domingo, 22 de marzo de 2015

Día del abuelo



No sé quién o qué entidad se encarga de promover y declarar el día internacional de algo o de alguien. Hay una gran cantidad de celebraciones, más de las que nunca hubiera imaginado, algunas muy dignas y encomiables, otras comerciales, la mayoría festivas y el resto simplemente curiosas.

Hay el día de los derechos humanos, de la salud, de la lucha contra el SIDA, de la fibromialgia, del cáncer, de la diabetes, de la hipertensión, del síndrome de Down, de la diversidad biológica, de la discriminación racial, de la familia, del padre, de la madre, de la paz, de los enamorados, del trabajo, de la mujer trabajadora, de la preservación de la capa de ozono, del agua, de la alfabetización, de la tierra, de los estudiantes, del maestro, del periodista, de la poesía, de la audición, de la danza, de la música, de las personas de edad, de Nelson Mandela, del Jazz, del Yoga, de la propiedad intelectual, de la radio, de internet, de la bisexualidad, del orgullo gay. Incluso hay el día para salir del armario. Y así una larga lista de días para celebrar, recordar, defender, solicitar, abolir y/o reivindicar un status, una profesión, una enfermedad, una voluntad, una necesidad, una injusticia social, etc., etc.

Ante tal cantidad de días a celebrar, me pregunté si existía el día del abuelo, de la abuela o de los abuelos, y contrariamente a lo que creía, existe. Aparte del día internacional de las Personas de Edad, promovido por la ONU, en algunos países (casi un 70% de ellos latinoamericanos), entre los que se encuentra España, existe el día de los abuelos.

En España, por si no lo sabéis, el Día de los Abuelos es el 26 de julio, que casualmente es Santa Ana, el santo de mi hija mayor que por esa misma fecha me hará abuelo por vez primera. Otra vez la dichosa disyuntiva entre casualidad y causalidad. ¿No sería extraordinario que mi nieta, a la que pondrán por nombre Jana que, por cierto, significa “regalo de Dios” en hebreo, naciera el día del Abuelo, para que así pudiera estrenar mi nueva condición de la mejor forma posible?

La figura del abuelo, que había abandonado su posición patriarcal y de respeto en las familias de antaño, que se había difuminado para pasar a ser algo entrañable pero marginal, ha recobrado recientemente un inesperado e involuntario protagonismo promovido por unas circunstancias sociales que los han convertido en los cuidadores de los hijos de los hijos que trabajan y no tienen con quién dejar a sus vástagos, no tienen tiempo para llevarlos y recogerlos de la guardería o del colegio, en esos abuelos cuyo hogar sustituye al comedor escolar y a las actividades extraescolares por falta de recursos económicos. Por no hablar de los abuelos que se han convertido, con su exigua pensión, en el sostén familiar de sus hijos. Esos abuelos, más que un día internacional merecen un monumento conmemorativo.

Que conste que no deseo reivindicar la figura del abuelo, ni su celebración, con fines egoístas. No quiero recibir agradecimientos ni regalos, en todo caso solo besos de mis futuro/as nieto/as. Reivindico el reconocimiento de la figura de los abuelos segundos padres, de los abuelos que consienten a sus nietos lo que no consintieron a sus hijo/as, de los abuelos contadores de cuentos, paseadores y cuidadores de sus nietos en ausencia de los padres y “achuchadores” en su presencia; de los abuelos que, en definitiva, ejercen de abuelos con alegría y que ven en sus nieto/as una prolongación de su existencia.

Ahora que voy a ser abuelo, anotaré en mi calendario particular la fecha del 26 de julio, no sea que, cuando mengue mi memoria, se me vaya a olvidar.


*Imagen bajada de internet

jueves, 19 de marzo de 2015

El negocio de algunos concursos literarios



Recientemente, me he presentado a varios certámenes literarios de relatos breves y microrrelatos. De los siete concursos concluidos hasta el momento, he resultado finalista en tres que, curiosamente, han sido impulsados por la misma entidad literaria, cuyo nombre no revelaré. En los tres casos, el premio en metálico es muy modesto, nada que objetar al respecto, pero lo notable es que las obras ganadoras y finalistas (que se cuentan en centenares) pasan a formar parte de una antología que luego se ofrece a todos los concursantes a un módico precio que oscila alrededor de los 15 euros. No hay obligación de compra, faltaría más, pero supongo que, al igual que yo he hecho, muchos serán los que adquieran un ejemplar, como mínimo, para ver su obra publicada.

Haciendo un sencillo cálculo, suponiendo que los tres primeros premios estén dotados con 300, 200 y 100 euros, la empresa invierte pues 600 euros en premios. Solo con que compraran la recopilación de relatos unos mil escritor/as noveles, el ingreso por este concepto ascendería a unos 15.000 euros, a los que hay que descontar los 600 invertidos en premios y los gastos de edición.

Los veredictos de estos tres certámenes a los que hago alusión se han publicado con unas pocas semanas de diferencia, y hay más en curso y bastantes más anunciados, de modo que los ingresos anuales de la editorial por este concepto no deben ser nada despreciables.

No hay nada sancionable y mucho menos ilegal, pues uno es libre, tal como indican en el correo en el que dan a conocer los ganadores y finalistas, de adquirir o no la publicación, pero se me antoja un poco descarado aprovecharse de la ilusión de quienes participan con ánimos de hacerse un nombre, un currículo literario, para hacer negocio. Puede ser una fórmula interesante para ambos bandos (escritores y editorial) pero a mí no me convence este juego y no creo que vuelva a participar en las próximas ediciones. Solo espero que los premiados realmente lo hayan sido por méritos propios y no se hayan elegido al azar. Al menos, de este modo, pueden vanagloriarse de haber sido galardonados por la calidad de sus escritos.

Con la adquisición de las tres recopilaciones, mi participación en sendos concursos me ha costado 41,65 euros. Nadie más que mi ego me ha obligado a hacerlo. ¿Soy un ingenuo, un romántico, un gilipuertas o tal vez un egocéntrico que goza con ver su relato publicado en un libro de bolsillo? Sea como sea, no volveré a caer en la tentación. Creo.


miércoles, 18 de marzo de 2015

Nunca lo hubiera creído


Efectivamente, cuando hace poco más de un año, concretamente el 9 de noviembre de 2013, estrené este blog con mi primera entrada, nunca hubiera imaginado que obtuviera premio alguno, entre otros motivos, porque ignoraba la existencia de premios entre blogueros. Pero a veces, muchas veces, las cosas llegan cuando uno menos se lo espera y los premios cuando uno menos cree merecerlos.

Pues bien, en lo que va de año, este Cuaderno de bitácora ha sido nominado dos veces a un premio otorgado por los compañero/as escritor/as que, como un servidor, vuelcan su imaginación e ilusiones en un blog.

En esta ocasión, este blog ha sido nominado a uno de los premios Liebster Awards y el responsable de ello ha sido Geus, autor y propietario del blog “Relatos cortos con café” que os invito encarecidamente a visitar en la siguiente dirección:


Doy mis más sinceras gracias a Geus por su amabilidad al pensar en mí y en mi blog a la hora de nominar a once candidatos a este premio y le agradezco, especialmente, su comprensión a entender mis motivos para no tomar el relevo y continuar la cadena de nominaciones. No se trata de no valorar la concesión de este tipo de premios, que tienen por objeto dar a conocer otros blogs de interés y a otro/as compañero/as de “oficio”. Es muy distinta la motivación que se esconde detrás de mi decisión, que sería prolijo de explicar y tal vez difícil de entender.

Me ratifico en mi agradecimiento por esta nominación y me siento realmente satisfecho al pensar que hay quien valora lo que escribo.

Como si de una carta o declaración se tratara, me despido por hoy de todo/as vosotros/as, lector/as de mi Cuaderno, con un abrazo virtual y con la esperanza de que, a pesar de los pesares, sigáis viniendo a visitarme.

Un abrazo.

viernes, 13 de marzo de 2015

La torre de marfil negra


Almas y corazones negros, ataviados con ropaje negro, empuñando negras armas que vomitan negros instintos.

Almas y armas enloquecidas, embrutecidas por una mal entendida y peor divulgada doctrina, la ideología del odio y del fundamentalismo.

Almas y corazones intolerantes. Enemigos de la concordia, de la igualdad entre géneros, razas y culturas. Enemigos de la cultura ancestral, de la historia de sus propios antepasados, de occidente.

Ropaje y manos teñidas de sangre de inocentes: de niños, de mujeres, de ancianos, de rehenes decapitados por verdugos en actitud arrogante y soberbia de quien se cree en posesión de la verdad, superior a sus semejantes, a los que observa con desprecio y quiere dominar, dando la espalda a la cordura, desde su torre de marfil, ennegrecida por su maldad.

Se hacen llamar Estado Islámico, bajo cuyo nombre se esconde el terror en su forma más cruenta. ¿Hasta cuándo tanta barbarie? ¿Hasta cuándo tanto despropósito? ¿Hasta cuándo tantas muertes?
 
 

 

martes, 10 de marzo de 2015

blogo-adicción



Esta es una de esas reflexiones que tanto me gustan hacer pero que, una vez publicadas, temo que hayan podido herir susceptibilidades. Por lo tanto, pido disculpas, de antemano, por si alguien, al sentirse aludido/a, se siente también ofendido/a.

Siempre he sido muy meticuloso, a veces demasiado. Y curioso, e impaciente. Bueno, y muchas cosas más pero ahora son éstas las culpables de lo que me ocurre.

He contado varias veces, en distintos contextos, que cuando inicié esta actividad “creativa”, la de escribir en un blog, mi blog, hice el comentario (me salió redondo, diría yo) de que escribía por placer y no para complacer. Toma ya.
Juro que en su momento era cierto, que lo dije con total sinceridad. Y he reconocido, en más de una ocasión, que más tarde descubrí, pobre de mí, que no era del todo cierto, que me había equivocado o bien me había dejado llevar por mi ingenuidad y virginidad como escribidor. Y para muestra un botón: cada vez que publicaba una nueva entrada, la curiosidad, la impaciencia o las dos cosas a la vez, me impulsaban a mirar una y otra vez, si alguien había dejado algún comentario y cuánto/as visitas recibía según indicaba el contador que, por cierto, también contabilizaba, sin yo saberlo, las mías, por lo que no eran tantas como creía.

Pasados casi dos años, ahora con tres blogs en mi haber, no he perdido esta mala costumbre. Es algo adictivo, me puede tanto la curiosidad por ver el interés que despiertan mis blogs, que no puedo evitar echarles un vistazo dos y hasta tres veces al día. Y si al principio era por ver si alguien se acercaba a leerme, lo que me regocijaba cuando así ocurría (o sea, que sentía placer en complacer), luego fue (y sigue siendo) para comprobar si el número de seguidor/as crecía. ¿Se habrá transformado mi ego, tan desganado hasta hace poco, en un monstruo ávido que quiere más y más? Sería horroroso que así fuera. Debo hacer un acto de contrición.

El deseo, lógico y sano, de aumentar la difusión de lo que uno escribe, me ha llevado a incorporarme a círculos de cierta envergadura y he añadido al mío blogs y grupos de blogs con quienes puedo compartir publicaciones. Aunque ahora sean algunos más los que me conocen, creo haber entrado en una vorágine de publicaciones y de publicadores compulsivos.

Curiosidad e impaciencia están reñidas con tranquilidad y, desde que me jubilé, he querido vivir tranquilo, sin sobresaltos, sin obligaciones. Ahora resulta que casi todo el día, pero sobre todo en las horas llamemos punta, para mí intempestivas, mi móvil no cesa de avisarme, con ese silbido que ya me está resultando impertinente, que tengo un nuevo mensaje. ¿Será un WhastApp, será un email, será un SMS, será un pájaro, será un avión, será Superman? Y dale que te pego con los pitidos de marras, cada pocos minutos, a veces a pares, a veces seguidos, primero en mi móvil y a continuación en mi Ipad, que no me dejan prestar la debida atención a lo que estoy haciendo, sea escribiendo, leyendo, viendo un programa de televisión o la película que me gusta. Miro o no miro, esa es la cuestión. Pero ¿y si es algo importante? ¿Y si es mi hija pidiendo auxilio desde una cuneta? NOOO. Son publicaciones y comparticiones, más de treinta en una hora, que entran, además, por suplicado: por Google+ y por gmail. Y uno que es meticuloso, a veces demasiado, no puede evitar mirar para salir de la duda (¿razonable?) ante la cara de fastidio de los que me rodean.

Hay que ver qué actividad más frenética la de alguno/as compañero/as. A las seis y pico de la mañana (soy muy madrugador, aunque esto no creo que sea ni una virtud ni un defecto), cuando enciendo el móvil, son más de veinte los avisos que se han generado desde que lo apagué, a eso de las once de la noche, cuando suelo irme a la cama para leer y dormir, por este orden.

Cuando vamos al apartamento de la playa, como allí no tenemos telefonía fija, no hay más remedio que mantener encendido el móvil toda la noche por si las urgencias de verdad. Es increíble (y esto no solo va de blogs) que a las cinco de la madrugada, por ejemplo, entren avisos de Letsbonus sobre ofertas, de Amazon sobre oportunidades y descuentos o de Iberia invitando a conseguir “avios” para luego canjear por vuelos. Eso y algún que otro escritor insomne que comparte en Facebook su última publicación. Y uno, que tiene un sueño ligero (será la edad), abriendo el ojo tras cada silbido para mirar de qué se trata. De locura.

Me gusta leer, disfruto leyendo pero a su debido tiempo, en su momento, mi momento, cuando me apetece, cuando siento la necesidad. Seguro que me pierdo relatos, reflexiones, poemas, etc., magníficos por no leerlos cuando entran, por no estar receptivo en ese preciso instante. Y si lo aplazo hasta el día siguiente, a una hora conveniente para mi cuerpo y mi mente, son tantas las publicaciones acumuladas, que necesitaría demasiadas horas para dedicarle a todas ellas la atención que seguramente se merecen.

¡Qué mundo el de los blogs! Que alguien, a las ocho de la tarde de un sábado sabadete, o un domingo dominical, esté publicando en facebook o en Google+ se me antoja, cuanto menos, inusual, pues para mí es momento para estar con la familia, con los amigos, de cháchara o en sesión cinematográfica. En cambio, hay quien dedica ese tiempo libre a compartir diez, quince o veinte documentos, vídeos o lo que sea en un tiempo record, que yo me lo/a imagino sentado/a ante el ordenador leyendo y compartiendo frenéticamente lo que pasa por sus ávidos ojos lectores.

A ver, cada uno es muy libre de dedicar su tiempo a lo que le venga en gana. Lo malo es cuando la actividad de unos llama a la puerta de otros en momentos inadecuados. Y es que esto, amigo/as, me está estresando y no sé qué hacer. Dos casos ha habido en los que acabé eliminando de mis círculos a dos blogueras, porque me tenían literalmente desquiciado. Era algo, a mi modo de ver, exagerado, no era humano. Un cling o xiuxiu cada minuto o dos, me resultaba imposible de digerir y así durante una hora seguida. Una sobreproducción nunca vista. ¡Y debido a una sola persona! Ahora añádele la de los demás. Era malo para mi salud mental porque, además de meticuloso, curioso e impaciente soy muy nervioso.

Lo tengo peliagudo. No sé qué hacer. No sé cómo salir de ésta sin renunciar a mis contactos. Con mi familia he consensuado anular el volumen del móvil y guardar el Ipad durante el momento del letargo “siestero” frente al televisor pues les irritaba los continuos avisos acústicos que no les dejaba conciliar el dulce y breve sueño de la sobremesa. He intentado desinstalar Google+ de mi Smartphone, así solo me sonarían las entradas por gmail, reduciendo a la mitad los avisos sonoros, pero solo se desinstalan las actualizaciones, no la aplicación, el muy…

De seguir así, acabaré dedicando más tiempo a limpiar de mensajes mi correo y a actualizar la vista de mi cuenta de Google+ que a escribir y leer lo que realmente me interesa. Si tuviera que leer todos y cada uno de los post que mis colegas comparten y seguir todos los blogs a los que me dirigen, tendría que hacer abstinencia alimentaria y durmiente y aun así no daría abasto.

En fin, tendré que convivir con lo que yo mismo he provocado sin querer y tomármelo con calma. ¿No querías entrar en una red donde poder contactar con otros blogs? Pues ese es el precio a pagar, ¿qué te habías creído?

Hasta que no se me ocurra otra solución, seguiré como hasta ahora y leeré solo lo que se me antoje y cuando se me antoje. Lástima que, de este modo, seguro que me pierdo alguna joya. Qué le vamos a hacer.

Por lo menos, espero que quien haya leído lo aquí expuesto no haya perdido un tiempo precioso que podría haber dedicado a algo más productivo e interesante pues, con esta publicación, un aviso habrá llamado la atención de los que habitan en mis círculos y tienen instalado Google+ en sus tabletas o móviles. A ver si ahora seré yo quien perturbe la tranquilidad de los demás.