martes, 17 de junio de 2025

Maldito paro

 


Según el CIS, el paro ha estado, desde la década de los ochenta, a la cabeza de los problemas más importantes de los españoles. Concretamente, en 2023 era una de las tres primeras preocupaciones de los ciudadanos. El año pasado, la tasa de desempleo en España era del 10,8%, un punto menos que en 2023, pero, aun así, el más alto de la eurozona.

Por sexo, las mujeres en paro superaban a los hombres: 12,1% frente a 9,6%. Por edades, se llevan la palma los mayores de 50 años, con un nada despreciable 30,82%, con un total al término de 2024, de 800.000 personas, es decir, más de 3 parados de cada 10. Entre los más jóvenes de 25 años, la tasa de paro también es muy elevada: un 25,6% en los hombres y un 28,7% en las mujeres.

Si 800.000 personas paradas mayores de 50 años ya es una cifra a tener muy en cuenta, todavía es más grave el hecho de que 443.900 (el 55,5%) lo son de larga duración.

Estos últimos datos proceden de un estudio realizado por “Generación Savia”, un proyecto de “Fundación Endesa” en colaboración con “Fundación máshumano”.

Por otra parte, en 2025, la edad de jubilación ordinaria se sitúa entre los 65 y 66 años y 8 meses, según el periodo cotizado, edad que pasará a estar entre los 65 y 66 años y 10 meses en 2026, y entre los 65 y 67 años en 2027.

No sé si soy un simplista o un ignorante, pero cuando oigo o leo los datos sobre el paro en nuestro país, siempre me pregunto lo mismo: Si no se contrata, por culpa de la edad (una manifestación más de edadismo) a los mayores de 50 años, ¿por qué no se permite la jubilación a una edad algo más temprana (hay países de la UE cuya jubilación es a los 64 años) en lugar de querer prolongarla?

Si los trabajadores se jubilaran antes, dejarían espacio para contratar a los mayores de 50 y a los menores de 25 que están en el paro. ¿Dónde está el quid de la cuestión? Seguro que debe de haber algún motivo económico. Ahorrar en el pago a pensionistas por un lado y pagar subsidio de desempleo al mismo tiempo por otro. Seguro que la balanza se decanta a favor de lo primero, pues, la manutención de los pensionistas es mucho más costosa que la de los parados. Solo hay que comparar 10,32 millones de pensionistas frente a los 2,78 millones de parados.

Probablemente no haya tantos puestos de trabajo como trabajadores potenciales, por lo menos oficialmente, pues la economía sumergida es muy lucrativa para muchos patronos, esos que tienen trabajadores en situación ilegal y les pagan una miseria. Pero esta es otra historia.

Encuentro francamente injusto que la estabilidad económica y el bienestar de los jubilados y la de los parados se contemple en térmicos económicos y no sociales.


martes, 3 de junio de 2025

Adoctrinamiento o librepensamiento

 


Un artista ¿nace o se hace? Y la misma pregunta nos la podemos hacer en otros muchos ámbitos, no solo el artístico. La opinión generalizada es que existe una comunión entre ambas cosas. Una persona puede tener, desde pequeña, una gran afición por una determinada materia y muchas cualidades para ser un gran profesional en ella, pero sin una formación académica, técnica o del tipo que sea, no acabará desarrollando todo su potencial. Hay, por supuesto, excepciones a esta regla, como la de ser un genio —algo bastante infrecuente—, pero yo diría que en general hay una mezcla de vocación y de esfuerzo personal en forma de estudio y de preparación intensa. Es como la suerte, que nunca viene sola, todo lo que nos acontece es el resultado de una mezcla de azar y de mérito, en mayor o menor proporción.

Pues bien, este concepto de vocación o impulso natural por un lado, y de influencia externa por otro —ya sea esta en forma de formación, presión familiar o del entorno—, me ha llevado a pensar en algo bastante obvio: nuestra ideología, ya sea religiosa, política o moral, también está sujeta a influencias externas.

Un niño que recibe, desde muy pequeño, una formación religiosa, no es libre de elegir entre distintos credos. Simplemente sigue lo indicado por sus formadores, ya sean maestros o padres y familiares.

De joven, muchas veces oí a padres no creyentes ni practicantes, afirmar que no querían instruir a sus hijos en una creencia en particular para no imponerles una ideología religiosa, que ya decidirían ellos cuando fueran mayores. Y yo siempre me decía que ¿cómo van a abrazar en el futuro una creencia de la que no han recibido instrucción alguna? Lo lógico es que sigan el patrón o modelo familiar. Si los padres son ateos, los hijos también lo serán, a menos que se produzca un cambio repentino en sus vidas y abracen repentinamente una fe. Y, aun así, no será fruto de un “milagro” sino de una influencia exterior. En el caso opuesto, los hijos de unos padres muy religiosos no siempre siguen sus creencias y seguramente también sea debido a algún factor externo. Yo mismo soy un ejemplo: de niño era un ferviente practicante de la religión católica, porque así fui educado e inculcado, tanto en casa como en el colegio, y de mayor, superada la adolescencia, me fui alejando paulatinamente de la formación religiosa que había recibido, hasta llegar a la categoría de agnóstico. En política también sucede algo parecido, pues hay casos que de padres de derechas han salido hijos de izquierdas, y al revés, por mucho que parezca extraño.

¿Qué hace que un joven educado en un ambiente progresista y tolerante acabe siendo un extremista de derechas? Seguro que no es fruto de la reflexión y de la libertad de pensamiento. Algo, o alguien, le ha adoctrinado, haciéndole cambiar de parecer.

Todos hemos visto imágenes de niños en escuelas islámicas o judaicas, inmersos en la lectura del Corán o de la Torá, en una actitud servil y mecánica, recitando sin descanso los interminables salmos. A mí, en cambio, no me obligaron a aprenderme de memoria la Biblia y los evangelios. Y la asignatura de Historia Sagrada únicamente me valió para ser conocedor de hechos del antiguo y nuevo testamento, sin convertirme en un fanático. ¿Por qué? Pues porque tuve la suerte de que mis educadores no eran unos fanáticos religiosos, a diferencia de lo que suele ocurrir en otros países.

Así, pues, me da la impresión de que las enseñanzas que reciben los jóvenes judíos y musulmanes —por poner dos ejemplos conocidos— tienen un componente muchísimo más coercitivo que el resto de religiones monoteístas. La letra, con la sangre entra.

Evidentemente, no todos los judíos ni todos los musulmanes son extremistas ultraortodoxos o fundamentalistas islámicos, pero sí existe una facción preponderante que tiene por objeto adoctrinar a los niños y jóvenes de modo que no cuestionen las ideas impuestas por sus maestros.

¿Somos, pues, libres para elegir nuestras creencias? Los grupos neonazis que están reapareciendo por toda Europa, ¿son fruto de un adoctrinamiento o de una profunda reflexión sobre lo que consideran justo y deseable? Para mí, el hecho de observar que todos, o casi todos, los pertenecientes a un partido político conservador y ultraconservador opinen igual, sin discrepancias, en todos y cada uno de los puntos que más preocupan a la sociedad (educación, sanidad, empleo, impuestos, inmigración, etc.) me hace sospechar que no practican la libertad de pensamiento, sino que obedecen a unas directrices y doctrina de obligado cumplimiento. No actúan por consenso sino por sumisión y lealtad a su partido, indistintamente de lo que cada uno de sus miembros piense en realidad. No puede haber discrepancias, todos a una como Fuenteovejuna. Pero esta actitud no es exclusiva de las derechas, por supuesto, sino de cualquier país totalitario.

Siendo así, qué ocurre con los ciudadanos de a pie: ¿somos el resultado de un adoctrinamiento, claro o subliminal, del color que sea, o bien somos totalmente libres para decidir lo que queremos hacer y pensar en base a la lógica y la razón?

 

miércoles, 21 de mayo de 2025

La paguita

 


La semana pasada le tocó el turno a la mentira y esta a la paguita, todo ello relacionado con el mundo de la política, un hervidero de despropósitos.

Se ha hablado mucho de lo que cobran algunos políticos cuando abandonan su cargo para dedicarse a otros quehaceres. Nunca me ha parecido bien que, por el simple hecho de haber ostentado un cargo de responsabilidad en la política española, tengan derecho a una paga. Aunque hayan prestado un gran servicio al país, un político es un ciudadano normal y corriente, debiéndosele aplicar el mismo trato que a un trabajador por cuenta ajena.

Entiendo, sin embargo, que si para dedicarse a la política, una persona ha debido abandonar su profesión (ya sea médico, abogado, economista, o fontanero), merece una compensación económica cuando, tras varios años de haberse ausentado de su antiguo puesto de trabajo, reciba lo que podríamos considerar una compensación económica —como si se tratara de una indemnización— que le permita subsistir hasta que vuelva a la vida laboral “civil”. Una excepción sería en el caso de que el político gozara de una excedencia por ser funcionario público, pues tiene asegurada una plaza de propiedad en la administración o en cualquier otra institución pública (Hacienda, Hospital público, Judicatura, etc.) en la que trabajaba. También, según qué profesión ostente, esa indemnización no sería imprescindible, pues un abogado, por ejemplo, podrá reincorporarse al bufete que abandonó sin ningún problema e incluso abrir su propio bufete, gracias a que, tras haber pasado por la política, gozará de una imagen profesional indiscutible (ver el caso de Miquel Roca Junyent, uno de los padres de la Constitución Española y del Estatut de Catalunya, y ex portavoz de CiU, creador de uno de los principales bufetes de Barcelona y del Estado Español). También es bien sabido que un político que ha jugado un papel importante en el Parlamento o en el Senado, tiene las puertas abiertas en multitud de Empresas, tanto nacionales como internacionales, lo que se conoce como las puertas giratorias o enchufismo. El caso más reciente es el de Salomé Pradas, exconsellera de la Comunidad Valenciana y principal imputada en la causa de la DANA, destituida por Mazón, que acaba de ser fichada por la Universidad Internacional de Valencia (VIU), privatizada por el PP, como colaboradora en el área de Derecho, volviendo, según sus palabras, a ejercer la abogacía y la docencia.

Antes de proceder a una indemnización por el tiempo dedicado a la política en exclusividad, también se debería tener en cuenta el patrimonio acumulado durante su labor política, añadido al que ya tenía con anterioridad, es decir de qué recursos económicos dispone quien ha dejado vacante su plaza. No creo que muchos políticos necesiten una paga para subsistir durante el tiempo necesario hasta encontrar otro trabajo remunerado. Pero, claro está, cada caso es distinto a otro y no se puede establecer un tratamiento igualitario, pero sí justo.

Por todo ello, he querido saber quién tiene derecho a esa paga a cuenta de los Presupuestos Generales del Estado o de la Comunidad Autónoma a la que pertenezca el afortunado.

Como ocurre en tantos otros casos, existe una gran diversidad de normas según la Comunidad Autónoma a la que nos refiramos, de modo que no se puede generalizar. Aun así, hay que distinguir entre diputados (incluyendo a ministros) y expresidentes. Los primeros tienen derecho a una “indemnización de transición” cuando dejan su cargo, pero no a una pensión vitalicia. Dicha indemnización cubre la carencia de cobertura por desempleo y se suele calcular en 52 días de la asignación que estaban percibiendo y que cobran en un solo pago.

Si nos referimos a los expresidentes de las CCAA, la cosa cambia, aunque también hay muchas diferencias entre Comunidades, diferencias que sería muy prolijo describir aquí.

Hay autonomías que pagan sueldos a sus expresidentes, directa o indirectamente, mediante su inclusión en un consejo consultivo y con derecho a disponer de una oficina, chófer y un servicio de seguridad.

Las hay que no ofrecen un sueldo a sus expresidentes, entre las que se encuentra la Comunidad de Madrid, aunque, a propuesta de su presidenta actual, está preparando un “Estatuto de expresidentes” según el cual, un expresidente de esa Comunidad sí recibiría una paga, con chófer y despacho por un máximo de cuatro años.

En algunas CCAA, el periodo durante el cual se tiene derecho a cobrar un sueldo es variable, dependiendo del tiempo durante el cual hayan ocupado su cargo y también de la edad, pudiendo cobrar, al cumplir los 65 años, una pensión vitalicia equivalente a un mínimo del 60% y un máximo del 80% de lo que percibían en el cargo. Este sería el caso de la Generalitat de Catalunya, de modo que el expresidente Pere Aragonés cobrará unos 109.000 euros anuales durante cuatro años, teniendo también derecho a percibir una pensión vitalicia del 60% del salario al cumplir los 65 años y que será de 81.700 euros al año.

Entre tantas discrepancias y particularidades, sobresale el caso, de máxima actualidad, que concierne a Mazón, el actual presidente de la Comunidad Valenciana pues, de no prosperar la reforma presentada por el grupo parlamentario Compromís, los presidentes de esa Comunidad seguirían cobrando 75.000 euros anuales durante 15 años, una vez concluido su mandato. Así pues, si Mazón resiste en su puesto hasta julio, tal como se insinúa, cobraría esa cantidad durante los próximos dos años, que es el tiempo que habría estado en el cargo actual, requisito indispensable para poderse acoger a ese subsidio.

Si nos referimos ahora a los presidentes del Gobierno, estos son los únicos que tienen derecho, sin excepción, a una paga vitalicia, medida esta que creó Felipe González en 1992 y de la que disfrutan todavía Mariano Rajoy, José Luis Rodríguez Zapatero y José María Aznar, cifra que ascendía en 2022 a unos 75.000 euros anuales. El actual presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, cobraría unos 61.000 euros al año si dejase de ostentar el cargo.

Felipe González sería el expresidente que más ha ingresado hasta el momento, ya que es el más longevo (perdió las elecciones en 1996). En total, habría cobrado más de 1,8 millones de euros, José María Aznar 1,5 millones y Rajoy 341,618 euros. Y a ello hay que añadir otros beneficios, como el de contar con un automóvil con chófer, escolta y seguridad, y disfrutar de libre pase en las compañías de transportes terrestres, marítimas y aéreas del Estado.

¿Merecen estas personas tales beneficios? Y no me refiero a un merecimiento moral por lo que han hecho por el país (si es que han hecho algo), sino simplemente a una necesidad económica de tales dimensiones pues, todos ellos tienen unos ingresos más que suculentos procedentes de sus actividades extrapolíticas, empresariales y de todo tipo. ¿Acaso no se dedican, o se han dedicado, a la política por vocación? ¿Por qué, pues, debemos pagarles un sueldo una vez han dejado su cargo? Ni siquiera una indemnización. Este subsidio solo se lo merece quien ha trabajado en una empresa durante años y se queda en el paro por motivos ajenos a su voluntad, que tiene una familia a la que sostener, unos hijos a los que educar y una vivienda que pagar.

Deberían tomar ejemplo de Julio Anguita, quien después de más de ocho años como parlamentario, renunció a la pensión de jubilación como exdiputado, pasando a cobrar solamente la de profesor de escuela. Y ya no hablemos del recientemente fallecido Pepe Múgica, expresidente de Uruguay, un referente mundial en cuanto a humildad y renuncia a cualquier tipo de ingresos extraordinarios y que donó alrededor del 90% de su salario mensual de 12.000 dólares durante sus cinco años de gobierno a organizaciones benéficas y a pequeños empresarios.

Pero, claro, no vamos a exigir, ni tal solo pedir a un político profesional que se acoja al voto de pobreza, pues si en el ámbito sacerdotal —en el que se exige, además, el de obediencia y castidad, casi nada—, ya hay una escasez de vocaciones, en el político estaríamos a dos velas.

¿Creéis, en definitiva, que mis sugerencias, por extremistas que parezcan, son no solo plausibles sino también correctas, o tal vez me he extralimitado con mi planteamiento “antisistema político” en plan fanático intransigente de izquierdas?

 

miércoles, 14 de mayo de 2025

La mentira

 


Mentira es la expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente (RAE).

A grandes rasgos, podríamos decir que la mentira hace su presencia en dos ámbitos: el de la comunicación, cuando se busca engañar con las palabras, y el de las actuaciones, cuando se finge algo contrario a lo que se siente o a lo que es en realidad.

Como afirma De la Serna en “La mitomanía: descubriendo al mentiroso”, quien miente espera que sus oyentes le crean, de forma que se oculte la realidad o la verdad de forma parcial o total.

Otra forma de mentir consiste en el fingimiento. Por ejemplo, si alguien atropella a una persona y se da a la fuga, y más tarde vuelve y se mezcla entre los curiosos, fingiendo indignación por lo ocurrido, está mintiendo ante quienes simula o finge inocencia.

De una forma más pormenorizada, hay muchos autores, sobre todo filósofos, que han clasificado los distinto tipos de mentiras que, grosso modo, pueden definirse del siguiente modo:

  • Mentira blanca o piadosa: afirmación falsa hecha con intención benevolente, para no zaherir al interlocutor
  • Promesa rota: sin ser una mentira, estrictamente hablando, es incumplir un compromiso adoptado con otra persona. Solo en el caso de que dicho compromiso se haya tomado pensando en no cumplirlo, hablaríamos de mentir.
  • Mentira honesta: la que se dice involuntariamente, creyendo que lo afirmado es verdad
  • Mentira intencionada o instrumental; la que se dice deliberadamente a fin de conseguir un objetivo interesado
  • Mentira con uno mismo o autoengaño: forma de autoconvencerse de algo sobre falsas creencias o ilusiones a las que se tiene apego
  • La exageración: contar algo de forma desproporcionada, intencionadamente y con finalidades muy variadas
  • Los rumores: noticia falsa divulgada sin haber sido confirmada. También suelen tener una intencionalidad.
  • La calumnia: acusación falsa, hecha maliciosamente para causar daño

En el ámbito de la religión, mentir es un pecado (no levantarás falsos testimonios ni mentirás) y según nuestro código penal es, en teoría, objeto de sanción. Así pues, el falso testimonio y el perjurio están severamente penalizados, pero, en la realidad, observamos abundantes casos en los que, en una declaración ante el juez, el interrogado miente como un bellaco o echa las culpas a otro, u otros, y no pasa absolutamente nada, aun cuando se descubra más tarde su falsedad. Por cierto, siempre me ha llamado la atención que cuando alguien acude a declarar como testigo no puede mentir, mientras si lo hace como imputado, sí. Cosas de la Ley.

Consultando varias fuentes sobre la mentira, he hallado una cita del neurocientífico San Harris, que afirma que “mentir es negativo para el mentiroso, que los mentirosos suelen sentirse mal por sus mentiras y perciben una pérdida de sinceridad, autenticidad e integridad”. Yo, la verdad, discrepo totalmente de esta asunción y lo hago en base a mi experiencia personal, tanto en el ámbito laboral como, sobre todo, en el político.

¿Acaso nuestros políticos son tan amorales que no sienten ningún arrepentimiento tras mentir y calumniar descaradamente? Últimamente me he llevado más de una desilusión cuando se ha acusado de delinquir a un político de mi confianza, que se defendía con uñas y dientes de tal acusación alegando una caza se brujas, ante el que he sentido una total empatía, creyendo en la veracidad de sus alegaciones, hasta que, con el paso del tiempo y el acúmulo de pruebas en su contra, se ha desvelado la verdad y ha resultado ser un corrupto de libro. ¿Cómo pudo defender su inocencia tan vehementemente, sabiendo que era culpable? Y así podría relatar muchos otros casos en los que la mentira, la difamación (calumnia, que algo queda), las promesas incumplidas y reiteradas, la exageración malintencionada y una retahíla de falsedades, son el sostén y la base de la política en general y de muchos políticos en particular.

¿Cómo podemos estar seguros de la veracidad de nuestros representantes cuando hemos visto casos en los que nos han defraudado y engañado? Si uno no puede confiar en ellos, ¿qué sentido tiene acudir a las urnas cada cuatro años? ¿Votar al menos malo? Pero, ¿quién es el menos malo dentro de esa caterva de mentirosos que nos representan? Quiero creer que todavía queda gente honrada que se dedica a la política para defender nuestros derechos constitucionales sin luchas intestinas partidistas, que piensan en resolver los problemas de la ciudadanía en lugar de dedicarse a atacarse esgrimiendo falsas acusaciones cruzadas, mintiendo a los votantes sin otro interés que el de aferrarse a su escaño, sin reconocer sus culpas, prefiriendo la mentira y la falacia en lugar de la verdad.

Los políticos, para poder acceder a un puesto de responsabilidad, deberían seguir un curso de ética, pero en su lugar lo primero que aprenden es a mentir sin sonrojarse y mantener sus mentiras hasta que no se descubra la verdad verdadera sin paliativos. Y, aun así, en tal supuesto, seguirán justificándose con excusas ridículas y ofensivas para alguien con un mínimo de sentido común.

Los parlamentarios, una vez en la tribuna de oradores, deberían someterse a un polígrafo durante toda su intervención. Pero ya os adelanto lo que ocurriría en caso de que el aparato determinara que el orador está mintiendo: el mentiroso argumentara que el aparato no es fiable, que está defectuoso o que ha sido manipulado por su oponente, sobre todo si este forma parte del Gobierno.

Para muchos, mentir es una necesidad vital y no desaprovechan la oportunidad para ponerla en práctica sea donde sea y como sea.

Creo que puedo afirmar que todos nos hemos visto obligados a mentir en alguna ocasión, ya sea para ocultar algo que no deseamos desvelar, para quedar bien ante los demás, o para protegernos y sobrevivir en esta sociedad tan agresiva en la que vivimos.

Es triste, pues, que la mentira forme parte de nuestras vidas, que la aceptemos y asumamos como algo natural, que la usemos habitualmente para progresar, que la normalicemos, considerándola como algo inherente al ser humano.

Mentir o no mentir, esa es la cuestión.


jueves, 1 de mayo de 2025

¿Broma o burla?

 


Recientemente, se ha publicado en las redes un video realizado por IA en la que aparece el recientemente fallecido Papa Francisco junto a Jesús, quien sostiene un gran vaso de agua que se convierte en vino ante las risas de ambos para, acto seguido, salir volando (se supone que hacia el cielo) donde les espera una hermosa joven, que se supone que es María, formando así un trío feliz. Por la música y canto que acompaña al vídeo se podría pensar que, como algunos dicen, se ha hecho, no como burla, sino como forma simpática e incluso cariñosa en recuerdo del fallecido. Yo tengo mis dudas. Pero, sea como sea, me ha hecho pensar en las numerosas muestras de falta de respeto hacia creencias ajenas.

Educado en el seno de una familia católica y en un colegio religioso, aunque con el tiempo me fui alejando de las creencias y preceptos en los que había sido adoctrinado, hasta llegar a considerarme agnóstico, algo debe haber quedado de aquella educación porque siempre he sido sumamente respetuoso con las creencias religiosas de todo tipo. Podré considerarlas absurdas, ancestrales, supersticiosas, etc., pero jamás me burlaré de ellas y mucho menos ante uno de sus practicantes, para no herir su sensibilidad. Obvia decir que no entran en este grupo las prácticas inhumanas propias de extremistas religiosos. A estas hay que combatirlas.

Pero hoy día, la libertad de expresión ha llegado muchas veces a cruzar una línea roja, llegando al insulto, al menosprecio y a la burla más encarnizada. Y muchas veces con el único fin de hacer una gracia ante un público insensible y, añadiría, ignorante y maleducado (en el sentido más estricto de la palabra).

Hace muchos años que veo este tipo de bromas de mal gusto, unas simplemente pueriles, ante las que no hace falta molestarse, aunque los más intransigentes —como los Abogados Cristianos, anclados en el pasado más rancio— se rasguen las vestiduras, al estilo fariseo; y otras realmente desagradables e innecesarias, a las que no veo justificación alguna, excepto la de irritar a los creyentes. Una cosa es criticar y otra muy distinta es ofender los sentimientos ajenos.

Podría mencionar muchos ejemplos, pero han habido expresiones anti religiosas que considero muy osadas, como la procesión del coño insumiso, una vulgaridad fuera de serie, por no hablar de chistes y sketches televisivos que, aun no siendo muy ofensivos —excepto para los ultra conservadores e intolerantes—, los considero simplemente de mal gusto, como la parodia que emitió el programa de la televisión catalana, “Està passant”, en plena Semana Santa del pasado año, en la que aparecía una humorista disfrazada de “Virgen del Rocío”, con una muñeca en brazos, representando al niño Jesús (ver la imagen del encabezamiento). Dicha parodia hacía alusiones maliciosas a la vida sexual de la Virgen. Como era de esperar, se produjeron enérgicas protestas por parte de representantes de la Iglesia católica y de algunos partidos políticos, ante las cuales el director y presentador de dicho programa, no solo no echó mano de la típica disculpa no sentida para templar los ánimos de los supuestos ofendidos, sino que afirmó, con lo que yo calificaría de chulería, que continuarían las emisiones de programas blasfemos de este tipo, en aras de la sacrosanta libertad de expresión.

A este respecto, una mención especial, por la gravedad de la respuesta producida, se merece la publicación, en la revista satírica francesa Charlie Hebdo, en 2015, de una caricatura de Mahoma —una más de las muchas que solía publicar— que motivó el grave atentado perpetrado por terroristas de Al Qaeda y que acabó con la vida de doce trabajadores de la revista e hirió a otras once.

Que quede claro como el agua cristalina que no justifico tal acto terrorista, ni de lejos, pero siempre me he preguntado cómo se atrevieron aquellos periodistas a mofarse reiteradamente del venerado profeta del islamismo. ¿Acaso no preveían las consecuencias de tal acto? ¿No sabían de qué pie calzan los fundamentalistas islámicos? ¿Pensaban que se quedarían de brazos cruzados ante, para ellos, tamaña herejía? ¿Acaso no recordaban lo ocurrido con Salman Rushdie por haber escrito los versos satánicos, que los islamistas consideraron una blasfemia contra el islam, poniendo precio a su cabeza?

La proclama “Je suis Charlie”, en boca de todos los demócratas, me pareció acertada en cuanto que reivindicaba el libre pensamiento y la memoria de quienes sufrieron el atentado, pero para mí no significaba que aprobara su línea editorial, plagada de burlas anti religiosas contra cualquier creencia, tanto islamista, católica, como judaica. Una editorial crítica —y cualquier persona educada y tolerante— debe ser respetuosa con los piensan de otro modo y no arrogarse la verdad absoluta, pues este comportamiento no es precisamente democrático. Y añadiría que debería ser cauta (y no cáustica) cuando la chanza va dirigida a una comunidad que no duda en usar la violencia contra los que considera herejes.

Una cosa es que una publicación se arriesgue a recibir una severa crítica social o política en aras de la libertad de pensamiento, al censurar vehementemente lo que considera un comportamiento inadecuado y sancionable de ciertas personas, organizaciones e instituciones, y otra muy distinta es hacerlo despreciándolas y mofándose de ellas sin ningún reparo ni pruebas en contra, con el único fin de desprestigiarlas públicamente.

Para mí, no hay que luchar contra el que piensa de forma distinta, sino contra quienes defienden sus creencias violentamente y utilizan la amenaza contra quien se atreva a criticarlos.

Uno de los males de nuestra sociedad es precisamente el no saber convivir con quienes son y piensan de forma distinta a la nuestra. La falta de respeto y de tolerancia suele llevar a un campo de batalla en el que todos salimos perdiendo. Y así nos va.


domingo, 27 de abril de 2025

Kit de supervivencia

 


La Comisión Europea presentó hace unas semanas su estrategia de preparación ante grandes crisis y amenazas, que pueden ir desde un accidente o guerra nuclear, ataques a infraestructuras críticas, pandemias, catástrofes naturales y actos de terrorismo a gran escala.

Se trata de anticiparse y reaccionar con rapidez ante tales agresiones, así como de tener en cuenta la experiencia que los Estados Miembros han adquirido en determinados sectores (sic). De acuerdo con lo publicado, Bruselas propone que todos los hogares de la Unión Europea tengan reservas de agua, medicamentos, baterías y alimentos para subsistir 72 horas sin ayuda externa en caso de crisis. 

Concretando más, el llamado kit de emergencia debería incluir los siguientes elementos: 

  • Agua embotellada (mínimo 5 litros por persona)
  • Alimentos fáciles de preparar y preferiblemente no perecederos
  • Una radio a pilas
  • Una linterna
  • Una batería de repuesto para el móvil
  • Un hornillo o cocina portátil (y gas envasado)
  • Combustible
  • Cerillas
  • Dinero en efectivo
  • Medicamentos
  • Pastillas de yodo
  • Material de primeros auxilios
  • Cinta adhesiva
  • Un extintor
  • Artículos de higiene

Todo esto, en teoría, está muy bien, pero me pregunto por qué todos estos artículos solo están pensados para cubrir tres días. ¿Qué ocurrirá una vez agotado este tiempo? ¿Acaso después de 72 horas ya habrán desaparecido los efectos de la desolación que habrá provocado una guerra nuclear o cualquiera de las otras grandes amenazas mencionadas? ¿A quién se le ha ocurrido tamaña tontería? Si por lo menos hubieran aconsejado fabricar búnkeres... ¿Acaso no han tenido en cuenta que la duración real de los efectos de la tremenda radioactividad que se concentraría en la atmósfera perdurarían más de tres días, de modo que nuestro humilde hogar no sería un reducto protector ni a corto ni a largo plazo? Porque una cosa es la energía que se libera en el momento del impacto y otra muy distinta es la radioactividad remanente que afectaría a todo ser viviente durante décadas e incluso siglos, haciendo la vida en la tierra insoportable. Y, aun inclinándonos por construir búnkeres, ya hemos llegado tarde. Un bunker no se fabrica en dos días y habida cuenta de la gran población que debería protegerse, como no reutilizáramos, una vez vaciados y debidamente adaptados y blindados, los panteones familiares —aquellos que los tengan— esparcidos por todos los cementerios españoles, no habría espacio suficiente para todos. Y no me imagino los nichos albergando a una familia entera. Los que no tengan ni una cosa ni la otra, los sin techo, pues ya se sabe, que se busquen la vida o, mejor dicho, la muerte.

¿Así pues, para que servirá ese kit de 72 horas en caso de un cataclismo mundial? Me imagino a una multitud de familias agazapadas en su casa, comiendo de las latas de conserva, escuchando la radio, iluminándose con una linterna, mientras contemplan por la ventana —eso si su edificio no ha caído hecho escombros— la brutal devastación producida por lo misiles nucleares de largo alcance que van dejando la ciudad arrasada hasta los cimientos y escuchando por la radio transistor las noticias del día. ¿Y quién será el valiente de salir a echar un vistazo por los alrededores una vez se les haya acabado las existencias? ¿Les servirá para algo el dinero en metálico que han reunido?  Por cierto, ¿no faltaría añadir a esa lista de adminículos una máscara y ropa anti radiación? ¿Y papel higiénico? No lo sé, digo yo.

Ideas ridículas, propias de ignorantes, abundan últimamente. El mejor de los ejemplos lo encontramos en la amenaza rusa de lanzar misiles con cabezas nucleares a todas las capitales de la Europa occidental, como si ellos quedaran inmunes a la radioactividad que asolaría todo el continente. ¿O es que tienen, y no lo han revelado, una cúpula de más de 17.100.000 km2, que proteja a Rusia de la radioactividad que ellos mismos han liberado y ante una respuesta nuclear? Porque no creo que los países atacados y con armas nucleares se quedaran con los brazos cruzados.

Todo esto se me antoja un juego de niños perversos. Bravuconadas de matones que pretenden asustar a sus enemigos y aterrorizar a los ciudadanos de a pie. Y todo por culpa de disponer de armas nucleares. ¿Qué sentido tiene la escalada nuclear que se ha ido produciendo? ¿Por qué a unos países (los buenos) se les permite tener y desarrollar armas nucleares y a otros (los malos) no? ¿Quién lo decide? Supongo que los más chulos. Pero esta es otra historia repleta también de ridículas contradicciones.

Yo no pienso lanzarme a comprar esos artículos de “primera necesidad” para poder sobrevivir las 72 horas más alucinantes y menos realistas de nuestra vida. Y ahora que lo pienso, creo que dispongo de todos ellos.

 

martes, 15 de abril de 2025

Envejecer

 


Con esta entrada solo deseo reflejar una situación real, sin pesimismo de por medio, aunque esté impregnada de una cierta tristeza, pues no deja de ser triste envejecer. El envejecimiento es un proceso natural e irreversible, que afecta a todo ser vivo y para el que todavía no se dispone de cura alguna.

Ahora bien, la edad cronológica y la edad biológica no son iguales. En la mayoría de los casos, el proceso de envejecimiento comienza a principios de los 20 años,  cuando empezamos a perder neuronas, y los primeros signos visibles aparecen alrededor de los 30. A partir de ese momento, las cosas evolucionan a una velocidad variable. Por regla general según la OMS, hasta los 60 años una persona no puede ser considerada de edad avanzada, algo que se me antoja caduco en pleno siglo XXI y en nuestro país, donde la esperanza de vida media es de 82 años, dependiendo del sexo.

Pero dejémonos de estadísticas y de definiciones. Lo que verdaderamente cuenta es lo que uno siente y cómo se ve durante este proceso de envejecimiento a lo largo de toda su vida.

Hay gente realmente preocupada por los efectos de la edad, y se horrorizan al ver aparecer arrugas en su frente, cara y cuello e intentan por todos los medios, disimularlas e incluso acabar con ellas recurriendo a las inyecciones de bótox o de ácido hialurónico, por no hablar de la cirugía estética, que muchas veces hace más estragos que el envejecimiento natural.

Si hay personas todavía jóvenes que pretenden, en vano, mantenerse eternamente jóvenes, ¿qué harán cuando lleguen a la madurez, y no digamos, a la vejez?

Aunque resulte triste observar esos cambios en nuestro organismo, debemos aceptar que son el resultado de un proceso natural e imparable, que afecta a todos por igual, y convivir con ellos pacífica y razonablemente bien. Sé que resulta más fácil decirlo que vivirlo, pero considero que es un buen consejo a seguir.

Lo que, por lo menos a mí, me resulta más traumático es ver el antes y el después sin transición de por medio. Una cosa es verte en el espejo día a día o ver a alguien casi a diario, con lo que esos cambios físicos resultan menos patentes, que ver una fotografía familiar de hace muchos años y comparar esa imagen con la actual (ver a tus padres cuando eran jóvenes y verlos ahora ancianos, o ver a tus hijos siendo niños y ahora que ya son adultos; en ambos casos no parecen que sean las mismas personas), o reunirte con antiguos compañeros de clase y casi no reconocerlos. Eso me ocurrió en una cena de antiguos alumnos transcurridos más de veinte años desde que acabamos el bachillerato. Por fortuna para mi ego, a mí todos me reconocieron.

Cuando ahora, a mis 74 años, me dicen que me conservo muy bien para esta edad, que parezco mucho más joven, siempre respondo, con sorna, que estoy, efectivamente, muy bien de chapa y pintura, pero que de motor ando un poco averiado, de modo que, siguiendo con este símil, si fuera un automóvil, no pasaría la ITV.

Lo que acabo de referir puede ser algo natural, uno puede parecer joven por fuera y ser un viejo por dentro, y viceversa. Y no solo físicamente, pues hay jóvenes viejos y viejos jóvenes mentalmente.

Dicen que la juventud está en el interior, al igual que la belleza, pero dejémonos de monsergas y aceptemos que nos hacemos irremediablemente viejos con el tiempo, es ley de vida, y el tiempo no pasa en balde, tarde o temprano nos pasará factura, si no nos la ha pasado ya.

Pero lo que aquí quiero exponer es algo que va más allá de lo físico, y se refiere a la aceptación de la vejez, momento en el cual ya no podemos seguir desempeñando las mismas actividades con el mismo vigor o, incluso, las tenemos vedadas para siempre por culpa de los achaques, entre los cuales está la limitación de la movilidad.

Sé de personas que, llegado ese, llamémosle, trance, no solo se agobian, sino que se deprimen. Una cosa es ser viejo y otra es sentirse realmente viejo.

Esta situación es la peor imaginable, pues en lugar de aceptar lo irremediable con filosofía, y aprovechar lo que todavía podemos hacer con satisfacción, quien se siente un viejo inútil vivirá amargado el resto de su vida, y se la amargará a sus seres queridos. Y es que hay quienes siempre ven el vaso medio vacío y otros, los más afortunados, medio lleno. Lo único que puede dar al traste con toda posibilidad de optimismo ante la vejez es la soledad. Vejez, enfermedad y soledad es una combinación perversa que hace que quien la padece desee acabar sus días lo antes posible.

Hay muchos libros de autoayuda sobre cómo envejecer bien, pero me temo que están escritos por psicólogos y médicos jóvenes, lo cual resta, a mi entender, objetividad, pero, aun así, pueden ser de utilidad para quienes temen llegar a ser unos viejos inútiles. Yo leí uno hace unos pocos años y no me aportó nada nuevo a lo que ya sabía e imaginaba, quizá porque ya estaba mentalizado para lo que se me venía encima, lo que no significa que vea la vejez con simpatía.

En fitoterapia (tratamiento farmacológico con plantas y extractos vegetales) se deja claro que lo natural no tiene porqué ser sano —hay plantas altamente tóxicas—. Pues del mismo modo, el envejecimiento, aun siendo natural, tampoco podemos afirmar que sea sano, pero, por lo menos, podemos hacer que sea tolerable.

Como dijo el escritor y físico alemán, Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799), Nada nos hace envejecer con más rapidez que el pensar incesantemente en que nos hacemos viejos. Y eso que este científico no llegó a los sesenta años. Pero si tenemos en cuenta la esperanza de vida en el siglo XVIII, llegó a viejo, lo que ignoro es en qué condiciones. Espero que se aplicara su propia máxima.

Vivir es envejecer, y vivir bien debe implicar envejecer bien. Parafraseando a Descartes, yo diría “envejezco, luego existo”.

 

martes, 1 de abril de 2025

¿Pobre y feliz o rico e infeliz?

 


Muchas veces nos habremos encontrado ante la disyuntiva de tener que elegir entre dos opciones sin saber por cuál decantarnos, pues ambas tienen sus pros y sus contras. Y la elección es todavía más complicada cuando esas dos opciones son polos opuestos.

¿A quién no le han preguntado, de niño, a quién quería más, si a papá o a mamá? Yo no sé vosotros, pero que yo recuerde, mi respuesta era invariablemente “a los dos por igual”. Una respuesta realmente tan diplomática como falsa, pues de pequeño uno suele tener una preferencia, llamémosla también debilidad, hacia uno de los progenitores. Del mismo modo, aunque nadie quiera reconocerlo, los padres también pueden sentirla hacia uno de sus hijos, aunque ello no signifique que no quieran a todos por igual.

Pero una vez abandonada la infancia, viene la típica pregunta de qué quieres ser de mayor y muchas veces no sabemos (al menos yo) qué responder. En tal caso, nos enfrentamos a una disyuntiva cuya resolución puede marcar el resto de nuestra vida. Y esa disyuntiva es todavía mayor si nos planteamos otra pregunta: «¿Qué prefiero, trabajar en algo que me apasione cobrando muy poco o ganar mucho dinero trabajando en algo que no me guste?». Aquí, por supuesto, también cabría recurrir a una respuesta conservadora: «Pues me gustaría trabajar en algo que me apasione ganando mucho dinero» ¡Y a quién no! Pero esa oportunidad muy pocas veces se presenta. Creo que solo lo consiguen los que se hacen famosos en el mundo del arte (actores, músicos y artistas en general), pero seguro que sus inicios fueron muy duros al elegir ver cumplida su vocación a cambio de la incertidumbre. Y aquí me pregunto si aquellos que malviven ganando lo justo para sobrevivir por haberse decantado por su verdadera vocación sin importarles la economía, se arrepienten de su elección.

Todos hemos oído decir que el dinero no hace la felicidad, aunque sabemos que es de gran ayuda para, por lo menos, no ser infeliz por falta de los medios necesarios para llevar una vida cómoda y saludable.

Evidentemente, los extremos no son fiables ni oportunos. Se puede ser muy rico y muy infeliz a la vez, esto está claro, pero siendo muy pobre es muy difícil ser enteramente feliz.

Pero pasemos de la teoría a la práctica y veamos muy resumidamente mi experiencia personal:

A los diecisiete años, justo antes de la Selectividad, tuve que elegir qué carrera universitaria quería cursar. Ante la duda y la falta de información, me plateé tres posibilidades, por este orden: Medicina, Farmacia y Biología. Y ¿sabéis cual elegí?, pues Biología, la que ofrecía muchas menos posibilidades de tener un sueldo mínimamente aceptable, la que menos salidas profesionales tenía —por lo menos entonces—, algo a lo que no le presté la suficiente atención, pues a esa edad primaba más el pensamiento romántico que el pragmatismo.

Y al principio se cumplió la primera de las dos asunciones planteadas: iba a trabajar con ganas, alegría y en un excelente ambiente de trabajo, pero cobrando una miseria como ayudante de investigación en el departamento de bacteriología marina del conocido hoy como Instituto de Ciencias del Mar, gracias a una beca del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

Pero la alegría inicial se convirtió pronto en desánimo por cuestiones que no vienen al caso y que sería muy prolijo de explicar. El caso es que para mejorar mi paupérrima situación económica y asegurarme un futuro más confortable, opté por el transfuguismo pasándome a la Industria Farmacéutica, mucho más generosa en cuanto a emolumentos, aunque el puesto a ocupar no tenía nada que ver con la microbiología. Ese puesto, con el tiempo, me brindó la oportunidad de ir escalando y de cambiar en varias ocasiones de empresa, y cada cambio representaba una mayor recompensa económica, aunque para ello me vi obligado por las circunstancias a licenciarme en Farmacia, que me aportaría unos conocimientos y posibilidades más acordes con la actividad profesional que desempeñaba.

Pero tal como dice el refrán, no todo el monte es orégano, de modo que a lo largo de mi carrera en la industria farmacéutica tuve que vérmelas con constantes pisotones y malas artes por parte de algunos colegas, y con tremendas presiones por parte de mis superiores —algo desgraciadamente habitual en un ambiente tan competitivo como el farmacéutico de la industria—. Aun así, pude ir resistiendo medianamente bien, con altibajos, excepto durante los dos últimos años, que fueron un verdadero calvario, expuesto diariamente a un estado de ansiedad que habría acabado con mi salud mental si no fuera porque finalmente acabé en el paro con sesenta y un años recién cumplidos, debido a una reestructuración total de la cúpula directiva de la que entonces formaba parte.

¿Fui feliz a lo largo del tiempo en el que fui ascendiendo y cambiando de una multinacional a otra? En absoluto. Cada vez ganaba más dinero, aunque a cambio de una mayor responsabilidad y vulnerabilidad ante las dificultades internas y externas. Sin ser rico, gozaba de una economía que me permitía llevar un ritmo de vida muy desahogado, pero sufriendo, a cambio, un estrés constante. Y una vez llegado al punto y final de mi carrera, una vez exento de responsabilidades y presiones, eché la vista atrás y sentí nostalgia de aquella época en la que siendo “pobre” era feliz. 

Pero si volviera al principio, ¿haría lo que hice si supiera lo que me esperaba en la industria? Para ser sincero, no lo sé. Y termino como empecé esta entrada, volviendo a preguntar ¿qué es preferible, tener un sueldo muy modesto trabajando en algo que nos divierte o tener un muy buen sueldo a cambio de trabajar a disgusto? Como dije antes, siempre podemos recurrir a la solución más salomónica: la de trabajar en algo que nos satisface ganado mucha pasta. Pero lo bueno, bonito y barato no existe, y si existe, se da en tan pocas ocasiones que es un chollo que no hay que dejar escapar. ¿Alguien de vosotros/as tiene o ha tenido la gran suerte de haber visto cumplida esta posibilidad? Si es así, mi más sincera enhorabuena.

 

jueves, 20 de marzo de 2025

Astrología o adivinación

 


Por definición, y abreviando, la astrología es el estudio de la posición y del movimiento de los astros como medio para predecir hechos futuros y conocer el carácter y comportamiento de las personas.

Las críticas que recibe la astrología se basan, como no puede ser de otro modo, en que sus predicciones carecen de validez científica o capacidad explicativa de acuerdo a los estándares de la ciencia moderna y, por lo tanto, son consideradas pseudocientíficas. Así pues, ¿por qué hay tanta gente que cree en ellas? Mi opinión es que se debe a la superstición —que aún persiste en nuestros días— y a la ignorancia, que van de la mano. Uno cree en lo que quiere creer, y punto.

Pero si bien yo tenía asociada esta práctica a personas, o personajes, de cierta edad —léase Sandro Rey, Aramis Fuster, Octavio Aceves, Paco Porras, Rappel, y toda esa caterva de vividores—, mi sorpresa ha sido ver en un programa de televisión, un espacio dedicado a la astrología, una o dos veces a la semana y en horario de mañana —cuando antes solía emitirse este tipo de espacios en horario nocturno dedicado a los echadores de cartas y videntes de pacotilla—, de la mano de un tal Jabifus (nombre artístico, por supuesto), un jovencísimo creador de contenido (como ahora se llama) especializado en astrología y signos del zodíaco, y en el que hace un repaso de lo que le espera al personal según el signo del zodíaco al que pertenezca.

En la era de los instagramers, influencers, tiktokers y otros especímenes que nutren las redes sociales, solo faltaba llenar este hueco: el de la adivinación o predicción del futuro inmediato. Pero si en las redes sociales, estos personajes ganan bastante dinero según las visitas que reciben y allá cada uno con su conciencia, lo que me parece increíble es que sea una cadena de televisión que presume de seriedad informativa (LaSexta), la que divulgue este tipo de espacios para ingenuos crédulos y supersticiosos. Y es que, además, las predicciones de este joven son gratamente acogidas por el equipo de presentadores y colaboradores. Aun tratándose —todo hay que decirlo— de un programa en el que el humor está siempre presente, aun así me parece una tremenda tomadura de pelo a la audiencia, ya que esta sección no se presenta como una más de las chanzas que en dicho programa se emiten, sino que se trata con el mismo nivel de aceptación que la sección dedicada a la meteorología y la predicción del tiempo.

Si los meteorólogos a veces se equivocan y se basan en pronósticos científicos, cómo van a vaticinar lo que nos ocurrirá el día de hoy o durante la semana alguien que se dedica a inventar sus predicciones con la connivencia de una cadena televisiva.

La astrología adivinatoria debe tener muchos adeptos, solo hay que ver las páginas de periódicos y revistas dedicadas al horóscopo. ¿Puede haber alguien que dedique un tiempo de su vida a leer esos pronósticos para saber qué le espera tan pronto salga de casa o qué le deparará el futuro a corto plazo?

Y, para terminar, una nota de humor a este respecto:

Me gusta leer mi horóscopo porque es el único lugar donde tengo pareja, dinero, trabajo y salud, todo junto en el mismo mes.

(Anónimo)

 

Javier Fuster (Jabifus)


jueves, 13 de marzo de 2025

Los miserables


Esta entrada no va de literatura ni de cine, va de una realidad espantosa que afecta a niños indefensos.

Estamos viendo casi a diario actitudes de un calado tan infrahumano que da escalofríos. Los asesinatos machistas continúan, ya casi parece que forman parte del paisaje social, por no hablar de la violencia vicaria. ¿Quién en su sano juicio puede asesinar a sus hijos con la única intención de dañar a la madre? Ataques a escuelas y hospitales, asesinando a niños y a enfermos indefensos para minar la moral del enemigo; trata de mujeres, engañadas y esclavizadas para satisfacer los deseos sexuales de unos degenerados; pederastas que, bajo el “uniforme” de tutor, entrenador o sacerdote, abusa de aquellos niños y niñas a quienes se supone que deben formar y proteger; asesinos en serie y monstruos que bajo la bata blanca de médico abusa de cientos de niños y niñas cuando están sedados.

Este es un panorama que nos pone los pelos de punta y que no podemos naturalizar por mucho que acaben siendo habituales.

Pero quiero creer que toda esa gente tiene un desequilibro psíquico y que obran de tal modo porque no pueden evitar los impulsos enfermizos. Son psicópatas o sociópatas que saben que han actuado mal, pero que no muestran arrepentimiento alguno.

Pero hoy quiero tratar aquí un hecho del que me quedaría corto si lo adjetivara de inmoral. En este caso los agresores no ejercen una violencia física sobre los niños, son desaprensivos que se aprovechan de su corta edad para robarlos a sus legítimos padres.

Si nos remontamos a nuestra guerra civil, según la información consultada, más de 30.000 niños fueron evacuados de España, de los cuales unos 3.000 fueron a parar a la Unión Soviética (“niños de Rusia”, los llamaron). Eran niños del bando republicano cuyos padres quisieron protegerlos de la guerra que asolaba el país y de las posibles represalias una vez terminada esta. Esos niños, una vez establecidos en la URSS, tuvieron que esperar la muerte de Stalin para poder regresar. Aun así, la mayor parte de ellos no regresaron jamás, y los que lo hicieron ya eran adultos.

Este triste episodio —muchos de esos niños fueron internados en los campos del Gulag, murieron en la guerra o de hambre, y otros se dieron por desaparecidos— parece algo del pasado, pero no es así. Actualmente, en tres años de guerra en Ucrania, los soldados rusos han secuestrado a multitud de niños ucranianos —se calcula unos 20.000—, que han sido llevados a Rusia para ser adoptados por familias rusas y convertidos en seguidores de Putin, quien los presenta públicamente como “salvados de los nazis”.

Pues bien, hace unos pocos días, vi por televisión a una mujer rusa, de nombre Olga Dorójina, que, ante Putin, se mostraba tremendamente emocionada y agradecida por haberle permitido quedarse con una niña de cuatro años secuestrada por los soldados rusos ante la cara de complacencia y satisfacción del dictador ruso. Esa mujer justificaba esta tremenda injusticia e inmoralidad por el hecho de haber perdido a su único hijo en el campo de batalla (gracias a Putin). Obvio reproducir las palabras de esa mujer porque me resultan indignantes, pero concluía que la pequeña le ha traído algo de felicidad a su hogar.

Este caso es, para mí, la peor forma de egoísmo, pues busca la felicidad propia a cambio del sufrimiento ajeno. La Dorójina será feliz sosteniendo en brazos a una niña que no es suya y que se la han arrebatado a su verdadera familia. ¿No piensa en el dolor ajeno que ha producido su acto “de amor”? No estamos hablando de un objeto expoliado durante una invasión, estamos hablando de seres humanos y, más concretamente, de niños indefensos.

Pero este no es un acto aislado, pues lo mismo ha sucedido con los restantes niños arrancados de su país y de sus hogares. Estas personas que obran así, solo merecen el calificativo de miserables.


viernes, 7 de marzo de 2025

¡A las armas!

 


De adolescente era pacifista hasta la médula, llevaba en mi carpeta de apuntes el símbolo de la paz y creía profundamente en el lema “haz el amor y no la guerra”. Pero son tiempos y anhelos pasados que, a lo largo de los años, se van reblandeciendo hasta desaparecer o bien atemperando.

Parece lógico que un joven como fui yo piense y proclame lo innecesario de un ejército. ¿Un ejército, para qué? Las guerras no deberían existir ni la necesidad de defenderse de un enemigo imaginario. ¿Acaso España puede ser atacada por alguno de nuestros vecinos? Y las guerras que tienen lugar muy lejos de nuestras fronteras, incluso en otro continente, no son asunto nuestro. Y aquí paz y después gloria. Todo muy bonito, demasiado.

Reforzar la seguridad europea hoy es salir de la OTAN, parar la escalada bélica, invertir en servicios públicos e intervenir empresas estratégicas para tener seguridad alimentaria, energética y social y para recuperar soberanía y poder.

El “rearme” de Von der Leyen es lo que pone a Europa en peligro. Ya llevan años aumentando el gasto en armas y no tenemos más seguridad ni libertad: la gente vive peor y los fascistas mandan más, ¿Qué hace Pedro Sánchez siendo cómplice de esta peligrosa gran coalición de guerra?

(Irene Montero)

Estoy totalmente en contra de la guerra y de una escalada armamentística, pero creo que Irene Montero muestra, con estas palabras, una gran dosis de ingenuidad. No hay que confundir churras con merinas. Para mí no tiene nada qué ver la precariedad en servicios sociales y en justicia social y el derecho a defenderse de actores cada vez más peligrosos cuyo objetivo a corto y medio plazo es hacerse con territorios ajenos, como hizo Napoleón, en los siglos XVIII y XIX, y Hitler, en el siglo pasado.

Si al matón de la clase no se le paran los pies, seguirá abusando, cada vez más, de sus compañeros, aprovechando su permisividad y la de sus profesores. Nunca he sido beligerante, pero lo de poner la otra mejilla no va conmigo.

Puede parecer paradójico, pero la paz solo se consigue con las armas, como a lo largo de toda la historia de la humanidad. En esto no hemos cambiado. ¿No es ingenuo creer que solo se puede hacer frente a un agresor mediante el diálogo? De ello estamos teniendo un claro ejemplo con los diálogos y falsas treguas que solo pretenden imponer la posición del más fuerte, militarmente hablando. ¿Paz a cambio de humillación, rendición y expolio?

En mi opinión, estamos ante una gran encrucijada. ¿Optamos por cruzar los dedos esperando a que ningún país beligerante decida quedarse con parte de un territorio que no le pertenece (pienso en Groenlandia y la obcecación de Trump para hacerse con ese pastel, o la de Putin por quedarse con la zona invadida de Ucrania, o el empeño de Netanyahu de quedarse con todo el territorio de Palestina, complementado por el repugnante plan de Trump de convertirlo en un Spa de lujo una vez expulsados sus legítimos propietarios) o nos preparamos para plantarle cara a cualquier dictador que desee emular a estos matones inmorales y sinvergüenzas?

Entiendo las reticencias de algunos ante esta última posibilidad y les doy toda la razón en que los que más sacan provecho de los conflictos bélicos son los fabricantes de armas. Pero ¿qué hacer si no? ¿Esperar con los brazos cruzados el desarrollo de los acontecimientos? Siempre he creído que, en cualquier situación, hay que aplicar el más vale prevenir que curar. ¿Os acordáis de la fábula de Iriarte sobre los dos conejos que pierden el tiempo discutiendo si sus perseguidores son galgos o podencos? Pues eso.

Hacer el amor y no la guerra es muy bello y deseable, pero utópico en nuestros días. Yo más bien pienso que la unión hace la fuerza.

Soy consciente de que este es uno más de los temas que saco a colación que resulta muy complejo, que posee muchas aristas por pulir y que no tiene una respuesta objetiva. Pero, aun así, he sentido la necesidad de exponer mi punto de vista sobre cómo veo la triste realidad. No sé si habré logrado una unanimidad de pareceres. Supongo que no. En todo caso, os dejo un tema de discusión para una tertulia con amigos y adversarios. Entretanto, paz y amor.

 

sábado, 1 de marzo de 2025

La justicia injusta

 


Dicen que la Justicia es ciega, pero yo creo que algunas veces es, además, sorda y muda.

El térmico Justicia es una entelequia, pues no tiene sentido por sí misma si no se sustenta en quienes la imparten —los jueces— y quienes la dictan —los legisladores— dos de los tres poderes del Estado.

Evidentemente, es muy difícil hacer justicia a nivel general, como lo es a nivel particular. No somos el Rey Salomón, paradigma de la justicia bíblica. Pero, aun con sus limitaciones y desaciertos, no podemos permitir que ciertas leyes, o sus interpretaciones, resulten un insulto para quienes creemos en la verdad y la correcta aplicación de las mismas.

Los jueces son seres humanos y, por tanto, no son perfectos. Lo realmente malo es cuando no son objetivos y aplican las normas según sus creencias personales, guiándose más por su ideología, política o religiosa, que por la correcta interpretación del código penal.

Pero no toda culpa de ello la tienen los jueces, pues en muchos casos la ley es, por sí misma, injusta. Por desgracia, no siempre lo justo es legal, ni lo legal es justo. Y eso debería corregirse.

¿Por qué existe la prescripción de un delito grave? Una violación, un acto de pederastia, un asesinato, un fraude multimillonario que ha afectado a miles de ciudadanos, por poner unos pocos ejemplos, no deberían quedar impunes porque hayan transcurrido veinte años, tiempo tras el que, según la ley, esos delitos ya no pueden ser juzgados.

¿Por qué se permite la reincidencia delictiva, existiendo malhechores que llevan a sus espaldas decenas de detenciones y, sin embargo, siguen en la calle?

¿Por qué resulta tan complicado recuperar una vivienda que ha sido okupada sin más motivo que el de apoderarse de lo ajeno, dejando en la calle a su legítimo propietario?

¿Por qué se producen reducciones de pena en casos de agresiones crueles, como el caso de “la manada”?

¿Por qué en casos de violencia probada, como el anteriormente mencionado, se aplica muchas veces la libertad provisional con cargos en lugar de ingresar directamente en prisión a la espera de juicio, permitiendo, de este modo, que el delincuente pueda seguir delinquiendo?

¿Por qué la justicia es tan lenta, de tal modo que desde presentación de una denuncia hasta la realización del juicio transcurren varios años?

¿Por qué se dan casos de trato preferente y distinto según quien sea el presunto delincuente?

¿Por qué existe la inviolabilidad de la figura del Rey?

¿Por qué hay tantos aforados en España? En nuestro país hay actualmente unos 250.000 aforados, 232.000 son miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad estatales o autonómicos, cinco de la Familia Real y el resto, unos 18.000 en total, pertenecen a instituciones del Estado y de las Comunidades Autónomas (políticos, miembros de las Carreras Judicial y Fiscal, integrantes de órganos como el Tribunal de Cuentas y el Consejo de Estado, Defensores del Pueblo estatal y autonómicos, etc.).

Y entre un largo etcétera de irregularidades e injusticias, se encuentran las resoluciones judiciales machistas y claramente arbitrarias, como el vergonzoso caso de Juana Rivas, la madre que ha luchado durante años por la custodia de sus hijos (hoy ya solo del menor, pues los otros dos decidieron vivir con ella tras alcanzar la mayoría de edad) para protegerlos de un padre maltratador, lo que le valió una pena de cárcel. Tanto la justicia española como la italiana han jugado en este caso un papel indignante.

Porque este no es un problema meramente local, algo marginal, que afecta solo a nuestro país, no. En el ámbito internacional se producen estas y otras injusticias mucho mayores y con un impacto mucho más extenso. Parece que la globalización también afecta a la injusticia.

Estamos siendo espectadores de flagrantes ataques a los más elementales derechos humanos, con claras manifestaciones de abuso de poder, de guerras injustas instigadas por mandatarios crueles que se creen dueños de la vida ajena y que no dudan un ápice en ostentar un poder absolutista sin importarles el método utilizado, ante la pasividad o permisividad de la Comunidad Internacional.

Así pues, con este panorama tan negro, ¿podemos confiar plenamente en la justicia? Yo tengo serias dudas. Porque, ¿qué podemos hacer para evitar estos atropellos y no ser cómplices de ellos, aparte de ver, oír y callar? Por desgracia, muy poco, o nada.

Llegado a este punto, me viene a la memoria la famosa frase atribuida al pastor luterano alemán Martin Niemöller, que más o menos reza así:

Cuando vinieron a por los comunistas, guardé silencio porque no era comunista.

Cuando vinieron a por los socialistas, guardé silencio porque no era socialista.

Cuando vinieron a por los sindicalistas, no protesté porque no era sindicalista.

Cuando vinieron a por los judíos, no dije nada porque no era judío.

Cuando vinieron a buscarme, para entonces ya no quedaba nadie que protestara en mi nombre.