miércoles, 21 de mayo de 2025

La paguita

 


La semana pasada le tocó el turno a la mentira y esta a la paguita, todo ello relacionado con el mundo de la política, un hervidero de despropósitos.

Se ha hablado mucho de lo que cobran algunos políticos cuando abandonan su cargo para dedicarse a otros quehaceres. Nunca me ha parecido bien que, por el simple hecho de haber ostentado un cargo de responsabilidad en la política española, tengan derecho a una paga. Aunque hayan prestado un gran servicio al país, un político es un ciudadano normal y corriente, debiéndosele aplicar el mismo trato que a un trabajador por cuenta ajena.

Entiendo, sin embargo, que si para dedicarse a la política, una persona ha debido abandonar su profesión (ya sea médico, abogado, economista, o fontanero), merece una compensación económica cuando, tras varios años de haberse ausentado de su antiguo puesto de trabajo, reciba lo que podríamos considerar una compensación económica —como si se tratara de una indemnización— que le permita subsistir hasta que vuelva a la vida laboral “civil”. Una excepción sería en el caso de que el político gozara de una excedencia por ser funcionario público, pues tiene asegurada una plaza de propiedad en la administración o en cualquier otra institución pública (Hacienda, Hospital público, Judicatura, etc.) en la que trabajaba. También, según qué profesión ostente, esa indemnización no sería imprescindible, pues un abogado, por ejemplo, podrá reincorporarse al bufete que abandonó sin ningún problema e incluso abrir su propio bufete, gracias a que, tras haber pasado por la política, gozará de una imagen profesional indiscutible (ver el caso de Miquel Roca Junyent, uno de los padres de la Constitución Española y del Estatut de Catalunya, y ex portavoz de CiU, creador de uno de los principales bufetes de Barcelona y del Estado Español). También es bien sabido que un político que ha jugado un papel importante en el Parlamento o en el Senado, tiene las puertas abiertas en multitud de Empresas, tanto nacionales como internacionales, lo que se conoce como las puertas giratorias o enchufismo. El caso más reciente es el de Salomé Pradas, exconsellera de la Comunidad Valenciana y principal imputada en la causa de la DANA, destituida por Mazón, que acaba de ser fichada por la Universidad Internacional de Valencia (VIU), privatizada por el PP, como colaboradora en el área de Derecho, volviendo, según sus palabras, a ejercer la abogacía y la docencia.

Antes de proceder a una indemnización por el tiempo dedicado a la política en exclusividad, también se debería tener en cuenta el patrimonio acumulado durante su labor política, añadido al que ya tenía con anterioridad, es decir de qué recursos económicos dispone quien ha dejado vacante su plaza. No creo que muchos políticos necesiten una paga para subsistir durante el tiempo necesario hasta encontrar otro trabajo remunerado. Pero, claro está, cada caso es distinto a otro y no se puede establecer un tratamiento igualitario, pero sí justo.

Por todo ello, he querido saber quién tiene derecho a esa paga a cuenta de los Presupuestos Generales del Estado o de la Comunidad Autónoma a la que pertenezca el afortunado.

Como ocurre en tantos otros casos, existe una gran diversidad de normas según la Comunidad Autónoma a la que nos refiramos, de modo que no se puede generalizar. Aun así, hay que distinguir entre diputados (incluyendo a ministros) y expresidentes. Los primeros tienen derecho a una “indemnización de transición” cuando dejan su cargo, pero no a una pensión vitalicia. Dicha indemnización cubre la carencia de cobertura por desempleo y se suele calcular en 52 días de la asignación que estaban percibiendo y que cobran en un solo pago.

Si nos referimos a los expresidentes de las CCAA, la cosa cambia, aunque también hay muchas diferencias entre Comunidades, diferencias que sería muy prolijo describir aquí.

Hay autonomías que pagan sueldos a sus expresidentes, directa o indirectamente, mediante su inclusión en un consejo consultivo y con derecho a disponer de una oficina, chófer y un servicio de seguridad.

Las hay que no ofrecen un sueldo a sus expresidentes, entre las que se encuentra la Comunidad de Madrid, aunque, a propuesta de su presidenta actual, está preparando un “Estatuto de expresidentes” según el cual, un expresidente de esa Comunidad sí recibiría una paga, con chófer y despacho por un máximo de cuatro años.

En algunas CCAA, el periodo durante el cual se tiene derecho a cobrar un sueldo es variable, dependiendo del tiempo durante el cual hayan ocupado su cargo y también de la edad, pudiendo cobrar, al cumplir los 65 años, una pensión vitalicia equivalente a un mínimo del 60% y un máximo del 80% de lo que percibían en el cargo. Este sería el caso de la Generalitat de Catalunya, de modo que el expresidente Pere Aragonés cobrará unos 109.000 euros anuales durante cuatro años, teniendo también derecho a percibir una pensión vitalicia del 60% del salario al cumplir los 65 años y que será de 81.700 euros al año.

Entre tantas discrepancias y particularidades, sobresale el caso, de máxima actualidad, que concierne a Mazón, el actual presidente de la Comunidad Valenciana pues, de no prosperar la reforma presentada por el grupo parlamentario Compromís, los presidentes de esa Comunidad seguirían cobrando 75.000 euros anuales durante 15 años, una vez concluido su mandato. Así pues, si Mazón resiste en su puesto hasta julio, tal como se insinúa, cobraría esa cantidad durante los próximos dos años, que es el tiempo que habría estado en el cargo actual, requisito indispensable para poderse acoger a ese subsidio.

Si nos referimos ahora a los presidentes del Gobierno, estos son los únicos que tienen derecho, sin excepción, a una paga vitalicia, medida esta que creó Felipe González en 1992 y de la que disfrutan todavía Mariano Rajoy, José Luis Rodríguez Zapatero y José María Aznar, cifra que ascendía en 2022 a unos 75.000 euros anuales. El actual presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, cobraría unos 61.000 euros al año si dejase de ostentar el cargo.

Felipe González sería el expresidente que más ha ingresado hasta el momento, ya que es el más longevo (perdió las elecciones en 1996). En total, habría cobrado más de 1,8 millones de euros, José María Aznar 1,5 millones y Rajoy 341,618 euros. Y a ello hay que añadir otros beneficios, como el de contar con un automóvil con chófer, escolta y seguridad, y disfrutar de libre pase en las compañías de transportes terrestres, marítimas y aéreas del Estado.

¿Merecen estas personas tales beneficios? Y no me refiero a un merecimiento moral por lo que han hecho por el país (si es que han hecho algo), sino simplemente a una necesidad económica de tales dimensiones pues, todos ellos tienen unos ingresos más que suculentos procedentes de sus actividades extrapolíticas, empresariales y de todo tipo. ¿Acaso no se dedican, o se han dedicado, a la política por vocación? ¿Por qué, pues, debemos pagarles un sueldo una vez han dejado su cargo? Ni siquiera una indemnización. Este subsidio solo se lo merece quien ha trabajado en una empresa durante años y se queda en el paro por motivos ajenos a su voluntad, que tiene una familia a la que sostener, unos hijos a los que educar y una vivienda que pagar.

Deberían tomar ejemplo de Julio Anguita, quien después de más de ocho años como parlamentario, renunció a la pensión de jubilación como exdiputado, pasando a cobrar solamente la de profesor de escuela. Y ya no hablemos del recientemente fallecido Pepe Múgica, expresidente de Uruguay, un referente mundial en cuanto a humildad y renuncia a cualquier tipo de ingresos extraordinarios y que donó alrededor del 90% de su salario mensual de 12.000 dólares durante sus cinco años de gobierno a organizaciones benéficas y a pequeños empresarios.

Pero, claro, no vamos a exigir, ni tal solo pedir a un político profesional que se acoja al voto de pobreza, pues si en el ámbito sacerdotal —en el que se exige, además, el de obediencia y castidad, casi nada—, ya hay una escasez de vocaciones, en el político estaríamos a dos velas.

¿Creéis, en definitiva, que mis sugerencias, por extremistas que parezcan, son no solo plausibles sino también correctas, o tal vez me he extralimitado con mi planteamiento “antisistema político” en plan fanático intransigente de izquierdas?

 

miércoles, 14 de mayo de 2025

La mentira

 


Mentira es la expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente (RAE).

A grandes rasgos, podríamos decir que la mentira hace su presencia en dos ámbitos: el de la comunicación, cuando se busca engañar con las palabras, y el de las actuaciones, cuando se finge algo contrario a lo que se siente o a lo que es en realidad.

Como afirma De la Serna en “La mitomanía: descubriendo al mentiroso”, quien miente espera que sus oyentes le crean, de forma que se oculte la realidad o la verdad de forma parcial o total.

Otra forma de mentir consiste en el fingimiento. Por ejemplo, si alguien atropella a una persona y se da a la fuga, y más tarde vuelve y se mezcla entre los curiosos, fingiendo indignación por lo ocurrido, está mintiendo ante quienes simula o finge inocencia.

De una forma más pormenorizada, hay muchos autores, sobre todo filósofos, que han clasificado los distinto tipos de mentiras que, grosso modo, pueden definirse del siguiente modo:

  • Mentira blanca o piadosa: afirmación falsa hecha con intención benevolente, para no zaherir al interlocutor
  • Promesa rota: sin ser una mentira, estrictamente hablando, es incumplir un compromiso adoptado con otra persona. Solo en el caso de que dicho compromiso se haya tomado pensando en no cumplirlo, hablaríamos de mentir.
  • Mentira honesta: la que se dice involuntariamente, creyendo que lo afirmado es verdad
  • Mentira intencionada o instrumental; la que se dice deliberadamente a fin de conseguir un objetivo interesado
  • Mentira con uno mismo o autoengaño: forma de autoconvencerse de algo sobre falsas creencias o ilusiones a las que se tiene apego
  • La exageración: contar algo de forma desproporcionada, intencionadamente y con finalidades muy variadas
  • Los rumores: noticia falsa divulgada sin haber sido confirmada. También suelen tener una intencionalidad.
  • La calumnia: acusación falsa, hecha maliciosamente para causar daño

En el ámbito de la religión, mentir es un pecado (no levantarás falsos testimonios ni mentirás) y según nuestro código penal es, en teoría, objeto de sanción. Así pues, el falso testimonio y el perjurio están severamente penalizados, pero, en la realidad, observamos abundantes casos en los que, en una declaración ante el juez, el interrogado miente como un bellaco o echa las culpas a otro, u otros, y no pasa absolutamente nada, aun cuando se descubra más tarde su falsedad. Por cierto, siempre me ha llamado la atención que cuando alguien acude a declarar como testigo no puede mentir, mientras si lo hace como imputado, sí. Cosas de la Ley.

Consultando varias fuentes sobre la mentira, he hallado una cita del neurocientífico San Harris, que afirma que “mentir es negativo para el mentiroso, que los mentirosos suelen sentirse mal por sus mentiras y perciben una pérdida de sinceridad, autenticidad e integridad”. Yo, la verdad, discrepo totalmente de esta asunción y lo hago en base a mi experiencia personal, tanto en el ámbito laboral como, sobre todo, en el político.

¿Acaso nuestros políticos son tan amorales que no sienten ningún arrepentimiento tras mentir y calumniar descaradamente? Últimamente me he llevado más de una desilusión cuando se ha acusado de delinquir a un político de mi confianza, que se defendía con uñas y dientes de tal acusación alegando una caza se brujas, ante el que he sentido una total empatía, creyendo en la veracidad de sus alegaciones, hasta que, con el paso del tiempo y el acúmulo de pruebas en su contra, se ha desvelado la verdad y ha resultado ser un corrupto de libro. ¿Cómo pudo defender su inocencia tan vehementemente, sabiendo que era culpable? Y así podría relatar muchos otros casos en los que la mentira, la difamación (calumnia, que algo queda), las promesas incumplidas y reiteradas, la exageración malintencionada y una retahíla de falsedades, son el sostén y la base de la política en general y de muchos políticos en particular.

¿Cómo podemos estar seguros de la veracidad de nuestros representantes cuando hemos visto casos en los que nos han defraudado y engañado? Si uno no puede confiar en ellos, ¿qué sentido tiene acudir a las urnas cada cuatro años? ¿Votar al menos malo? Pero, ¿quién es el menos malo dentro de esa caterva de mentirosos que nos representan? Quiero creer que todavía queda gente honrada que se dedica a la política para defender nuestros derechos constitucionales sin luchas intestinas partidistas, que piensan en resolver los problemas de la ciudadanía en lugar de dedicarse a atacarse esgrimiendo falsas acusaciones cruzadas, mintiendo a los votantes sin otro interés que el de aferrarse a su escaño, sin reconocer sus culpas, prefiriendo la mentira y la falacia en lugar de la verdad.

Los políticos, para poder acceder a un puesto de responsabilidad, deberían seguir un curso de ética, pero en su lugar lo primero que aprenden es a mentir sin sonrojarse y mantener sus mentiras hasta que no se descubra la verdad verdadera sin paliativos. Y, aun así, en tal supuesto, seguirán justificándose con excusas ridículas y ofensivas para alguien con un mínimo de sentido común.

Los parlamentarios, una vez en la tribuna de oradores, deberían someterse a un polígrafo durante toda su intervención. Pero ya os adelanto lo que ocurriría en caso de que el aparato determinara que el orador está mintiendo: el mentiroso argumentara que el aparato no es fiable, que está defectuoso o que ha sido manipulado por su oponente, sobre todo si este forma parte del Gobierno.

Para muchos, mentir es una necesidad vital y no desaprovechan la oportunidad para ponerla en práctica sea donde sea y como sea.

Creo que puedo afirmar que todos nos hemos visto obligados a mentir en alguna ocasión, ya sea para ocultar algo que no deseamos desvelar, para quedar bien ante los demás, o para protegernos y sobrevivir en esta sociedad tan agresiva en la que vivimos.

Es triste, pues, que la mentira forme parte de nuestras vidas, que la aceptemos y asumamos como algo natural, que la usemos habitualmente para progresar, que la normalicemos, considerándola como algo inherente al ser humano.

Mentir o no mentir, esa es la cuestión.


jueves, 1 de mayo de 2025

¿Broma o burla?

 


Recientemente, se ha publicado en las redes un video realizado por IA en la que aparece el recientemente fallecido Papa Francisco junto a Jesús, quien sostiene un gran vaso de agua que se convierte en vino ante las risas de ambos para, acto seguido, salir volando (se supone que hacia el cielo) donde les espera una hermosa joven, que se supone que es María, formando así un trío feliz. Por la música y canto que acompaña al vídeo se podría pensar que, como algunos dicen, se ha hecho, no como burla, sino como forma simpática e incluso cariñosa en recuerdo del fallecido. Yo tengo mis dudas. Pero, sea como sea, me ha hecho pensar en las numerosas muestras de falta de respeto hacia creencias ajenas.

Educado en el seno de una familia católica y en un colegio religioso, aunque con el tiempo me fui alejando de las creencias y preceptos en los que había sido adoctrinado, hasta llegar a considerarme agnóstico, algo debe haber quedado de aquella educación porque siempre he sido sumamente respetuoso con las creencias religiosas de todo tipo. Podré considerarlas absurdas, ancestrales, supersticiosas, etc., pero jamás me burlaré de ellas y mucho menos ante uno de sus practicantes, para no herir su sensibilidad. Obvia decir que no entran en este grupo las prácticas inhumanas propias de extremistas religiosos. A estas hay que combatirlas.

Pero hoy día, la libertad de expresión ha llegado muchas veces a cruzar una línea roja, llegando al insulto, al menosprecio y a la burla más encarnizada. Y muchas veces con el único fin de hacer una gracia ante un público insensible y, añadiría, ignorante y maleducado (en el sentido más estricto de la palabra).

Hace muchos años que veo este tipo de bromas de mal gusto, unas simplemente pueriles, ante las que no hace falta molestarse, aunque los más intransigentes —como los Abogados Cristianos, anclados en el pasado más rancio— se rasguen las vestiduras, al estilo fariseo; y otras realmente desagradables e innecesarias, a las que no veo justificación alguna, excepto la de irritar a los creyentes. Una cosa es criticar y otra muy distinta es ofender los sentimientos ajenos.

Podría mencionar muchos ejemplos, pero han habido expresiones anti religiosas que considero muy osadas, como la procesión del coño insumiso, una vulgaridad fuera de serie, por no hablar de chistes y sketches televisivos que, aun no siendo muy ofensivos —excepto para los ultra conservadores e intolerantes—, los considero simplemente de mal gusto, como la parodia que emitió el programa de la televisión catalana, “Està passant”, en plena Semana Santa del pasado año, en la que aparecía una humorista disfrazada de “Virgen del Rocío”, con una muñeca en brazos, representando al niño Jesús (ver la imagen del encabezamiento). Dicha parodia hacía alusiones maliciosas a la vida sexual de la Virgen. Como era de esperar, se produjeron enérgicas protestas por parte de representantes de la Iglesia católica y de algunos partidos políticos, ante las cuales el director y presentador de dicho programa, no solo no echó mano de la típica disculpa no sentida para templar los ánimos de los supuestos ofendidos, sino que afirmó, con lo que yo calificaría de chulería, que continuarían las emisiones de programas blasfemos de este tipo, en aras de la sacrosanta libertad de expresión.

A este respecto, una mención especial, por la gravedad de la respuesta producida, se merece la publicación, en la revista satírica francesa Charlie Hebdo, en 2015, de una caricatura de Mahoma —una más de las muchas que solía publicar— que motivó el grave atentado perpetrado por terroristas de Al Qaeda y que acabó con la vida de doce trabajadores de la revista e hirió a otras once.

Que quede claro como el agua cristalina que no justifico tal acto terrorista, ni de lejos, pero siempre me he preguntado cómo se atrevieron aquellos periodistas a mofarse reiteradamente del venerado profeta del islamismo. ¿Acaso no preveían las consecuencias de tal acto? ¿No sabían de qué pie calzan los fundamentalistas islámicos? ¿Pensaban que se quedarían de brazos cruzados ante, para ellos, tamaña herejía? ¿Acaso no recordaban lo ocurrido con Salman Rushdie por haber escrito los versos satánicos, que los islamistas consideraron una blasfemia contra el islam, poniendo precio a su cabeza?

La proclama “Je suis Charlie”, en boca de todos los demócratas, me pareció acertada en cuanto que reivindicaba el libre pensamiento y la memoria de quienes sufrieron el atentado, pero para mí no significaba que aprobara su línea editorial, plagada de burlas anti religiosas contra cualquier creencia, tanto islamista, católica, como judaica. Una editorial crítica —y cualquier persona educada y tolerante— debe ser respetuosa con los piensan de otro modo y no arrogarse la verdad absoluta, pues este comportamiento no es precisamente democrático. Y añadiría que debería ser cauta (y no cáustica) cuando la chanza va dirigida a una comunidad que no duda en usar la violencia contra los que considera herejes.

Una cosa es que una publicación se arriesgue a recibir una severa crítica social o política en aras de la libertad de pensamiento, al censurar vehementemente lo que considera un comportamiento inadecuado y sancionable de ciertas personas, organizaciones e instituciones, y otra muy distinta es hacerlo despreciándolas y mofándose de ellas sin ningún reparo ni pruebas en contra, con el único fin de desprestigiarlas públicamente.

Para mí, no hay que luchar contra el que piensa de forma distinta, sino contra quienes defienden sus creencias violentamente y utilizan la amenaza contra quien se atreva a criticarlos.

Uno de los males de nuestra sociedad es precisamente el no saber convivir con quienes son y piensan de forma distinta a la nuestra. La falta de respeto y de tolerancia suele llevar a un campo de batalla en el que todos salimos perdiendo. Y así nos va.