abrazo.

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