domingo, 8 de diciembre de 2024

La tregua navideña

 


Como ya mencioné en una entrada dedicada a las guerras, en la actualidad hay unos 56 conflictos bélicos activos en el mundo, la mayor cantidad desde la II Guerra Mundial, con 92 países involucrados en guerras fuera de sus fronteras. Ciertamente es algo horrible.

El escritor libanés, Amin Maalouf, galardonado el pasado 2 de diciembre con el premio internacional Catalunya 2024, ha subrayado “la incapacidad del hombre de convivir de una manera pacífica y armoniosa”.

Muy de vez en cuando, oímos hablar de una tregua en tal o cual conflicto armado, pero o bien no acaba realizándose o tiene por objeto reorganizarse o rearmarse para volver a atacar al enemigo con más crudeza, si cabe, pero nada que ver con mantener, aunque solo sea por unos días, un descanso del cuerpo y el alma, especialmente en días señalados, como puede ser la Navidad.

La primera tregua navideña conocida tuvo lugar durante la primera Guerra Mundial. Las tropas británicas y alemanas disfrutaron una Nochebuena de alegría en medio de las cruentas batallas de aquella contienda.

El 7 de diciembre de 1914, el Papa Benedicto lanzó desde Roma un llamamiento a los líderes de Europa para que declararan una tregua navideña, aunque solo fuera por un día. Los líderes europeos, sin embargo, ignoraron su súplica. 

Aun así, ocurrió algo extraordinario en vísperas de Navidad: Las tropas alemanas, en un acto espontáneo, dejaron las armas e invitaron a los soldados ingleses a celebrar la Navidad con ellos. Hoy se recuerda como la Tregua de Navidad. Algo muy bonito, pero que no deja, en mi opinión, de ser un contrasentido: hoy dejamos las armas, pero mañana seguiremos matándonos.

Quizá en la actualidad se siga celebrando alguna tregua durante el periodo navideño, pero no se hace público para que no se interprete como un signo de debilidad por parte de los contendientes.

Hasta aquí un apunte histórico sobre las treguas militares.

Los que me conocéis, sabéis cuánto me gustan las introducciones que parecen conducir a un punto, para luego llevaros hacia otro muy distinto, pero en cierto modo relacionado. Y es que, además de en el campo de batalla, también se practica una tregua, que yo llamaría emocional, durante estas fiestas tan entrañables. También es una tregua de Navidad, pero en otro sentido.

Como escribió Juan Luis Valenzuela (elplural, 23 de diciembre de 2023), «La festividad navideña, resplandeciendo en rojo en calendarios alrededor del mundo, convoca a multitudes en un abrazo anual de unidad y vínculos familiares. Es un periodo donde los corazones se abren a la empatía, y los lazos afectivos se refuerzan en torno a mesas compartidas y risas contagiosas. Es un crisol de tradiciones, desde la entusiasta decoración hasta las canciones resonando en cada rincón, todos buscando una misma meta, ese momento de conexión y dicha que solo la Navidad parece invocar. Un oasis en el tiempo que invita a sumergirse en la gratitud y el afecto, recordándonos la importancia de valorar la presencia de nuestros seres queridos» Esto es lo que podríamos llamar el espíritu navideño.

Hacia finales del mes de noviembre ya se empiezan a encender las luces navideñas en las calles. En algunas ciudades ello representa un acto festivo de grandes dimensiones, compitiendo en fastuosidad con otras. Los escaparates de los centros comerciales muestran todo su esplendor y la publicidad en las televisiones públicas y privadas nos muestran cuerpos esculturales anunciando un perfume que, para realzar todavía más su atractivo, se publicita en francés o inglés. Los turrones y los regalos llenan la pantalla, siempre acompañados de un mensaje de amor y paz, mostrando familias felices por celebrar esos días tan esperados, sobre todo por los comerciantes. El Black Friday y luego el Ciber Monday acaba de retocar ese ambiente tan festivo y que luego se hará sentir en nuestros bolsillos. A continuación, aparecerán los anuncios de juguetes, para facilitar a los niños la escritura de la carta a Papá Noel y a los Reyes Magos, y porque no hay más personajes a quienes pedir juguetes, que si no...

No quiero que se me confunda con el Grinch, el archienemigo de la Navidad. Yo la gocé, en mi infancia, como cualquier otro niño que esperaba ansioso estas fechas, y no solo para disfrutar de las vacaciones escolares, sino para celebrarlas en familia, montando el Belén y, años más tarde, cuando ya no se consideraba algo pagano, el árbol de Navidad. Y también recitando el verso aprendido en la escuela ante la familia sentada a la mesa el día de Navidad, desde lo alto de una silla, para luego recibir un pequeño aguinaldo.

Eran días de diversión, olvidándonos del colegio, los niños, y del trabajo, los mayores, para volver a la rutina a los pocos días.

Lo que critico de este acontecimiento anual no es ni su tradición, ni lo que representa para unir los miembros de una familia, sirviendo de lazo de unión entre aquellos con los que, durante el año, no tenemos ocasión de reunirnos con frecuencia. Lo que critico es el obligado buenismo: los mensajes de paz y amor para imbuirnos un sentimiento de falsa concordia que solo tiene por objeto cazarnos como compradores de felicidad en forma de regalos. To er mundo e güeno, como rezaba la película de Manuel Summers. Todos tenemos que ser buena gente, aunque solo sea por una o dos semanas. Y luego de vuelta a la normalidad.

Este hecho anecdótico queda claramente reflejado en la cena con los compañeros de trabajo. Todo son beneplácitos, sonrisas y buenos deseos, incluso algún que otro abrazo, seguramente bajo los efectos del alcohol, con aquél a quien no soportas y que es un cabronazo. Pero por unas horas todos somos hermanos del alma. Y cuando volvamos a la oficina, todo volverá a ser como unos días, u horas, antes. El cabronazo seguirá siendo un cabronazo y el envidioso también lo seguirá siendo.

Pero al margen de esta hipocresía forzada por las circunstancias y volviendo al entorno social y familiar, estamos sometidos a una presión mediática que no se producía en mi niñez o, por lo menos, no de una forma tan agresiva.

El caso es que esta influencia exterior ha cuajado tanto, que hemos acabado interiorizando esos mensajes de amor y paz, hasta el punto de que nos sentimos obligados a desearle “felices fiestas” y “feliz año nuevo” a ese vecino a quien no soportamos. Y ello acompañado de una sonrisa forzada, una escenografía aprendida y practicada de año en año.

Ese periodo, entre el inicio y el final de la campaña navideña, no es más que una tregua, durante la cual dejamos de lado nuestras trifulcas y hostilidades, para poner buena cara y hasta darle la mano al enemigo, como en el campo de batalla.

Ojalá no hicieran falta treguas de ningún tipo y todos viviéramos en armonía durante todo el año. Hay un refrán catalán que dice: «Si Nadal és amor, pau i alegría, fem que sigui Nadal cada dia» (Si la Navidad es amor, paz y alegría, hagamos que sea Navidad cada día). Bonito, ¿verdad? Pero, por desgracia, esto no es más que una utopía, así que debemos conformarnos con la triste realidad.

A pesar de los pesares, yo sigo disfrutando de estas fechas tan señaladas, sobre todo viendo cómo se los pasan bien mis hijas y mis nietos y les deseo felices fiestas a todos ellos y a todos los conocidos con los que me cruzo. Debo estar adoctrinado desde pequeño en la cortesía.

Pero no penséis que siempre actúo hipócritamente, con mentiras piadosas, pues tengo, por fortuna, muchos amigos, familiares y gente de bien a quienes estimo lo suficiente como para desearles sinceramente unas felices navidades.

Y como muestra de ello, os deseo unas muy felices fiestas y, si me permitís un consejo, procurad no tirar la casa por la ventana —si es que no lo habéis hecho ya—, que luego vendrá la famosa cuesta de enero y los comercios ya se encargarán de tentaros para que gastéis un poquito más en las rebajas de enero.

Lo dicho, pues, que paséis unas felices fiestas y hasta la vuelta, amigos.