martes, 17 de junio de 2025

Maldito paro

 


Según el CIS, el paro ha estado, desde la década de los ochenta, a la cabeza de los problemas más importantes de los españoles. Concretamente, en 2023 era una de las tres primeras preocupaciones de los ciudadanos. El año pasado, la tasa de desempleo en España era del 10,8%, un punto menos que en 2023, pero, aun así, el más alto de la eurozona.

Por sexo, las mujeres en paro superaban a los hombres: 12,1% frente a 9,6%. Por edades, se llevan la palma los mayores de 50 años, con un nada despreciable 30,82%, con un total al término de 2024, de 800.000 personas, es decir, más de 3 parados de cada 10. Entre los más jóvenes de 25 años, la tasa de paro también es muy elevada: un 25,6% en los hombres y un 28,7% en las mujeres.

Si 800.000 personas paradas mayores de 50 años ya es una cifra a tener muy en cuenta, todavía es más grave el hecho de que 443.900 (el 55,5%) lo son de larga duración.

Estos últimos datos proceden de un estudio realizado por “Generación Savia”, un proyecto de “Fundación Endesa” en colaboración con “Fundación máshumano”.

Por otra parte, en 2025, la edad de jubilación ordinaria se sitúa entre los 65 y 66 años y 8 meses, según el periodo cotizado, edad que pasará a estar entre los 65 y 66 años y 10 meses en 2026, y entre los 65 y 67 años en 2027.

No sé si soy un simplista o un ignorante, pero cuando oigo o leo los datos sobre el paro en nuestro país, siempre me pregunto lo mismo: Si no se contrata, por culpa de la edad (una manifestación más de edadismo) a los mayores de 50 años, ¿por qué no se permite la jubilación a una edad algo más temprana (hay países de la UE cuya jubilación es a los 64 años) en lugar de querer prolongarla?

Si los trabajadores se jubilaran antes, dejarían espacio para contratar a los mayores de 50 y a los menores de 25 que están en el paro. ¿Dónde está el quid de la cuestión? Seguro que debe de haber algún motivo económico. Ahorrar en el pago a pensionistas por un lado y pagar subsidio de desempleo al mismo tiempo por otro. Seguro que la balanza se decanta a favor de lo primero, pues, la manutención de los pensionistas es mucho más costosa que la de los parados. Solo hay que comparar 10,32 millones de pensionistas frente a los 2,78 millones de parados.

Probablemente no haya tantos puestos de trabajo como trabajadores potenciales, por lo menos oficialmente, pues la economía sumergida es muy lucrativa para muchos patronos, esos que tienen trabajadores en situación ilegal y les pagan una miseria. Pero esta es otra historia.

Encuentro francamente injusto que la estabilidad económica y el bienestar de los jubilados y la de los parados se contemple en térmicos económicos y no sociales.


martes, 3 de junio de 2025

Adoctrinamiento o librepensamiento

 


Un artista ¿nace o se hace? Y la misma pregunta nos la podemos hacer en otros muchos ámbitos, no solo el artístico. La opinión generalizada es que existe una comunión entre ambas cosas. Una persona puede tener, desde pequeña, una gran afición por una determinada materia y muchas cualidades para ser un gran profesional en ella, pero sin una formación académica, técnica o del tipo que sea, no acabará desarrollando todo su potencial. Hay, por supuesto, excepciones a esta regla, como la de ser un genio —algo bastante infrecuente—, pero yo diría que en general hay una mezcla de vocación y de esfuerzo personal en forma de estudio y de preparación intensa. Es como la suerte, que nunca viene sola, todo lo que nos acontece es el resultado de una mezcla de azar y de mérito, en mayor o menor proporción.

Pues bien, este concepto de vocación o impulso natural por un lado, y de influencia externa por otro —ya sea esta en forma de formación, presión familiar o del entorno—, me ha llevado a pensar en algo bastante obvio: nuestra ideología, ya sea religiosa, política o moral, también está sujeta a influencias externas.

Un niño que recibe, desde muy pequeño, una formación religiosa, no es libre de elegir entre distintos credos. Simplemente sigue lo indicado por sus formadores, ya sean maestros o padres y familiares.

De joven, muchas veces oí a padres no creyentes ni practicantes, afirmar que no querían instruir a sus hijos en una creencia en particular para no imponerles una ideología religiosa, que ya decidirían ellos cuando fueran mayores. Y yo siempre me decía que ¿cómo van a abrazar en el futuro una creencia de la que no han recibido instrucción alguna? Lo lógico es que sigan el patrón o modelo familiar. Si los padres son ateos, los hijos también lo serán, a menos que se produzca un cambio repentino en sus vidas y abracen repentinamente una fe. Y, aun así, no será fruto de un “milagro” sino de una influencia exterior. En el caso opuesto, los hijos de unos padres muy religiosos no siempre siguen sus creencias y seguramente también sea debido a algún factor externo. Yo mismo soy un ejemplo: de niño era un ferviente practicante de la religión católica, porque así fui educado e inculcado, tanto en casa como en el colegio, y de mayor, superada la adolescencia, me fui alejando paulatinamente de la formación religiosa que había recibido, hasta llegar a la categoría de agnóstico. En política también sucede algo parecido, pues hay casos que de padres de derechas han salido hijos de izquierdas, y al revés, por mucho que parezca extraño.

¿Qué hace que un joven educado en un ambiente progresista y tolerante acabe siendo un extremista de derechas? Seguro que no es fruto de la reflexión y de la libertad de pensamiento. Algo, o alguien, le ha adoctrinado, haciéndole cambiar de parecer.

Todos hemos visto imágenes de niños en escuelas islámicas o judaicas, inmersos en la lectura del Corán o de la Torá, en una actitud servil y mecánica, recitando sin descanso los interminables salmos. A mí, en cambio, no me obligaron a aprenderme de memoria la Biblia y los evangelios. Y la asignatura de Historia Sagrada únicamente me valió para ser conocedor de hechos del antiguo y nuevo testamento, sin convertirme en un fanático. ¿Por qué? Pues porque tuve la suerte de que mis educadores no eran unos fanáticos religiosos, a diferencia de lo que suele ocurrir en otros países.

Así, pues, me da la impresión de que las enseñanzas que reciben los jóvenes judíos y musulmanes —por poner dos ejemplos conocidos— tienen un componente muchísimo más coercitivo que el resto de religiones monoteístas. La letra, con la sangre entra.

Evidentemente, no todos los judíos ni todos los musulmanes son extremistas ultraortodoxos o fundamentalistas islámicos, pero sí existe una facción preponderante que tiene por objeto adoctrinar a los niños y jóvenes de modo que no cuestionen las ideas impuestas por sus maestros.

¿Somos, pues, libres para elegir nuestras creencias? Los grupos neonazis que están reapareciendo por toda Europa, ¿son fruto de un adoctrinamiento o de una profunda reflexión sobre lo que consideran justo y deseable? Para mí, el hecho de observar que todos, o casi todos, los pertenecientes a un partido político conservador y ultraconservador opinen igual, sin discrepancias, en todos y cada uno de los puntos que más preocupan a la sociedad (educación, sanidad, empleo, impuestos, inmigración, etc.) me hace sospechar que no practican la libertad de pensamiento, sino que obedecen a unas directrices y doctrina de obligado cumplimiento. No actúan por consenso sino por sumisión y lealtad a su partido, indistintamente de lo que cada uno de sus miembros piense en realidad. No puede haber discrepancias, todos a una como Fuenteovejuna. Pero esta actitud no es exclusiva de las derechas, por supuesto, sino de cualquier país totalitario.

Siendo así, qué ocurre con los ciudadanos de a pie: ¿somos el resultado de un adoctrinamiento, claro o subliminal, del color que sea, o bien somos totalmente libres para decidir lo que queremos hacer y pensar en base a la lógica y la razón?